El Reflejo Maldito

El Reflejo se Rompe

La noche era un abismo sin estrellas. El castillo Lothaire respiraba en la penumbra, vivo en su quietud, latiendo con los secretos atrapados en sus muros. Los candelabros apagados parecían ojos cerrados, las cortinas pesadas se mecían con la brisa fría como espectros silenciosos.

Elias no dormía. No podía. Desde que encontró la segunda puerta, algo dentro de él había cambiado. Algo en la casa había cambiado. El impostor lo miraba diferente. Como si supiera. Como si hubiera sentido, a través del cristal, que Elias había descubierto el camino hacia su verdadero hermano. Pero Elias también lo observaba. Y cada día que pasaba, veía las grietas en el reflejo.

Porque Lucian nunca había sido así. Lucian era fuego. Lucian tenía un brillo en la mirada, una risa que nunca terminaba de apagarse, una manera de moverse que nunca era medida, sino caótica y real. El reflejo, en cambio, era una mentira demasiado perfecta. Y Elias había aprendido a ver las mentiras.

Aquella noche, lo siguió. Las puertas del castillo exhalaban crujidos largos y pesados cuando el impostor las atravesaba. Elias se deslizó tras él, como una sombra dentro de otra sombra, sin aliento, sin sonido. El impostor caminaba con pasos medidos, cada movimiento encajando en la simetría de lo inhumano. Elias lo vio dirigirse a la sala de los espejos.

Su piel se erizó.
Nunca iba allí.

Elias contuvo el aliento y se asomó por el umbral. El reflejo estaba de pie frente a uno de los espejos antiguos, observándose a sí mismo con una intensidad enfermiza. Pero no se reflejaba como debía.
Elias sintió su sangre helarse. El reflejo en el espejo se movía antes que él. El impostor levantaba la mano… y su reflejo ya la tenía alzada.

Se inclinaba antes de que su imagen lo imitara. Era al revés. Era la verdad deformándose ante sus ojos. Elias sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El impostor sonrió. No a su reflejo. A sí mismo.
Y entonces, habló.

—Morganna —susurró con una voz que no pertenecía al mundo real— Él lo sabe.

Elias sintió su corazón detenerse.
El reflejo hablaba solo. No a través del espejo. Dentro de él. Elias dio un paso atrás. Pero el reflejo lo escuchó. Su cabeza giró con lentitud, como si su cuello no tuviera huesos. Y sus ojos lo encontraron. El aire se volvió pesado. Los muros parecieron inclinarse. Las sombras se alargaron, cobijando al impostor como si fuera su verdadero hogar.

Elias no pudo moverse. El reflejo dio un paso hacia él.

—Hermano… —susurró con una voz melódica, pulida, falsa.

Elias no respondió.

—Has estado buscando, ¿verdad?

Los labios del impostor se curvaron en una sonrisa lenta, calculada. Demasiado precisa. Demasiado consciente. Elias apretó los puños.

—Lucian sigue vivo.

El reflejo parpadeó. Por un segundo, la sonrisa desapareció.
Por un segundo, hubo algo más en su mirada. Algo roto.

—No —susurró.

Pero su voz tembló. Elias sintió su oportunidad y avanzó un paso.

—Él sigue allí —afirmó con dureza— Puedo sentirlo.

Los espejos crujieron a su alrededor. La mentira estaba empezando a colapsar. El reflejo parpadeó. Y por primera vez, su imagen en el cristal no lo imitó.
Se quedó quieta. Elias vio su oportunidad.

—No eres mi hermano —susurró, cada palabra un golpe— Nunca lo fuiste.

El reflejo dio un paso atrás. Algo dentro de él se quebró. Los espejos comenzaron a vibrar, a distorsionar sus reflejos. Y entonces, su piel cambió. Las grietas aparecieron. Pequeñas fisuras en su rostro, en sus manos, en su forma perfecta. Los espejos estallaron en un rugido de cristal.

El reflejo gritó. Su cuerpo se dobló, sus extremidades se torcieron como si estuviera rompiéndose desde dentro. Elias sintió el aire volverse tempestad. Y entonces…

Lo vio.
Por un instante.
Por una fracción de segundo en la tormenta de cristales…

Lucian.
Atrapado en los espejos rotos.
Su verdadero hermano.
Sus ojos desesperados lo buscaron.

—Elias…

Su voz fue apenas un susurro antes de desvanecerse. Y entonces, el reflejo dejó de gritar. Se quedó quieto. Las grietas en su piel latieron. El mundo tembló.

Y luego, sonrió.
No con miedo.
No con dolor.
Sino con triunfo.

Elias sintió el horror arrastrarle el aliento. Porque no había vencido.
Porque no había roto al reflejo.
El reflejo se había roto solo. Porque ahora tenía permiso para ser algo más. Algo peor. Y en ese instante, Elias supo…

Que Morganna lo estaba esperando.




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