El Reflejo Maldito

El Mundo De Cristal

La oscuridad no era como la noche. La noche tenía estrellas, tenía la brisa que susurraba en los árboles, tenía la promesa de un amanecer. Aquí, no había nada.

Era un vacío pesado, sofocante, una caverna sin eco ni horizonte. Un lugar donde la luz no era bien recibida, donde las sombras no eran solo ausencia, sino una entidad viva, observadora, burlona.

Elias se hundió en esa negrura, sintiendo cómo el aire cambiaba, volviéndose denso, pegajoso. Cada paso que daba no sonaba, como si no hubiera suelo bajo sus pies, como si simplemente flotara en un abismo donde no existía el tiempo ni la gravedad.

Pero no estaba solo. Lo sentía. Un tirón en su alma. Una conexión invisible que ardía como un hilo dorado, una cuerda vibrando entre él y Lucian. Su hermano aún estaba resistiendo. Aún estaba peleando por conservarse a sí mismo.

Sigue luchando, Lucian.

Aguanta. Estoy cerca.

Pero en este mundo, nada respondía a sus pensamientos.
Aquí, todo obedecía a Morganna.

El Bosque de Espejos

De repente, el vacío dejó de ser vacío. Elias parpadeó y se encontró rodeado.

Espejos.
Miles de ellos.

Dispuestos en filas interminables, como troncos de árboles en un bosque de cristal. Cada espejo estaba tallado con marcos negros, adornados con filigranas retorcidas, como raíces devorando la superficie. Elias avanzó con cautela, su aliento condensándose en el aire gélido. Miró su reflejo en uno de ellos. Y su reflejo no lo imitó.

El corazón de Elias latió como un tambor de guerra. En el espejo, su otro yo lo observaba con ojos vacíos, sin emoción, sin alma.

—Has llegado lejos —susurró el reflejo, su voz sonando como vidrio al quebrarse.

Elias se tensó.

—No tienes derecho a hablar con mi voz.

El reflejo sonrió torcido, deformado, antinatural.

—Pero no soy solo tu voz, Elias —se inclinó hacia él—. Soy cada miedo que has tragado. Cada mentira que te has dicho.

Elias sintió que el bosque entero susurraba. Miró alrededor. Todos los espejos tenían reflejos diferentes de él. En uno, lo vio demacrado, con el rostro pálido y los ojos vacíos. En otro, estaba de rodillas, derrotado, mientras Morganna se cernía sobre él.

En otro, su propio padre lo observaba con indiferencia mientras la puerta del mundo real se cerraba. Cada espejo era una posibilidad.

Una trampa.
Una maldición.

—Este no es tu lugar —dijo Elias, con los dientes apretados—. No eres real.

El reflejo se rió. Un sonido hueco, enfermizo.

—¿Quién dice que tú lo eres?

Y entonces, los espejos empezaron a temblar.

El Juicio del Cristal

Los reflejos comenzaron a salir de los espejos. Uno a uno. Caminando como sombras hechas de vidrio roto, con sonrisas cortadas en sus rostros y ojos carentes de vida.

Eran él.
Pero no eran él.

Elias retrocedió cuando la primera figura dio un paso hacia él. Sus dedos eran afilados como cuchillas, su piel tenía grietas por donde el brillo del cristal interno se filtraba.

—Si quieres pasar, Elias… —susurró el reflejo más cercano— …debes demostrar quién es el verdadero.

Los otros reflejos comenzaron a avanzar. Docenas de ellos. Era un laberinto donde él era la presa.
Elias sintió su pulso retumbar en sus oídos.

No podía huir.
No podía retroceder.
Tenía que enfrentarlos.

La Batalla de los Reflejos

El primer reflejo saltó sobre él. Elias se agachó a tiempo, sintiendo el aire helado cortarle la piel. Otro reflejo intentó atraparlo, pero Elias giró con rapidez, levantando los brazos justo a tiempo para evitar que las manos afiladas como navajas le alcanzaran el cuello. Pero eran demasiados.

Las copias lo rodeaban, moviéndose como marionetas torcidas, imitaciones de su cuerpo sin la calidez de la vida. Elias no tenía armas. Pero tenía algo que ellos no. Tenía alma. Y tenía un hermano que lo esperaba. Apretó los dientes y dejó que su rabia, su miedo y su amor por Lucian se convirtieran en un fuego dentro de él. El siguiente reflejo que intentó tocarlo, Elias lo enfrentó con las manos desnudas.

Y entonces ocurrió.
El reflejo se quebró.
No por un golpe. Por su voluntad.
Elias sabía quién era.
Él era el real.
Ellos no.

Las copias retrocedieron por primera vez. Elias avanzó. Uno de los reflejos gritó y se rompió en mil pedazos. Otro se desvaneció en el aire. Uno a uno, los falsos Elias se disolvieron. Y cuando el último cayó, el bosque de espejos tembló.

El cristal se agrietó.
Las ilusiones se rompieron.
Y Elias dio un paso adelante.

El Rostro Perdido

El bosque desapareció.
El aire cambió.
Y por primera vez, Elias lo vio.
Lucian.
No en un sueño.
No como un reflejo.
Lucian estaba allí.

Pálido, delgado, con los labios temblorosos… pero vivo. Sus ojos se llenaron de lágrimas al verlo.

—Elias…

Elias sintió su corazón explotar en su pecho.

—Hermano.

Pero antes de que pudiera tocarlo…

La oscuridad los separó.
Elias gritó. Lucian desapareció de nuevo. Y la risa de Morganna llenó el aire.

—Estás más cerca de lo que crees, niño.

El viento sopló como un rugido de cristal rompiéndose. Pero Elias ya no tenía miedo. Porque ahora sabía que estaba ganando.




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