El Reflejo Maldito

El corazón en llamas

El mundo de Morganna respiraba en cristales, sus venas eran grietas y sus nervios, los reflejos. Todo parecía inmóvil, perfecto, en su orden antinatural....Pero algo en la arquitectura del dolor empezaba a desmoronarse. Las paredes palpitaban como carne enferma, como si un latido desconocido fuerte y vivo se abriera paso desde el núcleo de aquel mundo maldito. Y ese latido era Alistair.

El joven padre caminaba como un incendio que avanza en silencio,
no con furia ciega, sino con determinación sagrada. Sus pasos dejaban pequeñas huellas de luz sobre el suelo de vidrio. Cada una una negación al olvido. Cada una un golpe contra la oscuridad. Su cuerpo vibraba con una energía ancestral, una magia blanca que no nacía de los libros, ni de las runas, ni de conjuros sino del amor.

Ese amor que no se rinde.
Ese amor que no acepta límites.
Ese amor que vuelve y salva.

Y fue entonces, entre un pasillo de espejos agrietados, que lo sintió. Un temblor distinto. Un llamado antiguo, profundo, tan suyo como su nombre.

La prisión de Aurelian

Allí, al fondo de un claro cubierto de neblina azulada, una torre de vidrio se alzaba como un árbol petrificado. Tallada en silencio,
sellada por la voluntad de la hechicera, la prisión más antigua del mundo de Morganna. Alistair no necesitó palabras. Sabía lo que había dentro. Sus manos temblaban. Sus pupilas se dilataban. Y su corazón gritaba.

Se acercó. Y cuando posó la palma sobre el cristal curvo de la torre,
el hielo cedió. El muro se volvió bruma. Y allí, en el centro de la prisión, estaba él.

Aurelian.
Más delgado.
Más pálido.

Los años no habían tocado su cuerpo, pero su espíritu estaba cubierto de cicatrices invisibles. Y sin embargo, sus ojos se iluminaron al verlo.

-Alistair...

El nombre salió de su boca como un suspiro que llevaba años contenido. Un suspiro que había esperado una eternidad.

Alistair cayó de rodillas. Los recuerdos lo golpearon como relámpagos. Las tardes corriendo por el jardín. El primer libro que le leyó Aurelian. La noche en que le prometió que jamás lo dejaría solo. Y ahora, frente a él, estaba su hermano. Vivo.

No una ilusión.
No un reflejo.
Sino carne. Alma. Luz.
Aurelian sonrió, aunque su voz se quebró:

-Sabía que vendrías. Siempre... siempre lo supe.

Alistair acercó la mano al campo que los separaba. La bruma se agitó como si reconociera su esencia. Como si supiera que el fuego había vuelto.

-Morganna me engañó -dijo Alistair, con un nudo de furia y culpa en el pecho- Me hizo creer que te habías ido... Que estabas muerto....que te habías rendido.

Aurelian negó con dulzura.

-Ella quiso quebrarte. Pero no lo logró. Tú regresaste. Tú ardes todavía.

Alistair tragó saliva, conteniendo un torrente de emociones.

-Te sacaré de aquí. Te lo juro. Pero primero... tengo que salvar a mis hijos.

Y entonces....la oscuridad cambió.

La voz de Morganna

La neblina se volvió negruzca, las paredes crujieron, y de las sombras surgió la voz de la hechicera. No se gritaba en ese mundo. Se murmuraba. Y su murmullo era peor que un grito.

-Cuánta ternura... -dijo, como si saboreara la palabra- Dos hermanos, dos fuegos rotos. Que placer.

Alistair se puso de pie, girando lentamente hacia la forma espectral que emergía del cristal.
Su silueta era ondulante, femenina, bellísima y monstruosa a la vez, como una pintura hecha con sangre y pétalos. Morganna se aproximó con la sonrisa torcida.

-¿Qué harás ahora, niño eterno? ¿Elegirás al pasado o al futuro?

Alistair no dijo nada. Sus ojos eran puñales. La hechicera se inclinó con teatralidad.

-¿A quién salvarás, Alistair? ¿A tu hermano... o a tus hijos? No puedes tenerlo todo. Nadie puede.
Ese es el precio del amor.

La habitación entera pareció contener el aliento. Aurelian lo miraba, sabiendo lo que venía.
Pero sin miedo. Sin reproche. Y entonces.....la respuesta llegó. Firme. Sereno. Ardiente.

-No elegiré -dijo Alistair.
Su voz no fue alta. Pero tembló el cristal.

-¿Oh? -respondió Morganna, frunciendo el ceño.

-Porque no dejaré que tú impongas las reglas. Porque hoy no soy un niño. Hoy soy fuego. Y tú... vas a arder.

Y al decirlo, la luz blanca emergió de su pecho.

No una chispa.
No una llama.
Sino un sol.

Un estallido de magia pura, ancestral, viva. Magia blanca.
El don de los Lothaire. La torre se sacudió. Morganna dio un paso atrás por primera vez.

-Tú... -susurró- ¿Cómo es posible? Ese poder...

-Es mío -gruñó Alistair, caminando hacia ella - Y vive en Lucian. Y en Elias. Y en Aurelian.

-Tú no deberías haber despertado...

-Tú no deberías haber jugado con mi sangre.

Y con un gesto de su mano, la prisión de Aurelian brilló. El hermano mayor cayó de rodillas, bañado por la luz. Alistair se volvió hacia él, con lágrimas ardiendo en sus ojos.

-Resiste, Aurelian. Te sacaré de aquí. Te lo prometo.

Aurelian asintió, con la voz rota por la emoción.

-Siempre creí en ti....Y siempre lo haré.

Y mientras el mundo de Morganna crujía, mientras el hechizo temblaba, y las paredes se llenaban de luz, el fuego de Alistair avanzaba. Y esta vez nada lo detendría.




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