El mundo de Morganna, ese imperio helado construido con memorias robadas y almas atrapadas, empezaba a crujir. No se oía, pero en el fondo de cada reflejo, en la superficie de cada espejo que bordeaba los corredores encantados, una vibración nacía.
No era magia.
No era sombra.
Era algo más peligroso: esperanza.
Y esa esperanza caminaba ahora en forma de dos figuras: un hombre renacido y un niño que ya había sangrado con los pies descalzos sobre el abismo.
Alistair y Elias.
Padre e hijo.
Ambos quebrados.
Ambos recomponiéndose en medio de un infierno de cristal.
Cada paso que daban era un eco. Un rugido en el mundo silencioso. Una declaración de guerra. El sendero de las memorias que no fueron. El pasillo se tornó más estrecho. Los espejos, ahora curvos y oscuros, mostraban imágenes que jamás sucedieron.
En uno, Elias jugaba en el jardín con Lucian bajo el cálido sol, mientras Alistair los observaba riendo desde una banca. En otro, los tres cenaban juntos, con velas encendidas y manos entrelazadas. Y en otro, Lucian dormía tranquilo en su cama, sin espejos, sin gritos, sin oscuridad.
Elias bajó la vista.
Sus labios apretados.
Su alma desgarrada.
-Nada de eso ocurrió -dijo.
-No aún -susurró Alistair, con voz serena- Pero puede ocurrir si ganamos.
Los espejos se resquebrajaron al paso de sus palabras. No soportaban la fe. Morganna, en su guarida de obsidiana y gemidos,
frunció los labios. La grieta en su mundo se expandía.
La prueba de los lazos rotos
La sala siguiente era amplia,
redonda como un ojo que todo lo ve, y en su centro, una figura familiar.
Lucian.
Pero no el real. Sino otro reflejo,
una ilusión perfeccionada por el arte cruel de Morganna. Llevaba la ropa que solía usar. Su cabello dorado caía como seda sobre los hombros. Y su mirada era pura acusación.
-¿Ahora decides venir, padre? -susurró el falso Lucian, con voz idéntica- ¿Después de dejarme aquí?¿Después de abrazar a otro?
¿Después de fingir que me habías olvidado?
Alistair dio un paso adelante. No tembló. No retrocedió. Elias lo miró, con el corazón retorciéndose, pero en silencio.
-No eres mi hijo -dijo Alistair al reflejo.
-Pero... -intentó protestar el doble.
-Tú no sabes lo que era su voz al llorar. Tú no sabes cómo respiraba cuando dormía. Tú no sabes el sonido de su risa. Porque yo sí. Y él sigue vivo. Yo lo siento. Aquí. -Se tocó el pecho- Y voy a salvarlo.
El reflejo gritó, se retorció como vidrio al fuego, y desapareció en una explosión de polvo plateado. Elias parpadeó, asombrado.
-¿Cómo sabías que no era él?
-Porque ya no me guío por la culpa -respondió Alistair- Ahora me guía el amor.
El murmullo de Lucian
Un zumbido suave atravesó las paredes. Una voz que ambos reconocieron.
Elias... Padre... estoy aquí...
Lucian.
El verdadero.
El real.
No era un grito.
Era un susurro.
Débil, pero claro.
Roto, pero consciente.
Elias dio un paso al frente, su corazón explotando en el pecho.
-¡Lucian! ¡Hermano! ¡Sigue hablando! ¡No te duermas!
Estoy cansado... me cuesta resistirla... pero sé que vienen...
-¡Ya casi! -gritó Elias- ¡Resiste un poco más!
Alistair lo sostuvo del hombro.
-Estamos cerca. Muy cerca.
Y entonces, por primera vez en todo ese infierno, escucharon otra cosa.
Un grito.
No de dolor.
No de miedo.
De furia.
Morganna.
-¡Malditos sean los Lothaire! -tronó su voz, distorsionada, como si viniera desde todos los espejos a la vez -¡No pueden arrebatarme lo que ya es mío!
Las paredes crujieron. Las luces del mundo de cristal parpadearon. La realidad se estremeció. Pero ni Elias ni Alistair retrocedieron.
Al contrario.
Avanzaron.
Más firmes.
Más juntos.
Y al llegar al próximo umbral, la bruma se abrió. Y lo vieron. Lucian. Encerrado en un altar de luz congelada. Los ojos cerrados. Las manos cruzadas sobre el pecho. Como durmiendo. Como esperando. Y entonces, la voz de Morganna, ya temblorosa:
-Si lo tocan... muere. Si lo reclaman... el mundo se rompe. Si insisten yo me rompo.
Alistair alzó la mirada, con una fuerza luminosa ardiendo en sus ojos.
-Entonces prepárate. Porque vamos a romperlo todo.
Elias tomó su mano.
-Y esta vez, lo haremos juntos.
El final se acercaba. Y Morganna, por primera vez en siglos, tenía miedo.