El mundo dentro del capullo seguía latiendo. La luz que Elias había desatado lo rodeaba como una burbuja translúcida, como un corazón blanco que palpitaba contra el monstruo oscuro que aún lo envolvía. Pero Morganna no se había rendido. No retrocedía. Se infiltraba. Como veneno en el agua. Como el frío bajo la piel.
-¿Crees que por brillar una vez ya ganaste, pequeño? -susurraba su voz, ronca y dulzona como el humo de una vela negra -Todos brillan antes de apagarse. Tú no serás la excepción.
Los hilos oscuros, quemados en su mayoría, comenzaron a regenerarse. Como gusanos cortados por la mitad que no mueren. Como heridas mal cerradas que supuran una y otra vez. Elias apretó los puños. Su cuerpo temblaba de fatiga. La luz blanca seguía allí, pero ya no era una ola: era una flama que vacilaba con cada suspiro. A su alrededor, la prisión volvió a cambiar. Ya no era un capullo.
Era una habitación. Una réplica perfecta de su hogar.
La misma ventana por donde veía a Lucian jugar con los perros. La misma cama desde donde soñaba con que su padre lo abrazara al despertar. Las mismas paredes....pero más grises. Más altas. Más frías. Y allí, sobre la mesa, una nota. Un trozo de papel arrugado, con tinta que goteaba como si llorara. Elias no quería leerla. Sabía que era una ilusión.Pero también sabía que Morganna sabía lo que dolía.
Sus pies lo llevaron. No caminó.
Fue arrastrado por su propio corazón. La nota decía:
Lo intentamos, Elias. Pero fuiste demasiado débil. No pudimos salvarte. Ni tú a nosotros.
-Papá
La letra era idéntica. La firma también. Elias sintió un temblor en su pecho. Su respiración se volvió densa, como si cada inhalación trajera consigo una daga pequeña que se clavaba bajo sus costillas.
-Mentira... -murmuró- Es una mentira....¡No es real!
Pero la habitación se transformó.
El hogar desapareció. Y ahora Elias estaba en una sala de espejos. En cada uno, una versión suya más rota que la anterior. Más sucia. Más pálida. Más sola. Uno lloraba en un rincón. Otro se arrancaba el cabello. Otro simplemente miraba fijamente al suelo, como si hubiera aceptado que jamás saldría. Y frente a ellos....Lucian.
Lucian sonriendo.
Lucian corriendo.
Lucian libre.
-¿Lo ves? -dijo Morganna, su voz filtrándose por los espejos como gas venenoso - No te necesitan. No estás en su historia. Tú eres el gemelo sobrante.
Elias cayó de rodillas. Las lágrimas brotaron al fin. Ya no eran silenciosas. Eran violentas. Eran lava. Eran sangre.
-¡Basta...! -gimió- ¡Déjame... déjame en paz!
Y entonces gritó:
-¡Papá! ¡Lucian! ¡Ayúdenme! ¡No sé si puedo más...!
La oscuridad se agrietó. Un sonido seco. Un crujido. Una grieta luminosa cruzó la sala. Y por un instante....solo uno....vio algo. La silueta de su padre. Alistair. Luchando contra algo grande, invisible, pero poderoso.
-¡Elias! -gritó su padre - ¡Resiste! ¡Estoy aquí!
Y luego... la voz más amada. Más suave. Más suya.
-Elias....No estás solo. Te prometí que no te dejaría -dijo Lucian-
Y estoy cumpliendo esa promesa. Como tú cumpliste la tuya.
Elias cayó hacia adelante. Pero no se rompió. Sus lágrimas seguían. Su miedo también. Pero en lo más profundo de sí... una semilla ardía.
Y crecía.
-¡No soy el sobrante! - gritó de pronto, de pie, sacudiendo las cadenas invisibles de Morganna-
¡No soy el débil! ¡No soy la sombra de nadie!
Las versiones rotas de sí mismo desaparecieron, una a una, como humo frente al amanecer. Los espejos estallaron. La nota ardió. La habitación se deshizo. Y allí, en el vacío que quedó, Elias flotó.
Su luz blanca volvió.
Más fuerte.
Más pura.
Más viva.
El niño abrió los brazos. Y en su espalda, la forma de alas blancas hechas de luz cristalina se desplegaron. No eran alas para volar. Eran alas para resistir. Para mantenerse en pie ante el dolor. Para enfrentar la oscuridad sin rendirse. Morganna rugió desde los confines de su mundo. Su magia retumbó en el aire, las paredes temblaron.
Pero Elias ya no caía. Ya no temblaba. Era el hijo de la luz blanca. Y no sería devorado.
-Papá... Lucian... Voy a salir. Y cuando lo haga....la oscuridad de Morganna se extinguirá.
Y por primera vez, Elias dio un paso adelante. No hacia el miedo. Sino hacia el fin de su encierro. La prisión tembló. Y supo que la victoria era posible. Porque la luz no se rompe. Solo espera el momento de arder.