El Reflejo Maldito

El Llamado Del Hijo

El aire se volvió cristal. Cada partícula brillaba, vibraba, latía. Como si el mundo de Morganna contuviera el aliento, esperando que la luz hiciera lo que nadie antes había logrado: romperlo desde adentro. El niño de ojos dorados flotaba, suspendido en medio de su prisión. El capullo ya no era un útero oscuro, ni una jaula. Era una cáscara. Un límite que temblaba ante lo que contenía.

La magia blanca.
Pura.
Íntegra.
Indómita.

Elias ya no lloraba. No porque no doliera. Sino porque había encontrado dentro de sí algo más fuerte que el dolor. Una promesa.
Una llama.

-Papá... Lucian...Estoy saliendo.

Y con esa declaración, sus alas de luz se desplegaron con furia. No eran alas de ángel. Eran alas de niño. Hechas de todos los abrazos que no recibió, de todos los miedos que enfrentó, de todas las veces que gritó en silencio y nadie respondió. La luz se extendió como un rugido sagrado. El capullo crujió. Se quebró. Y estalló en mil fragmentos que no cayeron, sino que se elevaron, como estrellas liberadas de su prisión.

Del otro lado del mundo de cristal

Alistair corrió. El mundo se retorcía a su alrededor, el cristal se agrietaba, las sombras gritaban con voces humanas. Lucian, ahora completamente despierto, corría junto a él.

-¿Lo sientes? -dijo el niño-
Está cerca.

-Sí -respondió Alistair, sin detenerse- Lo está logrando. Pero no sabemos cuánto tiempo podrá resistir solo.

Y entonces....la explosión. Un estallido de luz blanca atravesó todo. Como si un sol naciera desde el corazón mismo de la oscuridad.
El mundo se detuvo. El eco se quebró. Y en medio de la bruma luminosa lo vieron. Elias. De pie. Atemblado. Cubierto de su propia luz. Y con una sonrisa de alivio en el rostro. Lucian gritó su nombre.

-¡ELIAS!

El niño giró el rostro. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Pero esta vez eran distintas. No eran de miedo. Eran de regreso. De reencuentro.

-¡LUCIAN! ¡PAPÁ!

Y corrió. Los tres cuerpos se encontraron en medio del vórtice de un mundo que se resquebrajaba. Pero por un instante, todo lo demás dejó de existir. El abrazo fue eterno. Y fue total. Alistair apretó a sus hijos contra su pecho. Uno a cada lado. Su corazón latía con una fuerza nueva. Como si hubiera envejecido y rejuvenecido al mismo tiempo.

-Estás bien... - susurró, con la voz quebrada- Lo lograste, hijo.
Eres increíble.

-Papá... -gimió Elias, temblando- Pensé que no saldría. Pensé que me quedaría ahí....que no podría verlos más.

Lucian acarició su cabello.

-No digas eso. Yo te oí. Yo sentí cada grito. Y nunca dejé de creer que volverías.

Elias se aferró a ambos. Temblaba. No de miedo. Sino de emoción. De alivio. De vida.

-Prometí... que no me rompería... -dijo - Y lo cumplí.

-Lo cumpliste -afirmó Alistair, con lágrimas en los ojos - Y ahora los tres estamos juntos. Por fin.

Un silencio que anuncia tormenta

Pero el mundo no había terminado. A lo lejos, una grieta se abrió en el suelo de cristal. Una risa se filtró como un gas pútrido, mezcla de locura y furia contenida. Morganna. Herida. Aterrada. Desbordada.

-¡Así que los tres... se han reunido! -escupió su voz- ¡Qué hermoso! ¡Qué conmovedor! ¡Qué inútil!

El cielo del mundo de cristal se resquebrajó. Torres de sombra se alzaron desde la nada. Espejos flotantes giraron como cuchillas en el aire.

-¿Creen que su amor puede salvarlos? ¿Creen que tres fuegos mortales pueden apagar mi eternidad?

Lucian se adelantó.

-No vamos a apagarte. Vamos a destruirte.

Elias apretó la mano de su padre.

-Juntos.

Alistair sonrió, con una paz feroz en el rostro.

-Y esta vez, no habrá duda. No habrá miedo. Solo luz.

Los tres, padre e hijos, se alinearon como constelaciones destinadas a romper la noche. El mundo de Morganna tembló. Porque ya no enfrentaba a un niño perdido, ni a un padre arrepentido, ni a un alma encerrada. Ahora enfrentaba a los Lothaire. Y estaban completos. Y eran fuego. Y eran amor. Y eran la luz que nunca debió despertarse.




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