Camila y su madre llegaron al anochecer. La casa, vieja y enorme, se alzaba entre los árboles como una sombra viva. El viento golpeaba las ventanas y el crujir de la madera acompañaba cada paso.
—Solo por unos meses —dijo su madre, mientras descargaban las cajas—. Hasta que podamos volver a la ciudad.
Camila no respondió. Había algo en esa casa que la hacía sentir observada.
En su habitación, entre muebles cubiertos de polvo, había un espejo grande, de marco dorado y superficie manchada. Parecía antiguo, como si hubiera pertenecido a otra época.
Cuando lo miró, sintió un leve escalofrío. En el reflejo, su silueta parecía moverse un segundo después de ella.
Aquella noche, el sueño no llegó. A las 3:07, un golpe suave la despertó.
Toc… toc… toc.
El sonido venía del espejo.