En el silencio de la noche solo podía escuchar el sonido de mi respiración, las rápidas palpitaciones de mi corazón y mis pies descalzos chocando en el asfalto.
No recuerdo cuanto tiempo llevo corriendo en este lugar desconocido para mi, pero si recuerdo el porque estoy corriendo, salvo mi vida de ese monstruo.
Ya me estoy cansando, me duelen los pies, el rostro y la sangre que baja por mí cuello me molesta.
Busco con desesperación un lugar para refugiarme, miro a todas partes y nada.
El frío llega hasta mis huesos y caigo al piso con brusquedad, me quedo tendido unos segundos, pero el sonido del motor de su auto lo conozco y puedo escucharlo muy cerca. Me pongo de pies, si mas vuelvo a la huida.
Como si las puertas del cielo se hubieran abierto, me llega la esperanza y el aliento al ver una ventana con una pequeña luz tenue, en las tantas casas de este ridículo y lujoso vecindario.
Esa ventana es mi único refugio, en dirección a ella calculo todas las posibilidades para excusarme con las personas o la persona que allí me encuentre. No me importa que llamen a la policía si así lo hicieran, eso era mejor que estar en las manos de quien me perseguía.
Trepo la pared con agilidad y las pocas fuerzas que me quedan. Miro antes de entrar, tampoco quiero que me maten, no veo a nadie allí dentro, parece la habitación de una chica. Abro con cautela y entro, me pego a la pared esperando que el auto cruce por la calle del frente, con la esperanza de que no me haya visto.
El corazón se me acelera cuando lo veo parado frente a la casa, miro entre las cortinas, sale del auto, observa todo el lugar buscando algún rastro mío, pero al no verme sube con mucho enojo estallando la puerta y desaparece.
Mis ojos están al techo, recuperando nuevamente la respiración.
Cierro los ojos por algunos segundos y vuelvo abrirlo - Tengo mucha suerte - pienso, pero tengo que salir de aquí nadie me ha visto, aún.
Antes de abandonar el lugar, recorro toda la habitación con la mirada y observo los detalles. En una mesita donde reposa un espejo y muchas otras cosas de chicas, hay un regalo que dice “Feliz cumpleaños mi amor” y esta firmado por mamá y papá. Al lado hay una tarjeta que dice “Felices 16” esa esta firmada por un tal “Tiago”.
Nunca he recibido un regalo el día de mi cumpleaños, menos una fiesta. Es por esa razón, que ver sus regalos me llama mucho a la atención. Seguro que eso es ser un niño normal, tener personas que se preocupen por ti y te hagan estos detalles. Quizás que eso es amor, que te regalen detalles. Yo no sé que es amor, nunca lo he sentido de otros y nunca creo haberlo dado.
Me perdí en las cosas de una desconocida, esto es peor que robar. De momento escucho como se abre la puerta y unos grandes ojos color miel, se encuentran con los míos.
No muevo un dedo aunque mi mente grita - ¡Huye! - estoy totalmente paralizado. Estoy esperando que la chica grite, salga corriendo o me ataque… lo que sea que normalmente haría alguien que encuentre una persona como yo, en su casa y estas horas, pero ella no dice nada, sigue secando su pelo húmedo.
- ¿Quién eres tu?
Me sorprende su serenidad, parece no tener miedo, lo mas lógico es que una chica se vuelva loca por haber visto un espécimen rebuscando en sus cosas. Ella continua tranquila y prosigue su interrogatorio.
- ¿Vas a decirme quien eres o tendré que obligarte a hablar?
Da unos pasos hacia a mí, me mira desafiante. Su postura me intimida, pero no se lo doy a demostrar.
- Yo… - pudiera ser grosero, pero soy el intruso, no sé que decir. Soy un chico lánguido, no soy nada especial.
- ¿Tú?…
- Soy tú regalo. - No me pregunten de donde saqué semejante idea, solo improviso. Ella se ríe y mira el reloj de su mesita.
Se ve más relajada, suelta la toalla sin prestarme atención. Que interesante.
- Un regalo a media noche.
- Nunca es tarde. - estoy tratando de descifrarla o entender su comportamiento. Esto no es normal.
- Entonces, analicemos la situación. Mí regalo -dice haciendo comillas con sus dedos- llega tarde, herido y descalzo.
Ella sigue mi juego, se sienta frente al espejo donde reposan sus presentes. Yo trato de guarda la distancia de esta loca desconocida y retrocedo. Por su comentario me miro de pies a cabeza, ella tenía toda la razón, doy asco, siempre lo he dado. La vergüenza, como le ocurriría a cualquier ser humano me posee.
- Lo siento - Le digo yendo a la ventana con la intención de salir nuevamente por donde entre. Su amabilidad me confunde mucho, no estoy acostumbrado al afecto y esas cosas que se derivan de eso.
- ¿A dónde crees que vas? - sus palabras me detienen al instante.
- No entiendo. - digo extrañado y mas confundido que antes.
- Dijiste que eras mí regalo. Pues, mi regalo esta herido ¿No crees que deba hacer algo?
- No, no lo creo.
- Pues yo sí. ¿Porque mejor no te limpio y después te marchas?
No digo nada, ella me mira levantando una ceja. Se para de la silla para darme el lado, hace un gesto con su mano invitándome a sentar. Yo cedo, esa mirada si que intimida.
Cabizbajo por la vergüenza y ocultando mis pies sucios, me acerco y hago lo que dice. Ella parece ser mi dueña y yo su mascota.
Rebusca algo en un cajón y saca un kit de primeros auxilios. Miro la destreza con la que manipula los utensilios para después proceder a limpiar las heridas de mi rostro.
- ¿Sabes lo que haces? ¡Aaa! - me quejo por el alcohol.
- Mejor de lo que crees.
- ¿Cómo es que una chica de 16 años sabe de estas cosas?
- Una historia larga, pero confórmate en saber que fueron muchas las heridas que tuve que curarme yo sola.
- ¿Eres una delincuente juvenil? Sabía que había algo anormal y raro en ti.
- ¡Ja! Esa si fue una idea muy genial, pero lamento decepcionarte, no lo soy. Practico artes marciales y otras cuantas habilidades de defensas personales. Conduzco una moto y soy del equipo de fútbol de la escuela.