El Regalo

El Regalo

La foto de ella estaba botada en medio de su habitación oscura, con su cara cubierta por un rayo de luz que se inmiscuía por las persianas. A un costado, tirado sobre su cama desordenada, rodeado de papeles arrugados estaba el, escuchando el tictac de un reloj que ya ni le importaba.

¿Cuánto tiempo llevaba allí tirado, haciendo nada, sólo reviviendo los mismos recuerdos una y otra vez? ¿Cuántos regalos le había dado? ¿Cuantas palabras hermosas le había dicho? ¿Qué pasaría si la volviera a encontrar en el lugar y momento menos esperado? Preguntas como esa pasaban en su mente mientras observaba el techo vacío, las paredes oscurecidas por la cortina que el mismo cerró y el espejo cubierto por una chaqueta que el mismo arrojó sobre él.

De pronto, el repaso constante de recuerdos buenos y malos se ve interrumpido, no, mezclado, con el de una situación similar que había pasado el año anterior, un dejavú. Situación similar, lugar parecido, incluso casi la misma hora del día. Mismos sentimientos, mismo corazón roto.

Fue allí cuando se dio cuenta que esta situación ya se había dado antes, tantas veces que ya había perdido la cuenta. Esa misma foto ya había estado tirada en el centro de su habitación, sólo que con otro rostro y otro nombre y él ya había estado tirado a un costado de esta, con la misma expresión y una cara sólo un poco más joven cada vez.

Fue allí cuando deseó mirar a otros rincones de la habitación que había olvidado e ignorado, rincones que en años no habían cambiado y que hace tiempo que acumulaban polvo. Allí estaban sus libros, sus ensayos y escritos de la universidad, el microscopio que alguna vez le regalaron y que casi nunca usó, y allí estaba esa caja.

Movido por un impulso interior decide levantarme, tomar la caja, sacarle el polvo de años de encima y abrirla. Allí estaban sus juguetes perdidos de la infancia. Uno a uno saca y contempla sus dinosaurios con los que tanto jugó de niño y los posa sobre la mesa. Hasta que, al fin, enterrado bajo todos esos pequeños seres, halla esa figura de acción que el mismo, usando sus dotes manuales, había vestido con un traje de explorador y un sombrero de aventurero. Allí estaba este hombre miniatura, sonriéndole, listo desde hace años para emprender su viaje, esperando pacientemente el día en que el abriera esa caja y volvieran a encontrarse...

...El sol omnipresente surge de las aguas, sus rayos descubren el paisaje de una extensa playa de suaves arenas. Las aguas arrastran las piedras y las hace chocar unas contra otras. Alguna vez estas piedras fueron montañas, hoy son humildes huevillos movidos por las olas, mañana, si alguna explosión de la tierra lo permite, serán montañas otra vez.

Un punto oscuro aparece y parece querer mezclarse con la arena, es él, que ha viajado desde su habitación en medio de la ciudad, a este lugar lejano, fuera de la ciudad, fuera del ruido de los hombres. Viene vestido con el mismo traje de aventura de aquel muñeco, con un sombrero similar, con una mochila de campaña cargada de frascos vacíos y lo más importante: su picota de arqueología.

Paso a paso cruza pacientemente la playa, fijándose en los acantilados, prestando atención a cada piedra y cada formación de roca. Por un par de horas sus ojos sólo encuentran raíces, rocas y uno que otro pececillo de plata que se escabulle apenas lo ve. Hasta que, en un punto en medio del acantilado, a unos 5 metros sobre su cabeza, lo ve. Es un pequeño fósil, un animalito que quizá fue cubierto por la grava hace millones de años y sólo ahora, el viento y la lluvia han dejado ver la luz una vez más.

Sin dudarlo, el sube al encuentro de lo que había estado buscando. Se apoya en las piedras, se sujeta de las raíces y de las docas que amenazan con romperse, sus pies resbalan una y otra vez. Cuando por fin llega, debe soltar su derecha para tomar su picota mientras deja toda su fuerza en su izquierda y depende del equilibrio de sus pies. De un solo golpe depende todo, si es muy fuerte o es mal dado, podría romper al delicado fócil o incluso desprender la piedra a estrellarse contra el piso.

Un solo golpe… un solo golpe… con… la… fuerza… precisa…

… Y lo logra…

Delicadamente toma la piedra con el fósil medio incrustado en ella, la envuelve en un papel, la guarda en su bolcillo y baja con todo el cuidado del mundo de vuelta a la playa. Una ves abajo, la fuerza de la picota es reemplazada por los delicados golpes de un pequeño punzón para sacar la piedra sobrante y las suevas pinceladas de una brocha para limpiar la piedra y descubrir lo más posible del fósil sin dañarlo.

Y así, después de unos diez minutos de fino trabajo, por fin lo tiene en su mano. Un tesoro que esperó millones de años por él, igual que los juguetes que lo esperaron tantos años en su caja.




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