El Regalo de la Bestia

Capítulo 8: Recuerdos

Recuerdos: Los ecos del pasado, pueden traer momentos felices, no solo tristes.

Mila

El bosque estaba cubierto de un manto blanco, y la nieve crujía bajo nuestras botas con cada paso. El aire frío llenaba mis pulmones, recordándome lo que significaba realmente estar en Quiet. Los árboles desnudos se alzaban como centinelas, mientras los copos caían suavemente, iluminados por la luz tenue del sol de invierno.

Sabía a donde nos dirigíamos, a nuestra guarida donde jugábamos de niños

—Esto es ridículo, —dije, abrazándome a mí misma para mantener el calor. —¿Por qué decidí seguirte hasta aquí sin un abrigo más grueso?, mientras jugaba con Rick no sentía tanto frio.—

—¿Por qué será? —respondió Asher sin mirarme, su tono seco como el viento helado, pero no me engaña había algo de diversión en esa pregunta. Sentía que me estaba burlando de mi.

Lo miré de reojo. Caminaba con pasos largos y decididos, como si el frío no le afectara en absoluto.

—Claro, porque tú eres inmune al frio, ¿no? —le respondí con sarcasmo.

Él se detuvo de repente y me miró.

—No, pero mi abrigo es grueso, no como otros—replicó, con una pequeña curva en los labios que podría haber sido una sonrisa.

No pude evitar reírme. Era extraño, después de tantos años lejos de él, tener esta dinámica amistosa era reconfortante, y sentía que lo malo no había pasado, una parte de mí sentía que nunca nos habíamos separado, pero sabía que había un abismo entre el Asher niño y el hombre que ahora caminaba a mi lado.

—¿Seguro que recuerdas el camino? —pregunté, intentando cambiar de tema mientras el paisaje se hacía más familiar.

—Por supuesto. No soy yo quien se pierde constantemente —respondió.

—¡Eso fue hace años!, no es nada divertido burlarse de eso, era una pequeña niña, sin sentido de la orientación —protesté, dándole un ligero empujón en el brazo, arriesgándome a que se molestara.

Asher soltó un gruñido bajo, pero había una chispa de diversión en sus ojos.

—Sigue siendo divertido —dijo —Aunque sigo sin entender cómo alguien que nació aquí se puede siguiendo un camino que seguía contantemente.

Le di un golpe en el hombro, esta vez mas fuerte pero él ni siquiera se inmutó.

—Eres una bestia —murmuré, mirando al suelo.

—¿Qué dijiste? —preguntó su tono desafiante.

—Nada, nada... Solo decía que eres una bestia insensible y malhumorada. —

—¿Insensible?, ¿Malhumorada? —repitió, deteniéndose para girarse hacia mí.

Levanté la barbilla y lo miré directamente a los ojos.

—Sí, una bestia gruñona que no sabe divertirse, siempre lo has sido, aunque se asentuo con los años —

Asher dejó escapar una carcajada breve pero profunda, y por un momento, el frío pareció desvanecerse.

—Tal vez tengas razón. —admitió retomando el camino.

Lo seguí en silencio dejando que los recuerdos fluyeran mientras nos acercábamos a la cueva. No había estado allí desde que éramos niños, pero el lugar parecía intacto, como si hubiera estado esperando nuestro regreso.

Al entrar, me detuve, maravillada por cómo la nieve había creado una capa de hielo brillante en las paredes. La luz que entraba desde la entrada iluminaba el espacio, dándole un aire mágico.

—Sigue igual, —murmuré pasando la mano por las marcas que habíamos hecho en la pared, dibujos de nosotros o lo que eran intentos de dibujos.

Asher se quedó junto a mí, su mirada fija en los dibujos tallados.

—Un poco más pequeño de lo que recordaba.—dijo y mi corazón se apretó porque eso significaba que aunque él estubiera aquí no había venido, aún así una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

—Eso es porque ahora eres un gigante —le dije en tono de burla, pero mis palabras salieron más suaves de lo que esperaba.

Nos sentamos en las rocas planas que solíamos usar de sillas de niños, y por un momento, el silencio reino pero fue cómodo.

—¿Recuerdas cuando trajimos a Celia aquí? —pregunté, rompiendo la quietud.

Asher asintió, su expresión se volvió más seria y una pisca de dolor apareció en su mirada.

—Estaba tan emocionada que tropezó con cada roca del camino. — dijo mientas miraba a la nada, mientras recordaba eso.

Me reí yo también recordando cómo la pequeña Celia había sido toda energía y entusiasmo.

—Y tú te pasaste todo el día cargándola porque dijo que se cansó, pero yo sabía que solo no quería caminar más por miedo a romper sus zapatos. —

—Era imposible decirle que no —admitió Asher, su voz teñida de nostalgia y soltó un leve suspiro.

El silencio volvió, pero esta vez era diferente. Más pesado. Decidí cambiar el tema antes de que se volviera demasiado melancólico.

—¿Y qué hay de ti, Asher? —pregunté, mirando las marcas en la pared en lugar de a él. —¿Qué has estado haciendo con tu vida además de imponer reglas horribles? —

—Cuidar de la manada. —respondió encogiéndose de hombros, no había entendí mi sarcasmo o no había querido. —No hay mucho más. —

—¿Y qué hay de las mujeres? —solté sin pensar demasiado.

Asher se giró hacia mí, su mirada intensa.

—¿Por qué preguntas eso? —

—Curiosidad, supongo. —respondí encogiéndome de hombros, para tratar de restarle importancia, pero tenía más que curiosidad de saber.

Él negó con la cabeza.

—No estoy interesado en eso. Hace mucho tiempo dejé de pensar en relaciones. —

Sentí que mi corazón se encogía ligeramente, pero intenté mantener un tono ligero.

—¿Nada? ¿Ni una? —

—No todos buscamos compañeros, Mila. —dijo su voz más suave esta vez.

Lo miré, intentando descifrar lo que escondía detrás de esas palabras, pero él apartó la mirada hacia la entrada de la cueva.

—¿Y tú? —preguntó de repente. —¿Alguien especial en tu vida, en Londres? —

Solté una risa seca.

—Oh, claro, montones. A los hombres les encanta una mujer que los rete, los vuelve locos, deje un par de enamorados —




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