El Regalo Involuntario

Primera Carrera: Cambios Inesperados

El semestre acababa de comenzar en verano. La brisa cálida golpeaba el rostro de todos los jóvenes que asistían a la universidad de ciencias químicas, en donde un muchacho de apenas 19 años de edad cursaba. Su nombre era Zach Ironfist, un chico de ojos pequeños con cabello ondulado negro, tez clara y de complexión delgada.

Zach era un chico alegre y algo tímido. Muy querido por sus amigos y apreciado por sus compañeros de clases. No resaltaba mucho que digamos en las materias que cursaba, sólo se encargaba de pasarlas, mientras solía divertirse con sus buenas amistades que lo acompañaban casi a todos lados. El joven transitaba ya el segundo semestre de su carrera y había pasado la mayoría de sus anteriores asignaciones en primera oportunidad sin problemas, a excepción de una que tuvo la desgracia de tener que presentar en segunda oportunidad con mucha pena.

La familia del chico estaba conformada por tres hermanos: una mayor y uno menor a él, siendo la primera la única mujer entre todos. Ellos vivían muy lejos de la universidad con sus padres, quienes, a pesar de tener algunos problemas, aún seguían viviendo juntos y se esforzaban por continuar amándose con los años.

Los amigos más cercanos de Zach vivían cerca de donde él y sus facultades se encontraban muy próximas de la de ciencias químicas. Por ello, era muy fácil para ellos verse y salir muy seguido a pasear por allí. Comúnmente se la pasaban en el campus de la universidad o iban a las cafeterías de las diferentes facultades; pero esta vez habían decidido pasearse en las instalaciones de las diferentes casas de estudio para perder tiempo.

–Hace mucho calor. Recuérdame por qué salimos –se quejaba Armin, uno de los amigos de Zach que estudiaba en la facultad de biología. El joven era mucho más alto que su amigo, de ojos verdes y cabello rubio lacio revuelto.

–Siempre estamos sentados en la plaza central de la «uni». De vez en cuando es bueno cambiar la rutina. Yo al menos ya estoy harta de ver las mismas getas de siempre. –respondió Anel, la amiga de Zach. Ella era una chica que estudiaba en derecho, siendo ella de cabello ondulado largo. Su complexión era ancha y su piel aperlada, con los ojos ámbar muy bellos.

–Yo te apoyo. Siendo honesto también estaba aburriéndome de estar ahí siempre. Además, la facultad de ingeniería es muy grande y hay mucho qué explorar.

–Y muchos hombres qué ver.

–No vinimos a eso… Bueno… no necesariamente –aclaró Anel a Armin, cuyas miradas se perdían tras un hombre alto, musculoso, con ojos de color y cabello castaño cenizo corto que pasó al lado de ellos.

–No tienen remedio –expresó Zach al voltear los ojos y torcer la boca fastidiado, mas no enojado. Más que nada le causaba un poco de gracias que sus amigos fueran así.

Los tres seguían paseándose por la facultad, observaban a los alumnos y las diferentes instalaciones, pasaban por los auditorios y finalmente se acomodaron cerca de una cancha de football. Los jóvenes encontraron una cómoda banca en donde sentarse para luego cada uno de ellos sacar sus dispositivos celulares móviles en donde comenzaron a conversar con terceros en favor de dejar pasar un poco el tiempo.

Del pequeño grupo, sólo Zach se aburrió muy rápido y bajó su teléfono al poco tiempo y levantó la mirada para ver a los chicos deportistas que estaban practicando. Ellos corrían alrededor del enorme campo, mismo que era compartido con los muchachos de soccer, quienes estaban hasta el otro lado del lugar, pues ponían a prueba al portero del equipo.

Armin volteó a ver a su amigo y notó el interés en los muchachos de soccer, lo que provocó una pequeña sonrisa pícara en el rostro.

–Te gustan los deportistas, ¿eh? –se burló el rubio de su amigo.

–P-por supuesto que n-no… Es sólo que son de mi facultad. Bueno, al menos algunos de ellos puedo reconocerlos –respondió Zach algo apenado.

Armin echó un ojo a los chicos e intentó identificar a uno, mas le fue imposible. Aunque efectivamente no parecían ser alumnos de la facultad de ingeniería. Aquellos jóvenes tenían un aire distinto a los ingenieros y por alguna razón el rubio lo sabía detectar.

–No sé si sean de química, pero efectivamente no son de aquí.

–¿Eh? ¿Cómo puedes saber eso? No chingues.

–Es que vengo muy seguido –admitió Armin a Anel avergonzado, a la par que se frotaba la nuca con su mano derecha al emitir una sonrisa nerviosa.

–¡Vaya! Con razón querías venir.

–No malinterpretes, mujer. Vengo porque muchos amigos míos estudian aquí. Además, la comida de la cafetería no está nada mal –justificó Armin a su amiga, siendo ambos observados con curiosidad por Zach.

El más pequeño pensó entonces en el porqué del inusual suceso: ¿Qué hacían los chicos de soccer de la facultad de ciencias químicas en el campo de ingeniería?

Fue entonces cuando Armin contestó a aquella pregunta mental.

–Los campos deportivos, así como el gimnasio, de ingeniería son gigantescos. Muchos alegan que son un desperdicio de los recursos de la facultad. Es por eso que los equipos de todas las facultades vienen aquí a practicar, exceptuando al más famoso –comentó Armin, el cual sonaba bien informado, pues su voz era confiada.

–A ti ni te gustan los deportes. ¿Cómo sabes eso? –Preguntó la chica de cabello ondulado con una enorme cara de incredulidad dibujada.

–¡Ya te dije que nada qué ver!

–Cuándo dices al más famoso. ¿A cuál te refieres? –Preguntó el chico pequeño, lo que interrumpió a sus amigos de momento.

–¿En serio no sabes, Zach? –Respondió Anel, extrañada por la pregunta del joven–. Obviamente se trata del equipo de Baseball de la facultad de ingeniería. Siempre escucho de todos que siguen invictos hasta la fecha.

–Así es –prosiguió emocionado Armin, prácticamente interrumpiendo a la chica–, son geniales en lo que hacen y, de hecho, deben estar practicando en este momento. ¿Qué les parece si vamos a verlos? –Propuso el chico al levantarse del asiento en donde estaba con sus amigos, mientras tomaba su mochila en manos.




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