El Regalo Involuntario

Cuarta Carrera: Hipocresía

Zach llegó a su casa aquella noche alrededor de las dos de la madrugada. En la puerta de su hogar su padre lo esperaba con una botella de cerveza en mano y un cigarro en la boca.

El joven de cabello negro bajó del auto y con la mirada hacia el suelo caminó hasta enfrente de su padre, quien estaba en una silla tipo mecedora de acero color negro algo vieja.

Aquel señor sólo lo miraba sin decir nada, bebiendo y fumando con tranquilidad, mientras su hijo se acercaba a él. De alguna manera, el pequeño consiguió reunir valor para detenerse enfrente de su padre y levantar la mirada, escuchaba cómo la silla rechinaba al momento de ser movida de adelante a atrás por su usuario.

Tan pronto los ojos de Zach llegaron a cruzarse con los del hombre de gran barriga y abundante barba, éste arrojó agresivamente la botella de cerveza al suelo, quebró el objeto de vidrio y se esparció su contenido en la acera. Zach no pudo hacer más que cerrar los ojos asustado, cohibirse y llorar.

–¿Qué horas son éstas de llegar? –Preguntó el padre a su hijo con una voz fría y aparentemente serena. Zach no podía aún abrir sus ojos, el terror lo invadió tanto que paralizó la mayoría de su cuerpo.

–Es que…

–¡¿Qué putas horas son éstas de llegar, Zachary?! –Gritó el hombre a la par que se levantaba de la mecedora y la cargaba para empujarla lejos con gran rabia, luego pateó la pared más cercana que tenía.

El joven no podía ya hacer nada más que llorar, sólo estaba ahí abrazándose a sí mismo, gimoteaba ante la escena.

–¡Deja de llorar con un carajo y dime dónde estabas! –Ordenó el hombre furioso mientras se acercaba al pequeño.

–Sólo fui con unos compañeros a hacer una tarea importante y se hizo tarde. Se me había acabado la batería del celular y no me sé sus números de teléfono. Lo siento, por favor, ya no te enojes más –trataba de decir el chico al derramar tantas lagrimas como a sus ojos le eran posibles, se agarraba su cabeza con ambas manos y sus piernas perdían lentamente fuerza.

De pronto, el enfurecido padre se acercó a él y lo tomó de los brazos con gran fuerza, casi lo cargaba ahí donde estaban, mientras lo agitaba bruscamente.

–¡No me mientas, hijo de tu perra madre! ¡Esa chaqueta que tienes no es de tu facultad! –Alegaba el hombre con una ira incontrolable, escupía a la par que las palabras eran expulsadas de su boca–. ¡Mírame a los ojos y deja de chillar! ¿Dónde estabas? ¿eh? –Continuó aquel enfurecido padre cuestionando y agrediendo a su hijo, apretaba sus brazos más y más del coraje.

Por suerte, la hermana de Zach salió y lo quitó a la fuerza de sus brazos, liberó al pobre chico de momento y luego comenzó a discutir con el señor.

La chica argumentaba que sólo estaba consiguiendo empeorar las cosas, que así no resolvería nada. Esto lo único que hizo fue hacer que el hombre se retirara del lugar mucho más enojado, pero no sin antes decir unas palabras que rompieron el corazón del pequeño.

–Por tu pinche culpa tu mamá se largó de la casa. ¡Ya estarás contento! –Habiendo ya aclarado eso, el bruto abrió la puerta de su hogar y la azotó detrás de él, dejando solos a sus hijos allí, a vista de todos los vecinos curiosos que vieron lo que sucedió, pero no hicieron absolutamente nada.

Aquella noche Zach logró levantarse, se fue a bañar y durmió con sus dos hermanos en la habitación de la mayor. Ella le explicó al universitario que efectivamente sus padres habían discutido a raíz de la preocupación de no saber nada de él, lo que degeneró en el abandono de la madre.

Al día siguiente el padre salió a trabajar temprano al igual que la hermana de Zach. Él tuvo que preparar la comida para él y para su hermano, así como la ropa del más pequeño y su lonche para la preparatoria. Una vez que él se fue, Zach se retiró a su habitación y se acostó en su cama abrazando la chaqueta de Xerath, al mismo tiempo que lloraba en la soledad sin que nadie pudiera escucharlo.

Más temprano que tarde el pelinegro atendió sus clases y se preparó mentalmente para ir hasta el campo de baseball, en donde entregaría a Xerath la chaqueta que le había prestado. El rostro del chico sin duda se veía bastante frío, aunque una frágil y tenue sonrisa fue difícilmente dibujada. Era fácil saber lo triste que estaba; aun así, ninguno de sus compañeros de la facultad tuvo el valor de preguntarle si estaba bien. Prefirieron ser un poco indiferentes al problema y dejar que el tiempo sanara esa tristeza del joven.

Al finalizar el día el chico tomó sus cosas y fue hasta la facultad de Armin, en donde se encontró con él y con Anel. Ambos rápido fueron hasta donde él estaba y le preguntaron si se encontraba bien, pues de buenas a primeras se enteraron de la pelea que hubo entre su amigo y su padre en la noche anterior.

Esto, lejos de impresionar al pequeño, lo avergonzó. La colonia en donde vivían los tres amigos era algo pequeña. Por lo tanto, cualquier cosa de esta índole que sucediera en ella era la comidilla de todos tan pronto fuera viable contarlo.

Zach sólo atinó a decir que todo estaba bien, que no se preocuparan por él. Cuando dijo eso, forzó una sonrisa con sus ojos cerrados que lastimó los corazones de sus amigos, provocó que se arrojaran a abrazarlo fuertemente. Esto hizo que el chico los sujetara de vuelta, pero las lágrimas no salían del todo. Aquel sentimiento continuaba reprimido dentro de él por alguna razón y ambos no sabían por qué.

–¿Qué te parece si nos vamos los tres a cenar a algún lugar que gustes? Yo invito –propuso Anel de manera jovial, trataba de animar al chico. Mas antes de aceptar el joven aclaró un pequeño detalle.

–Está bien, pero primero debo entregarle esta chaqueta a Xerath –al decir esto, el pequeño sacó de su mochila la prenda que el veterano le prestó para que no tuviera frío en el restaurante con recreativas.

–¡Ey! ¡Platícanos qué pasó allá! Quiero detalles –exigió el rubio alegremente mientras abrazaba a Zach, colocó su brazo derecho sobre los hombros de su amigo.




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