El Regalo Involuntario

Quinta Carrera: Empatía

La tarde pasaba relativamente rápido para ser apenas el tercer día de la semana. El viento fresco soplaba por toda la ciudad universitaria, arrastraba algunas hojas secas de los árboles, despeinaba a algunos alumnos, ondeaba las ropas de otros y refrescaba a aquellos que tenían ya tiempo bajo el yugo del poderoso astro padre.

El cielo se encontraba bastante despejado y las nubes se movían rápidamente en él, destrozadas por la todopoderosa corriente de aire que las dejaba tan delgadas como una suave tela desprendible de algodón.

Las ramas de los árboles chasqueaban a la par de la fuerza eólica. Aquello recordaba a los alumnos dentro de las aulas que afuera clima se volvía ligeramente hostil.

A pesar que el aire estaba cargado de un fresco olor a humedad, el cielo no detonaba alguna probabilidad de lluvia. Por otro lado, parecía que el siniestro astro cálido seguiría calentando la ya árida tierra hasta convertirla en lava.

Eran ya las cuatro con cuarenta y un minutos. Las facultades a esas horas se veían algo vacías, se encontraba sólo alrededor algunas caras que parecían estar agotadas o hambrientas.

El joven pelinegro de ciencias químicas no era la excepción. La temporada de exámenes estaba en su auge y, como todos los demás estudiantes, esto lo traía agotado en sobremanera. La tarea para los días a presentar una prueba no sólo era laboriosa, sino que extenuante. Pareciera como si los profesores desearan acabar con la poca vida social y el ocio que deja el estudio para los exámenes.

Por otro lado, la temporada de baseball acababa de comenzar. Los chicos de ingeniería ya habían ganado tres partidos con cierta facilidad, tan sólo faltaba uno más para que puedan pasar directo a las semifinales. Desgraciadamente, el estrés golpeaba a la mayoría de los integrantes del equipo, pues ellos también debían presentar exámenes y hacer tarea. Encima de eso, entrenar para los siguientes juegos.

A pesar de todo ello, y de la importancia de los juegos, Xerath dejaba descansar a la mayoría de los chicos, a excepción de dos de ellos. Mika y Julio, ambos seniors ya. Eso significaba que no tenían exámenes que presentar, pues sólo tienen materias de proyectos y seminarios además del servicio y/o las practicas.

De todas formas, Armin asistía a ver el entrenamiento de estos dos seniors, pues uno de ellos es el motivo por el cual va hasta aquel campo a perder gran parte de su tiempo libre. Gracias a él, Zach también podía ir unos momentos para ver a Xerath sin pena, aunque tampoco sería mucho problema ir sin Armin, ya que él y el coach últimamente comenzaban a platicar por redes sociales más seguido, daban pie a una buena amistad.

Julio y Mika estaban ya muy agotados, corrían alrededor del campo profesional de la universidad, observados por Xerath, el cual tomaba sus tiempos de recorrido con un cronometro de mano y les indicaba cosas que ni Armin o Zach podían escuchar desde sus asientos en las gradas.

Era obvio que al tratarse sólo de ellos dos, el entrenamiento se volvería un poco más estricto porque tenían la total atención del coach.

Armin miraba con atención todo lo que sucedía. En el caso de Zach, él estudiaba un poco o hacia sus deberes allí sentado, con todas las incomodidades que implicaba el fuerte viento, el sol y el constante ruido; pero lo hacía porque de vez en cuando podía levantar la mirada y ver de reojo a Xerath mientras sonreía levemente al hacerlo.

Los pájaros emitían singulares melodías al paso del tiempo. El pasto se movía en patrones que permitían distinguir la corriente de aire. El cielo comenzaba a matizarse de los colores crepusculares hasta volverse de noche, y con la oscuridad, llegó la hora de retirarse de todos.

–¿Vamos a esperar a Xerath? –Preguntó el chico rubio a su amigo, quien estaba guardando sus libros y cuadernos en su mochila, al igual que algunos utensilios.

–Sí, por favor –pidió el joven pelinegro poniendo ojos de perrito regañado a Armin, cuyo gesto provocó que este torciera un poco la boca y levantara una ceja.

–¡Ay! Te acompaño, pero no hagas esa cara.

–¡Gracias, Armin! ¡Eres el mejor! –alabó el más chico a su amigo para luego abrazarlo tiernamente. El alto sólo volteó los ojos en forma de queja.

Ya se había vuelto una especie de costumbre el esperar al coach del equipo para irse juntos a la estación del camión. Ya estando allí, Zach y él se la pasaban platicando, lo que dejaba algo fuera a Armin, no intencionalmente, mas bien él era quien se excluía para que su amigo pudiera entablar más conversación con su enamorado y así hacer crecer la amistad.

Armin creía que eso sólo tendría que hacerlo unas dos o tres veces, por eso no dudo al inicio en ofrecerse a ayudar. Ahora que ya han pasado más de diez oportunidades así, comenzaba a fastidiarse; pero la cara de su amigo y el cariño que le tenía le ganaba a esa flojera.

Los jóvenes esperaron fuera del gimnasio al coach, donde se encontraron con él y Mika en donde ya acostumbraban. Poco después de saludarse formalmente, los cuatro caminaron en la misma dirección. Poco después el senior se separó a mitad del camino, pues él tomaba otro medio de transporte para irse a su casa. Como siempre, el hombre de gafas abrazaba a Xerath antes de irse, le daba unas cuantas palmadas en la espalda a Armin y revolvía tiernamente el cabello de Zach. Eso ya era una total costumbre entre ellos.

Al estar por fin en la estación, Xerath y Zach comenzaron a platicar de pequeñas cosas que ya compartían como: video juegos, series, animaciones, etc. Todo esto recomendado por el coach al pequeño y, aunque al pelinegro no le llamaba la atención en lo más mínimo, éste daba lo mejor de sí para tratar de entrar en el mundo de Xerath introduciéndose a sí mismo a todo tipo de cosas que le recomendase.

Pasó poco antes hasta que la ruta que llevaba al mayor llegara, se despidió de ambos jóvenes y se fue rápido para alcanzar lugar en el transporte.




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