El Regalo Involuntario

Sexta Carrera: Acercamiento

La noche fue larga para los jóvenes. La diversión en la fiesta de celebración de los ingenieros los había dejado casi muertos y lo único que ya deseaban era llegar a casa a dormir, a tratar de pasar la noche sin más.

Fue entonces que por fin Zach arribó a su morada, recibido por su padre quien le esperaba en la entrada del lugar.

El joven se sintió muy nervioso al ver algunas latas de alcohol vacías en el suelo cerca de donde su padre estaba sentado, más aún cuando el hombre se levantó al verlo.

–Llegaste a la hora prometida. Gracias, hijo –Agradeció el hombre de momento para luego acercarse a su hijo y abrazarlo–. Perdón por lo que pasó aquella vez. Estaba muy enojado y me descargué contigo porque estaba preocupado. De verdad creí que algo malo te había sucedido. Siempre que sales tengo miedo de que algo malo te pase –confesó el hombre con una voz que parecía quebraría en llanto.

Zach se quedó pasmado ante la declaración de su padre, lo abrazó de vuelta en aquel momento intimo entre ambos. Por fin el pequeño se podía sentir aliviado, pues las cosas malas con su padre se estaban despejando, hasta que el hombre lo vio directo a los ojos y le observó llorar.

–Papá… hay algo que siempre te quise decir, pero tenía miedo de hacerlo por no saber cómo reaccionarias…

–Eres gay, eso ya lo sé –declaró el hombre, lo que impresionó al pequeño, abrió sus pequeños ojos tal cual platos para voltear a mirar a su padre que aún lo sostenía de los hombros.

–¿Desde cuándo?

–Siempre… –la respuesta provocó que el pelinegro lo abrazara fuertemente en aquel momento. Justo cuando él sintió que era el momento de por fin decirle a su padre aquel secreto, se dio cuenta de que todo ese tiempo el único que lo ocultaba era él–. Zachary, siempre vas a ser mi hijo, sin importar qué, siempre te amaré tal y como eres. Por favor, que nunca se te olvide eso. Sí, ésta no es una vida que te deseo. Me hubiera gustado que fueras como yo o como tus tíos o abuelo; pero esto es algo que sé no voy a poder cambiar. Alguna vez lo intenté y perdí a mi mejor amigo. A alguien que era como un hermano para mí. No voy a perder a mi hijo de la misma forma –las lágrimas por fin salieron de los ojos del padre, quien seguía sosteniendo fuerte a su pequeño.

–¡Gracias en verdad! ¡Esto es lo mejor que sin dudas me ha pasado! ¡Muchísimas gracias, Papa! –Sollozaba Zach tratando de respirar y controlarse un poco a pesar de toda la felicidad, tristeza y emoción que sentía.

Ya después de un rato Zach y su padre decidieron que era hora ya de dormir y ambos se fueron a sus respectivas habitaciones, esa noche pudieron dormir tranquilamente sin que nadie los molestase más.

Al día siguiente todo parecía ir normal. Todos se levantaron e hicieron sus actividades como era costumbre, hasta que la familia se reunió en la mesa para desayunar, en donde el padre, después de dejar a todos comer un poco en paz, alzó la voz para comenzar la conversación y llamar la atención de sus hijos.

–Hijos, tengo que hablar con ustedes –expresó el hombre con una voz ronca y seria, además de nerviosa. Tomó un suspiro antes de iniciar–. Primero que nada, quiero que sepan lo mucho que los amo a los tres por igual. Siempre voy a quererlos, así como son y eso nada ni nadie lo va a cambiar. Segundo, deseo disculparme por todos los problemas que las discusiones entre su madre y yo han traído a la casa. Me siento avergonzado de muchas maneras por todo lo que han tenido que ver y soportar. Espero puedan perdonarme –explicó el hombre con la mirada baja, después vio con timidez a sus hijos y recibió la mano de la mayor junto a una sonrisa.

–Papi, nosotros siempre vamos a amarte también y por supuesto te perdonamos. Ojalá nosotros hubiéramos podido hacer algo también –respondió la chica tiernamente. Aquello provocó que el hombre comenzara a querer llorar, mismo que trató de evitarlo él cómo le era posible.

–Gracias. No tienen idea de lo mucho que significa para mí. Lo tercero y último, es que ayer que hice las paces con su hermano Zach me dijo algo que posiblemente quiera compartirles ahora… si se siente listo –dijo el hombre a la par que veía al pelinegro y lo invitaba a hablar.

El chico no sabía si realmente era un buen momento para decirlo. Se sentía feliz y valiente en aquel instante, mas la idea de ya comenzar a revelarlo, así como así a todos, era bastante difícil de digerir aún.

–Soy gay –aun con todas esas dudas, el joven se aventuró a decirlo a dos hermanos. Las palabras provocaron que el pequeño soltara su cubierto que usaba para comer, sin dejar de ver su plato.

–¡Oh! Hermanito, yo ya lo sabía. Me alegra mucho que por fin hayas tenido el valor de decirlo –expresó la hermana de Zach muy feliz y le dio su mano para que la sostuviera, así como lo hizo con su padre al pedir perdón.

–Zach, en esta casa te queremos todos por quién eres y eso nunca será diferente. Que seas gay no cambia nada aquí –reafirmó el padre a su hijo, pero luego todos escucharon como el hermano menor del pelinegro se levantaba de la mesa y se retiraba para tomar su mochila, y así comenzar a irse sin decir nada, con un notorio rostro lleno de ira.

–Tengo cosas qué hacer. Adiós –declaró el pequeño solo para oír cómo su padre le ordenaba volver sin que éste hiciera caso, hasta que el hombre trató de pararse, detenido por la hija, la cual negó con la cabeza al momento que el hombre la miró para saber por qué no lo dejaba ir tras él.

Lo que pasó destrozó a Zach, se encogió en su asiento y miró a la mesa triste, lloraba mientras era abrazado por su hermana y padre.

–Dale tiempo. Ya entenderá –explicó el padre a su hijo, lo que dejó que éste se sintiera un poco más tranquilo de momento.

Luego de unos momentos, Zach levantó los platos sucios de la mesa y los lavó en el fregadero él solo. Mientras hacía esto, su padre y hermana se arreglaron para ir a trabajar y salir de paseo con sus amigas respectivamente. Por otro lado, Zach no tenía planes para el fin de semana, por lo que llamó a Anel, en favor de preguntarle que si podía ir a su casa.




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