El Regalo Involuntario

Tredécima Carrera: El Regalo Involuntario.

La alarma sonó tan fuerte como lo haría un horrido rechinido de un auto veloz que frena en seco. La luz mercurial entraba tenuemente por las persianas iluminando las lonjas hacia la habitación, mismo brillo que se desplazaba por las paredes del lugar cálidamente.

El ambiente era siniestro y pesado, pues en la recamara no había nada más que dos buros, una cama, un armario y un televisor algo viejo. Una bella alfombra ya tratada por el tiempo estaba debajo de la base que sostenía el suave colchón, cubierto aquel por un pomposo edredón y envuelto en una sábana.

Por debajo de aquellas mantas se encontraba Rodri, quien despertó y apagó su teléfono móvil notando que apenas eran las cinco de la mañana: altas horas de la madrugada en el sitio, cuyo sol todavía no se asomaba.

El joven estudiante de ingeniería se levantó para revelar su cuerpo atlético, pues sólo llevaba su ropa interior puesta, un bóxer para ser preciosos. Él caminó por la habitación, tomó su ropa y comenzó a ducharse dejando que la fría agua tocara su piel y bañara su ser, con los ojos cerrados y su rostro dirigido a la boca de la regadera. Poco después el hombre salió de la ducha, se secó el cuerpo, fue al espejo en donde se lavó sus dientes y, una vez que escupió la pasta, volteó a ver su reflejo, donde notó que un poco del dentífrico seguía en el filo derecho de sus labios.

Rodri vio sus ojos por unos momentos pensando en lo ocurrido durante los últimos meses. Hecho eso, volteó hacia un calendario en la pared, cuyos días pasados estaban tachados, marcado el día de mañana con una estrella que tenía sobrepuesta la imagen de una espada dentada que rompía una especie de partisana. El joven, al ver esto, suspiró profundamente, tomó un marcador y marcó el día en el que estaba con una cruz.

Sus ojos volvieron a su reflejo y se limpió la mancha de pasta dental que tenía en el rostro. Luego habló para sí mismo.

–El día está muy cerca. Me pregunto: ¿Estaré listo para ello? –Dijo en aquel lugar solitario, salió del baño y se arregló para ir hacia la facultad. Regresó a ver su casa antes de abandonar la vivienda, apretó un poco los ojos y cerró la puerta detrás de él poniéndole su respectivo seguro encaminándose hacia su destino.

El día era soleado, pero a pesar de eso, el frío finalmente había arribado al estado en donde vivían los muchachos. Se podía sentir la brisa fresca y cómo un ligero manto de nubes estaba a punto de llegar a la ciudad en algunas horas. En las noticias locales se había anunciado que pronto un poderoso frente frío golpearía la ciudad, por lo que advertía a la gente a tomar precauciones, sobre todo el día de mañana que es cuando estará en total vigor aquel cambio climático.

Por el momento todos tenían chaqueta o sweater, algunos bufanda y hasta guantes, porque en verdad comenzaba a sentirse el frío bastante penetrante, más porque hasta el día anterior el clima era semi cálido.

Zach todavía seguía en casa acompañado de toda su familia en el desayuno, comía ellos alegremente a la par que compartían las experiencias de la semana y sus expectativas para el día de hoy. El universitario estaba más que emocionado, pues en ese día saldría con Xerath en una cita. La emoción le llenaba su corazón tanto que no dejaba de palpitar a un ritmo acelerado, junto a un hueco situado en la boca de su garganta creado por los nervios. Eso sí, la cara de felicidad del chico nadie podía pasarla por alto, todos en su hogar notaron esto y le hicieron comentarios sobre el hecho de estar bastante alegre y bromeando un poco sobre la situación.

Al final, todos salieron de casa, la madre de Zach le dio la bendición a su hijo, lo abrazó fuertemente y le recordó lo mucho que lo ama para desearle que hoy fuera un excelente día en la vida del pelinegro.

Fuera de su casa, Anel y Armin esperaban a Zach, el cual los recibió con una enorme sonrisa en su iluminado rostro. Los dos jóvenes lo saludaron con mucho cariño y comenzaron a caminar hasta llegar al autobús, el cual iba prácticamente vacío. Ahí la obvia platica dio inicio.

–Hoy es el gran día, Zach –comentaba Armin–. Por fin vas a tener una verdadera cita con Xerath; y, por lo que nos contaste, es seguro que te vaya a decir que le gustas –terminó de rectificar el rubio, lo que provocó que Zach se pusiera bastante colorado.

–E-estoy muy nervioso. No sé qu…

–¡No! –Tajó Anel, casi gritando a todo pulmón en el medio de transporte–. ¡Déjate ya de pendejadas, Zach! Es más que obvio que le gustas a Xerath. Aquí no hay puntos intermedios en lo que ha pasado contigo y él, bato. Hoy se te va a declarar, de eso todos estamos conscientes. Y a ti te gusta, un chingo. Por eso, vas a decirle que Sí y vas a dejar de formarte ideas de que el mundo está en tu contra o que no mereces ser feliz –reprimió Anel a Zach con una voz que se notaba algo desesperada o fastidiada.

–¿Cuándo yo dije…?

–¡No me importa! Sé que lo piensas de vez en cuando y eso está mal. ¿Entiendes? Mereces ser feliz a pesar de todo. Hoy un hombre guapo, lindo y que te quiere está a punto de pedirte que seas su novio. No la cagues con tu actitud de mustia diciéndole: «Ay, es que no sé, porque apenas nos conocemos» o algo similar –las palabras de la chica eran duras, de hecho, hicieron que el pelinegro bajara la mirada con algo de tristeza, mas se dio cuenta que en realidad su amiga estaba preocupada por él, que en serio deseaba verlo feliz y al final de cuentas, ella tenía razón en lo que decía.

Ya era hora para dejarse de estupideces y faltas de autoestima. Todo le estaba ya yendo de maravilla, era el momento perfecto para salir al mundo y declarar que puede ser feliz a pesar de cualquier cosa. Sin duda alguna, si Xerath se le confesará a Zach o le diera indicios directos sobre sentimientos amorosos hacia él, el pelinegro no se lo pensaría dos veces y le revelaría todo lo que sentía por él.

–Tienes razón, voy a tomar al toro por los cuernos. ¡Le voy a decir lo que siento tan pronto él lo haga! –Juró el chico impresionando a Armin en el instante que vio confiado a sus amigos.




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