El Regalo Involuntario

Decimocuarta Carrera: Juego de Furia

El momento más esperado del año para los jugadores de baseball en la universidad había llegado. El final de temporada estaba justo a unas horas de iniciar, y, aunque todavía era muy temprano en la mañana, se podían sentir los nervios de algunos jugadores del equipo de ingeniería.

Algunos, como Sam, estaban muy confiados de poder ganar sin problemas. Otros, como Xerath, trataban de dilucidar la mejor estrategia o si deberían hacerse cambios a última hora en el orden de los bateadores o posicionamiento de los chicos en las bases. Por último, los restantes se encontraban sumamente nerviosos, como Mika, pues ese era el día especial que tanto estaba esperando, el mismo donde cumpliría su promesa a su coach y amigo, a la persona que más amaba en ese momento. En esa fecha él se levantaría con la frente en alto para declararse invicto y campeón de la universidad a la que asistía, daría por sentado su título de veterano y su palabra hacia el hombre que le había sacado de aquel abismo de amargura en el cual estaba metido.

No obstante, había más personas pensando en el juego de aquella ocasión: Los fans. Entre ellos, se encontraba Zach, quien no podía esperar a ver triunfar al equipo de su ahora novio, le echaría muchas porras y le daría un montón de besos por todo su rostro tan pronto se levante como campeón con su equipo.

Es esos momentos la noticia del noviazgo entre el pelinegro y el coach de ingeniería era sólo conocida por tres personas: Zach, Xerath y Rodri. Este último se enteró por sus medios, por lo que se ha de destacar que los chicos no saben que él estaba enterado de su relación a «escondidas». El día anterior, en el festival, el moreno los oyó conversar y sintió cómo su corazón se trozó en varios pedazos, pues pensaba únicamente en Mika, a quien juró no dejar que le lastimaran.

Ya era demasiado tarde para cumplir en su totalidad con aquello que prometió.

Rodri, aunque también pertenecía al equipo, no estaba pensando en el juego, sino en las terribles consecuencias que podría traer la «buena nueva» a su amigo senior.

Él sabía que debía evitar que lo supiera, pero no era muy fanático de las mentiras. Por ello, sentía que lo mejor era decírselo de una manera en la que él no lo tomara para mal, posiblemente antes del juego, cuando todo haya pasado. Para ello, tenía que mantener a Xerath y Mika alejados, no debían de verse para nada en ese día antes del juego o las cosas se pondrían feas.

El chico de piel morena iba con su mirada seria, su mochila y uniforme hacia la facultad, apresurado para llegar antes que los jóvenes a la casa de estudios, en donde seguramente se encontrarían antes del juego.

Mika, por su lado, continuaba en su casa, se arreglaba para el gran día, a la par que trataba de no presionarse por lo que representaba el juego de la noche.

Su padre, el cual fue a buscarlo a su habitación, lo atrapó viéndose al espejo, preocupado por lo que podría pasar si fallaba. Mika sostenía entre sus manos el teléfono que le había comprado a Xerath, envuelto éste en papel de regalo de color azul con un poco de chiffon atado a un listón de color celeste.

–¿Mikael? ¿Todo bien? –Preguntó el hombre al ver mortificado a su hijo.

–P-por supuesto que sí, Papá –respondió Mika, al mismo tiempo que ocultaba el regalo para su amigo.

–Sabía que ese móvil no era para ti.

–No, es para Xerath.

–No deberías consentir tanto a tu novio…

–Aún no es mi novio, Papá –afirmó Mika con un tono que denotaba algo de molestia.

–¿Qué? ¡Entonces no deberías de darle un regalo tan caro!

–Pero quiero dárselo. Me ha ayudado tanto en estos días, más en el entrenamiento y todo lo referente a la facultad. Gracias a él me siento muy feliz –las palabras del senior ponían a su padre enternecido, pues sentía gran alegría al saber que su hijo se hallaba tan enamorado nuevamente.

–Está bien, sólo prométeme que será el único hasta que sea tu novio o te de algo de un valor similar.

–Lo prometo, en serio.

–Hoy vas a triunfar en el campo de juego como nunca. Perdona por no poder asistir, en verdad –mencionaba el adulto con una voz llena de tristeza al momento de poner su mano derecha en el hombro de su hijo, mismo que acarició suavemente.

–¡Estaré bien! –Aseguró el deportista con alegría–. Traeré a casa el trofeo para que lo presumas a Alma –prometió Mika, lo que puso muy contento al hombre alto y le hizo sonreír plenamente.

–Estoy muy feliz de que Alma y tú se hayan llevado tan bien. He pensado… sé que es muy pronto, pero, tal vez, podría venir a vivir con nosotros una temporada… –todo esto logró que Mika volteara directo a observar los ojos de su padre con una de sus cejas arqueadas y la boca torcida–. ¡Está bien! Capté la idea. Sabía que era muy pronto.

–No… –tajó Mika mientras bajaba la mirada hacia el regalo de Xerath–. Creo que es un buen momento para que ella pueda venir aquí. Incluso, si puede ser hoy, mejor, para celebrar los tres la victoria de mi equipo –sugirió el novato, para luego ser abrazado por su padre, agradeciéndole su comprensión y apoyo.

–No tienes idea de lo que significa esto para mí, hijo.

–Siempre estaré para apoyarte, papá. No sé porque dudas de mí.

–Por supuesto que no lo hago, sólo necesitaba hablarlo contigo antes. No quiero que estés incómodo.

–Estoy más incómodo cuando te vas por dos o tres días sin decirme a dónde realmente te diriges… Prefiero que estemos juntos. Alma me cae bien, dudo que se convierta en una madrastra malvada de la nada.

–No tienes idea. ¡Ja, ja, ja! –Ambos rieron al terminar de mencionar aquello. El joven continuó con su rutina antes de irse a clases, ya con el uniforme y todo listo, tomó el bate que Xerath le había regalado aquel día que le prometió ganar el torneo invicto.

Las horas dieron paso y las clases comenzaron a ser atendidas por todos, menos por Rodri, pues se la pasaba cerca de Mika para cuidar que no se acercara a Xerath. Era menester el que no se encontrasen antes del partido, no quería que las emociones del novato inundaran el juego como temía. Mas tampoco deseaba verse muy obvio. Las cosas se complicaban un poco conforme pasaba el tiempo y, por suerte para el veterano, ya faltaban sólo tres horas para que el juego comenzara, por lo que los chicos de baseball tendrían una ya acordada junta sobre lo anteriormente planeado para la estrategia del juego.




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