Sentados entre las fronteras de este paréntesis global,
esperamos en el punto exacto,
sintiendo el impulso previo a saltar,
y lo único que sabemos,
es que no conocemos el cambio, pero el cambio nos reconocerá.
No seremos los mismos,
aunque nos aferremos a la esperanza de una estación segura,
la quietud nos ha perturbado,
la mortalidad ha revelado su rostro caído,
y las fortalezas han colapsado,
bajo el peso de un ejército desconocido.
¿Quiénes seremos cuando el bullicio haya regresado?
La rutina esperará a un viejo amigo,
pero ya no seremos compatibles con nosotros mismos,
hemos hurgado profundo en nuestros miedos,
y es ahí donde hemos encontrado el cambio, la ley del universo.
¿Recordaremos lo que hemos aprendido?
Que la paradoja de la vida es que todo es eterno, menos nosotros mismos,
aún así, la tortura no es morir,
la tortura es vivir creyendo en la burla de un pulso eterno,
cuando el regalo de la vida es saber, que solo este segundo es nuestro.
Nos va a dejar cicatrices tanto silencio,
nadie puede sumergirse en sí mismo y salir indemne,
pero, si tenemos suerte, seremos diferentes,
caminaremos más despacio, perseguiremos menos formas caprichosas,
y atesoraremos la belleza de un abrazo simple en el diluvio.
Nadie va a decir que esto era necesario.
La sabiduría no endulza la sal de una sola lágrima.
pero todos pensaremos que hay un fruto dulce en esta cosecha amarga,
porque ahora hemos entendido que la vida es delicada,
y aún con todas sus contradicciones,
la vida es, al final, el regalo más tierno,
aunque sea nuestro apenas por un momento.
Esther Ruiz Saldaña.
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