Capítulo 3
El beso de la serpiente.
El amanecer se arrastró sobre el lago como una sombra diluida, pero en la cabaña de Elian, el sol ya no traía consuelo. La chimenea se había apagado hacía horas, y el aire olía a humedad, a flores podridas y a algo más… algo metálico.
Elian despertó con el corazón latiéndole en los oídos. Había tenido pesadillas: veía a Liora entre la bruma, deslizándose sobre el suelo sin mover los pies, con la piel blanca y los ojos vacíos. Pero lo que le heló la sangre fue lo que vio luego.
Liora estaba de pie junto a la ventana, completamente desnuda. Su silueta pálida era casi irreal.
—¿Liora? —murmuró él, apenas atreviéndose a respirar.
Ella no respondió. Tenía la mirada clavada en el bosque.
—¿Qué haces ahí? Hace frío —dijo, y al intentar levantarse sintió el ardor en su pecho.
Bajo la piel, las marcas de la noche anterior estaban más oscuras. Como si las mordidas hubieran florecido.
—Estaba escuchando —susurró ella, sin volverse—. El bosque habla. Dice mi nombre… y el tuyo.
Elian tragó saliva, observando la forma en que su cuerpo parecía tensarse al decirlo.
—¿Qué escuchas exactamente?
Liora giró lentamente la cabeza. Sus ojos brillaban con un fulgor antinatural, un destello dorado en medio de la penumbra.
—Que la muerte nunca se fue. Que está dentro de mí.
Él se levantó, temblando, y se acercó con cuidado. Su instinto le decía que debía huir, pero su corazón lo empujaba hacia ella, como si algo invisible lo arrastrara.
Cuando estuvo lo bastante cerca, Liora sonrió.
Esa sonrisa que una vez fue su hogar.
Su piel estaba fría, pero su toque lo quemó. Lo atrajo hacia ella, lo envolvió en un abrazo que olía a tierra mojada y a un perfume que ya no era humano.
—No quiero perderte otra vez —dijo ella, rozando sus labios contra los suyos—. Prometiste amarme, incluso más allá de la muerte.
Y él, con lágrimas contenidas, la besó.
Al principio, fue un beso dulce, melancólico. Pero pronto se tornó salvaje. Liora lo apretó con fuerza, sus dedos clavándose en su nuca. Elian sintió que algo lo drenaba, una sensación de vacío que le robaba el aire.
—Liora… —jadeó, intentando separarse.
Ella lo miró con los ojos encendidos.
—Shh… aún no.
Sus labios bajaron a su cuello. Elian sintió el roce de algo húmedo y helado, luego el dolor.
Una punzada aguda, breve, deliciosa y aterradora al mismo tiempo.
Él se estremeció, atrapado entre el placer y el miedo.
Pero de pronto, Liora retrocedió.
Su cuerpo se arqueó con violencia, y un sonido espeso escapó de su garganta.
—¡Liora! —Elian se acercó a ella.
Ella se tapó el rostro, temblando. Sus uñas, largas y negras, rasgaron su propia piel.
La carne se abrió… y debajo de la piel, algo se movió.
Una forma, una sombra serpenteante bajo la carne.
Elian cayó de rodillas.
—¿Qué te está pasando?
Liora levantó la cabeza. Su rostro estaba cubierto de lágrimas oscuras.
—La bruja... me cambió. Me ató a algo antiguo. Algo que me usa cuando duermo.
Elian intentó tocarla, pero ella retrocedió, como si temiera dañarlo.
—Por las noches —dijo, su voz quebrada—, no soy yo. Escucho los gritos, pero no puedo detenerlo. Algo dentro de mí tiene hambre.
Elian la abrazó sin pensarlo, ignorando el olor a muerte, la humedad, el temblor en su cuerpo.
—Vamos a solucionarlo. Te juro que te ayudaré.
Ella rió débilmente, una risa que se transformó en un sollozo.
—¿Ayudarme? Nadie puede salvar lo que ya no pertenece a este mundo.
Elian la sostuvo con fuerza, sus manos recorriendo su espalda hasta que sintió un temblor… una textura distinta bajo la piel, escamas.
—Liora…
Ella lo miró, con ojos en los que se mezclaban el amor y la desesperación.
—Te advirtió que la muerte nunca devuelve lo mismo que toma.
Y entonces lo besó de nuevo, desesperadamente, con la fuerza de quien intenta recordar lo que fue humano.
La noche cayó antes de que se dieran cuenta. Afuera, el viento azotaba los árboles y la lluvia golpeaba el techo de la cabaña.
Elian encendió la chimenea, intentando aferrarse a la normalidad, pero Liora no volvió a hablar. Permanecía sentada frente al fuego, inmóvil, mirando las llamas con un brillo extraño.
Él la observó desde el umbral del dormitorio.
Había algo hipnótico en su quietud. Algo que lo atraía y lo repelía a la vez.
De pronto, ella habló:
—Hay algo que debes saber.
Elian se acercó, con cautela.
—Dímelo.
—No fui yo quien te buscó —susurró—. Fue ella. La que me trajo de vuelta. Dijo que tú pagarías el precio.
—¿La bruja?
Liora asintió lentamente.
—Dijo que, cuando el amor muere, se alimenta del miedo del que queda atrás. Que mi regreso sería tu condena.
Elian la tomó de la mano.
—No lo permitiré. No te perderé otra vez.
Ella lo miró, y por un instante, pareció que una chispa humana regresaba a sus ojos.
Pero solo por un instante.
El fuego parpadeó y las llamas se tornaron azules. Una sombra se arrastró por las paredes, dibujando figuras imposibles.
Elian se giró, alarmado.
—¿Qué es eso?
Liora se puso de pie. Su cuerpo se curvó y de su espalda salió algo que no debía existir.
Una cola, oscura, escamosa.
Elian retrocedió.
—Liora…
Ella sonrió, mostrando sus colmillos.
—Tengo hambre.
En ese instante, la puerta se abrió con un golpe de viento. El fuego se extinguió y todo quedó en penumbra. Elian corrió hacia la chimenea, buscando una antorcha, pero Liora ya no estaba frente a él.
Solo el sonido de algo deslizándose por el suelo.
—No te escondas, amor —dijo, su voz dulce y aterradora a la vez—. Dijiste que estaríamos juntos por siempre.
Elian giró justo a tiempo para verla en el techo, suspendida, con el cuerpo semihumano y los ojos resplandeciendo.