El Regreso de la Esposa Muerta

CAPÍTULO 5. El amor que desafía la muerte.

Capítulo 5

El amor que desafía la muerte.

Liora lo besó. Esta vez, sin compasión, sin miedo. El aire se volvió espeso, el lago se revolvió desde su centro y el cielo se llenó de cuervos.

La unión fue un pacto silencioso. Elian sintió su energía desvanecerse, pero también su corazón encenderse como nunca antes. Liora gimió entre lágrimas, tratando de detenerse, pero su naturaleza la arrastraba.

Cuando todo acabó, Liora se apartó de él.
Su boca manchada de sangre, su mirada vacía, perdida en la bruma oscura que la ennegrecía.

—Perdóname —susurró, temblando—. Te estoy destruyendo.

—No, amor. Me estás completando —dijo Elian, con la voz casi muerta.

Ella sollozó, y desapareció en la niebla espesa y oscura antes del amanecer.

Elian quedó tendido junto al lago, con la piel fría y el pecho cubierto de marcas negras.

A lo lejos, el canto regresó… una melodía dulce, trágica, que arrastraba las almas de quienes la escuchaban.

Esa noche, tres hombres del pueblo desaparecieron.

Al día siguiente, sus cuerpos fueron hallados flotando boca abajo en el río, pálidos como cera, sin una gota de sangre.

Elian observó desde la distancia, el rostro pálido, los ojos hundidos. Sabía quién lo había hecho. Sabía que ella no podía resistirse.

Y aun así, esa misma noche volvió al lago.

Porque el amor, cuando se mezcla con la muerte, no entiende de advertencias.

La niebla no se disipó durante días. El sol salía opaco en las mañanas y los perros aullaban hasta quedarse afónicos.

El pueblo entero hablaba de los cuerpos hallados en el río, de las marcas extrañas en sus cuellos, de los ojos vacíos que aún parecían suplicar. Las mujeres no salían después del ocaso y los hombres armaban hogueras cerca de las casas, convencidos de que algo acechaba en el bosque.

Elian los observaba desde lejos, con la mirada perdida, la piel pálida y las manos temblorosas.

Cada noche despertaba con las sábanas húmedas de sudor y sangre. Cada amanecer, encontraba huellas fangosas en el suelo de la cabaña, un perfume dulce flotando en el aire y el eco de una risa femenina entre las paredes.

Sabía que ella volvería. Liora siempre volvía.

Pero ya no sabía si era la mujer que amaba… o la sombra que lo devoraba lentamente.

Aquella tarde, fue al pueblo. Necesitaba distraerse, o al menos fingir que aún pertenecía a ese mundo.

El carnicero lo miró con desconfianza; la panadera le negó el saludo.
Solo la anciana del pozo, una mujer casi ciega, se le acercó y le habló con voz quebrada:

—El amor que desafía a la muerte siempre deja ruina a su paso.

Elian la observó con una mezcla de rabia y dolor.

—¿Qué sabe usted del amor?

—Nada —dijo ella, con una sonrisa sin dientes—. Pero sí conozco a la muerte. Y sé cuándo lleva un rostro hermoso.

Elian dio media vuelta sin responder y regresó al bosque.

La lluvia comenzaba a caer, fina, persistente, arrastrando el olor del río hasta la cabaña.

Al llegar, todo estaba distinto. El fuego de la chimenea estaba encendido y sobre la mesa había flores frescas, las mismas que Liora cultivaba cuando vivía.

Elian se quedó paralizado.

—Liora… —susurró.

Ella estaba allí, sentada frente al fuego, con el cabello húmedo, la mirada melancólica.

—Volviste —dijo él, acercándose lentamente.

Liora sonrió.

—Nunca me fui del todo.

Elian la rodeó con los brazos, y por un momento creyó que el mundo se había detenido.
Su piel seguía fría, pero su abrazo lo hizo sentir vivo.

La besó, con miedo y deseo mezclados, con la urgencia de quien teme que el amanecer lo borre todo.

—Te amo —susurró él contra sus labios.

Ella cerró los ojos.

—No digas eso… cada vez que lo haces, algo dentro de mí despierta. Algo que me hace daño.

Elian la sostuvo del rostro, mirándola con ternura.

—No te voy a abandonar, Liora. No lo haré otra vez.

Ella sonrió, pero en su sonrisa había tristeza.

—No soy la misma, Elian. Hay algo más dentro de mí. Una voz. Una sed. Algo que regresó conmigo desde que me trajiste.

—Lucharemos contra eso y contra quien se interponga.

Liora bajó la mirada. Triste, rota.

—No entiendes. Esa voz no quiere que luches. Quiere que la alimentes. Quiere tu alma, Elian y no se callará hasta que la obtenga.




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