El Regreso de la Esposa Muerta

CAPÍTULO 9. El regreso de la esposa muerta.

Capítulo 9

El regreso de la esposa muerta.

La marca respondió con un grito. Una voz múltiple, furiosa, salió de su piel. Elian cayó al suelo convulsionando, mientras sombras salían de su cuerpo y se disolvían entre los árboles.

Cuando todo terminó, el amanecer ya había teñido el cielo de gris. Elian permanecía de rodillas, exhausto, con el pecho ardiendo y la daga aún en la mano.

El aire olía a ceniza y a algo más… el perfume de Liora.

Levantó la vista. A pocos pasos, sobre el suelo húmedo, había unas huellas de pies descalzos marcados en sangre.

Y el susurro regresó, dulce, irresistible:

"Aún no me has dejado entrar del todo, amor. Pero pronto… lo harás."

Elian cerró los ojos. Sabía que la bruja tenía razón. La marca ya respiraba dentro de su piel.
Y cada exhalación lo hacía un poco menos humano.

El sol apenas despuntaba cuando el sonido de pasos arrastrados cruzó el sendero que llevaba a la cabaña. Elian estaba en el umbral, con la camisa pegada al cuerpo por el sudor y la marca latiendo como un corazón ajeno.

Entonces la vio.

Liora.

De pie frente a la puerta, vestida con el mismo vestido blanco con el que la había enterrado.
Sus pies estaban descalzos, cubiertos de barro; su cabello negro, húmedo y brillante, le caía sobre los hombros como una cortina de sombras.

—Volví a casa —susurró con voz serena, y esa calma fue más aterradora que cualquier grito.

Elian no supo si temblar o caer de rodillas. Todo su cuerpo ardía, la marca en su pecho se iluminaba bajo la piel, respondiendo a su presencia.

Ella sonrió, acercándose con una lentitud inquietante.

—¿No me abrazarás, amor?

Elian extendió los brazos hacia ella. La sintió tibia, real… pero su respiración no tenía ritmo. Era como sostener algo que imitaba tener vida.

Ella apoyó la cabeza en su pecho.

—Prometiste no dejarme sola —dijo suavemente, y él juró sentir los dientes rozando su cuello antes de que ella se apartara.

Pronto, el rumor se extendió en todo el pueblo. Antes del mediodía, los aldeanos lo susurraban:

“La mujer de Elian ha vuelto.”
Primero fueron murmullos, luego miradas, y por la tarde, los aldeanos comenzaron a subir el camino al bosque.

Nadie creía del todo lo que oían, hasta que la vieron.

Liora, en el jardín, peinando su cabello frente a la ventana.

El mismo rostro, la misma sonrisa. Pero sus ojos… sus ojos eran demasiado oscuros, demasiado fijos.

Una anciana del pueblo se persignó.

—María purísima. Eso no es humano.

Elian salió a su encuentro, intentando calmar la tensión.

—Mi esposa estuvo enferma. No estaba muerta… fue un error.

Pero las palabras cayeron vacías. Los hombres del pueblo lo miraban con miedo.
Una mujer alzó la voz:

—¿Entonces cómo explicas a los muertos del río, Elian? Fueron cinco en apenas tres noches… y todos con el cuerpo frío como piedra.

Elian sintió el peso de todas las miradas.

—Yo… no lo sé. Pero no fue Liora.

—¿Y ella? —preguntó otro aldeano—. ¿Por qué no sale cuando cae la noche? ¿Por qué su sombra no se refleja en el agua?

Elian giró hacia la casa. La ventana estaba abierta, y Liora los observaba desde dentro. Sonreía, tranquila.

La marca en el pecho de Elian ardió como fuego.
Por un instante, el mundo se distorsionó: vio a los aldeanos de pie frente a él, pero sus rostros parecían derretirse, deformarse en una masa de ojos vacíos.

"No los escuches," susurró la voz dentro de él.
"No te quieren ver feliz. Solo quieren separarnos otra vez."

Elian apretó los puños.

—¡Basta! —gritó, y los murmullos cesaron.

El silencio fue tan denso que ni el viento se atrevió a moverse.

Los aldeanos retrocedieron lentamente, persignándose.

Cuando se fueron, Elian sintió las piernas ceder.
Apoyó la frente en el marco de la puerta.
Dentro, Liora lo esperaba.

—Ellos no entienden nuestro amor —murmuró, acercándose despacio—. Pero pronto lo harán.
Sus dedos rozaron la marca, y el dolor se volvió placer nuevamente.

—Déjalos venir, Elian. Que todos vean lo que puede hacer el amor cuando se niega a morir.

Esa noche, el bosque volvió a oler a sangre.
Y, mientras el pueblo dormía, alguien caminó entre las casas dejando un rastro de pétalos marchitos y cuerpos sin aliento.

Elian despertó cubierto en tierra húmeda, sin recordar cómo había llegado al río.

En el reflejo del agua, por detrás de su rostro, se veía el de Liora… sonriendo.




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