Capítulo 14
La sombra que los observa.
Al amanecer, el humo se alzaba como un velo denso sobre los restos del pueblo. Las casas ardían todavía en los bordes del bosque, y entre el resplandor rojizo del fuego, los aldeanos parecían figuras deformes, atrapadas entre el miedo y la locura. Algunos aún gritaban el nombre de Liora, como si exorcizar su sombra bastara para limpiar sus almas de lo que habían visto durante la noche.
Pero el mal no se había marchado. Solo había cambiado de forma.
Elian los observaba desde el límite de los árboles. Sus ojos, enrojecidos por noches sin dormir, apenas distinguían lo real de lo imaginario.
Cada rostro que veía entre las llamas se descomponía en gestos irreales: sonrisas que se torcían, miradas huecas, dedos que parecían alargarse hacia él.
El murmullo del bosque era un coro.
“Nos traicionaste.”
“Ella no debería haber vuelto.”
“Eres uno de nosotros… o de ellos.”
Elian se llevó las manos al rostro, temblando. Sentía la piel arder bajo sus dedos.
—No… no estoy loco —susurró.
Pero Liora estaba allí, de pie junto a él, con el cabello flotando como si una brisa inexistente la envolviera. Su voz era un eco, un susurro dentro de su mente.
—Te advertí, Elian. Ellos no comprenderán. El fuego es su única lengua.
—Tú… tú los hiciste verte a ti misma como una bestia. ¡Esto es tu culpa!
—Yo no lo hice —respondió ella, con una sonrisa casi tierna—. Ellos ya lo creían desde antes.
Elian retrocedió, sintiendo miedo al ver el verdadero rodtro de Liora py su pie tropezó con algo blando. Miró hacia abajo, un cuerpo. Uno de los hombres que había intentado atacar la cabaña, ahora con los ojos abiertos y una mueca de terror en el rostro. No tenía heridas visibles, solo la piel pálida, drenada.
—¿Qué has hecho? —gritó él.
Liora lo observó con una calma que helaba la sangre de Elian.
—Nada que tú no hubieras hecho por mí.
Una risa, seca y áspera, rompió el silencio detrás de ellos.
Desde la penumbra del bosque, una figura se deslizaba con pasos lentos. La hechicera.
Elian sintió que el aire se volvía más pesado, el corazón golpeándole en los oídos.
Ella sonrió, mostrando los dientes manchados por algo parecido a la sangre humana.
—Qué hermosa ruina has tejido, muchacho. Has hecho justo lo que esperaba.
—¿Qué dices? —Elian retrocedió, con el miedo clavado en la garganta—. Dijiste que podías traerla de vuelta.
—Y lo hice —replicó ella, acercándose—. Pero la muerte no regresa sin cobrar un precio. Y tú... fuiste un pago muy valioso.
Elian sintió el suelo moverse. Liora lo tomó del brazo, pero su tacto era frío, demasiado firme.
—No la escuches —susurró—. Ella miente.
La hechicera soltó una carcajada.
—¿Miento? ¿O temes que él recuerde lo que realmente eres? Dile, Lamia, ¿De dónde viene esa voz que se arrastra por las noches? ¿A quién pertenece la sombra que se acuesta a su lado?
Elian la miró, confundido. Liora evitó su mirada.
—No… no la escuches.
Pero en su voz había un temblor que no supo esconder.
El suelo tembló levemente. El humo del pueblo ardiente empezó a filtrarse entre los árboles como una niebla espesa. En ella, las figuras de los aldeanos se deformaban, gritando, buscando a su enemigo. Algunos cargaban antorchas, otros cuchillos. Todos con la misma expresión: el miedo absoluto.
La hechicera extendió una mano hacia Elian.
—Ya no puedes huir, hijo de la necedad. Has abierto la puerta y el velo no se cerrará. Pero aún puedes elegir de qué lado quedarte. Muere como junto a los de tu clase o vive a mi servicio para la eternidad.
Su voz era como una campana rota, resonando dentro de su mente.
—Puedes romper el vínculo antes de que sea demasiado tarde. Tómala a ella… o tómate a ti mismo.
Elian se llevó las manos a la cabeza, ahogando un grito. Veía fragmentos: la cabaña ardiendo, las caras de los aldeanos derritiéndose en figuras demoníacas, el rostro de Liora transformándose en una bestia ancestral.
No podía distinguir si eran recuerdos o delirios.
Liora gritó su nombre, pero su voz se fragmentó en ecos.
Elian cayó de rodillas, jadeando.
—No… no quiero seguir viendo…
La hechicera se inclinó y susurró junto a su oído:
—Entonces cierra los ojos, y déjame guiarlos por ti.
En el instante siguiente, Elian sintió una calma fría. Todo se volvió silencio. Solo se escuchaba el crepitar del fuego y los pasos de los aldeanos acercándose.
Liora retrocedió, como si comprendiera algo demasiado tarde.
La hechicera sonrió satisfecha.
—Pronto, todos serán parte del mismo sueño. Y cuando el último corazón deje de latir, el bosque entero será mío.
Y en la distancia, el fuego del pueblo se fundió con el resplandor de una luna creciente.
Pero lo que Elian aun no sabía era que cuando llegue el eclipse en la luna llena y la marca de su pecho al fin halla alcanzado su corazón, sería el fin de la humanidad.