El Regreso de la Esposa Muerta

CAPÍTULO 15. Voces en la oscuridad.

Capítulo 15

Voces en la oscuridad.

Elian despertó con la cara pegada a la tierra húmeda. No sabía si era de noche, o si la oscuridad ya se había apoderado por completo de la tierra.

No recordaba cómo había llegado hasta allí.
El bosque lo rodeaba, espeso, denso en lo que le quedaba de vegetación.

Una neblina gris ocultaba por completo el cielo. El olor a humo seguía en el aire, mezclado con algo más más rancio… como el aliento de un animal muerto.

Trató de ponerse de pie, pero un dolor punzante le atravesó el pecho.

Bajo la tela rasgada de su camisa, la marca negra se extendía como una raíz viva, subiendo poco a poco hacia el corazón.

Elian la tocó con la punta de los dedos, y la piel, ya ennegrecida, ardió.

La voz de la hechicera resonó en su mente:

“Cuando la marca alcance tu corazón, el portal se abrirá por completo. Y no quedará mundo que salvar.”

Se llevó las manos a la cabeza, tratando de acallar los murmullos que lo acosaban. Eran susurros, pero no humanos. Voces que imitaban a los aldeanos, a Liora, incluso a su propio padre.

“Traidor.” “Sacrificio.”

“Muere antes de que ella te reclame.”

—¡Basta! —gritó, golpeándose el pecho—. ¡Cállense!

Las voces se detuvieron de golpe, dejando un silencio tan profundo que el bosque pareció contener el aliento.

Entonces la escuchó: la voz de Liora. Suave, cansada, con un eco que parecía venir de todas partes.

—Elian...

Giró, y allí estaba ella. Descalza, con la piel más pálida que nunca, los ojos completamente negros.

—¿Qué me está pasando? —preguntó él—. ¿Qué me hiciste?

Liora se acercó despacio. Cada paso que daba, las hojas bajo sus pies se marchitaban.

—Nada que no hayas elegido tú. Cuando tocaste mi cuerpo bajo la luna muerta, sellaste algo más que mi regreso.

—¡Yo solo quería salvarte!

—Y lo hiciste —dijo ella, con una ternura extraña—. Pero me trajiste con todo lo que habitaba en la oscuridad.

Lo tomó del rostro, y por un instante él sintió la calidez de antes, el amor que lo había llevado a desafiar la muerte. Pero sus ojos cambiaron. En ellos se abrió una sombra sin fondo.

—Elian… la marca no está en ti. Eres tú. El hechizo no te ató a mí… te convirtió en el vínculo que mantiene el abismo abierto.

Elian retrocedió, horrorizado.

—No… no puede ser. Ella dijo que el peligro... eras tú.

—Y lo soy —susurró Liora—. Pero tú eres la puerta.

El viento rugió. Entre los árboles, las sombras comenzaron a tomar forma. Los aldeanos habían llegado al bosque una vez más, guiados por el sacerdote.

Sus voces eran gritos de guerra, de miedo.

Elian los vio y algo dentro de él se quebró. Ya no distinguía sus rostros: parecían espectros, con las bocas abiertas en muecas tenebrosas.

La marca en su pecho ardió.

Elian tomó la daga que colgaba de su cinturón.

—No dejaré que me destruyan —murmuró.

Liora lo miró con tristeza y Elian, una vez más, escuchó la voz de la hechicera como un susurro en su cabeza.

—"Si los atacas, ya no habrá vuelta atrás. Ellos no te ven como un hombre, pero tú aún puedes decidir no convertirte en lo que temen."

Pero era tarde.

Elian alzó la daga. El filo brilló con una luz oscura, como si respondiera a su desesperación.

Cuando los aldeanos lo rodearon, él ya no veía humanos: solo monstruos, sombras sin rostro.
El primero en acercarse fue el sacerdote, alzando una cruz ennegrecida por el fuego.

—¡Demonio! ¡Que el Señor te arranque de esta tierra!

Elian sonrió, con una mueca dolorosa.

—Dices “demonio”… pero no sabes a cuál de nosotros le hablas.

La daga cortó el aire y la oscuridad pareció extenderse con cada movimiento. El bosque entero vibró con un rugido que no provenía de ningún ser vivo.

Cuando el silencio volvió, los aldeanos yacían inmóviles sobre la hierba.

Liora cayó de rodillas, llorando sangre.

—No… no era esto lo que debía pasar…

Elian se miró las manos: temblaban, cubiertas de una sustancia oscura que no era del todo sangre.

—¿Qué me hiciste, Liora?

Ella lo abrazó por la espalda, susurrando con desesperación:

—Yo no te hice nada… te estás deshaciendo solo.

Desde la distancia, la hechicera los observaba.
Su silueta se recortaba contra la luz pálida de la luna.

—Todo sigue su curso —murmuró, sonriendo—. La puerta se está abriendo, y pronto el eclipse traerá la ofrenda final.

Elian levantó la vista. El cielo, ahora, comenzaba a teñirse de un rojo enfermizo.

En lo alto, la luna comenzaba a cubrirse de sombra.

Y por primera vez, comprendió que el fin no era una profecía… sino un hecho que ya había comenzado.




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