El Regreso de la Esposa Muerta

CAPÍTULO 16. El precio del amanecer.

Capítulo 16

El precio del amanecer.

El silencio que siguió era antinatural. Ni insectos, ni viento, ni aves. Solo el crujido de las brasas que aún ardían en lo profundo del bosque.

Elian permaneció de pie, con la daga entre las manos, mirando el suelo cubierto de cuerpos.
El filo goteaba una sustancia espesa, más oscura que la sangre.

La marca de su pecho latía al ritmo de un corazón que ya no le pertenecía.

A lo lejos, la luna se teñía de rojo. El eclipse había comenzado.

Liora se acercó tambaleante. Su piel brillaba con un tono azulado, casi translúcido. Tenía el rostro manchado con lágrimas negras.

—Ya no hay vuelta atrás, Elian. La puerta se está abriendo.

Él la miró, confundido, furioso, perdido.

—¿Qué puerta? ¿De qué hablas?

Liora extendió una mano hacia su pecho, sin tocarlo.

—Tu corazón… ya no late solo. Cuando la bruja me devolvió, te unió a mí. Somos un solo ser. Cada vez que tu sangre toca la tierra, alimentas al abismo.

Elian retrocedió, negando.

—¡No! No puedo ser parte de eso.

—Lo eres —susurró ella—. Yo también lo soy. Por eso debo detenerlo… aunque eso signifique perderte otra vez.

Elian vio en sus ojos un brillo humano, fugaz, casi roto. El mismo amor que una vez había prometido salvarlo.

Pero antes de que pudiera responder, una risa cortó el aire.

La hechicera salió de entre los árboles, caminando descalza sobre la tierra húmeda.
Su vestido negro estaba cubierto de ceniza, y su mirada brillaba como un fuego intenso.

—Qué espectáculo tan hermoso —dijo, con una sonrisa torcida—. El amor y la destrucción bailando juntos bajo el mismo cielo. Justo como debía ser.

Elian levantó la daga, pero su mano tembló.

—¿Qué hiciste conmigo?

—Te convertí en lo que siempre fuiste —respondió ella—: el nexo entre dos mundos. Un corazón para contener el vacío, un alma lo bastante necia para amar a la muerte misma.

Liora se interpuso entre ellos, furiosa.

—¡Mentira! Dijiste que solo lo traerías de vuelta a mí, que habría un precio… ¡pero nunca dijiste que sería el mundo!

La hechicera rio, su voz resonando como un eco dentro del bosque.

—Ah, mi dulce criatura. El mundo ya estaba perdido. Solo necesitaba una llave. Y él… —señaló a Elian con un dedo huesudo— era perfecto. Un hombre tan enamorado que ofreció su vida, su alma y su sangre sin darse cuenta.

Elian cayó de rodillas. Su cuerpo temblaba, la marca palpitaba con fuerza. Cada latido se sentía como un golpe contra su pecho, una mano invisible que lo arrastraba hacia abajo.

—Siento que algo dentro de mí… se rompe —murmuró—. Escucho sus voces… piden salir.

Liora lo tomó del rostro, con lágrimas oscuras cayendo sobre su piel.

—Resiste, por favor. No dejes que te consuma.

Pero ya no era solo su voz la que escuchaba.
Miles de susurros se mezclaban dentro de su mente.

Gritos, lamentos, rezos. Las almas que la hechicera había sellado en su interior durante siglos.

Elian levantó la vista. El cielo ardía. El eclipse cubría la luna por completo, y la tierra comenzó a vibrar.

El bosque se agitó como si respirara. El suelo se abrió con un sonido húmedo, liberando un vapor negro que olía a hierro y azufre.

—El portal… —dijo Liora—. Está abierto.

La hechicera extendió los brazos, eufórica.

—¡Y tú eres el centro, Elian Thorne! ¡Tu muerte será el nacimiento del nuevo mundo!

Elian gritó, cayendo hacia adelante.
La marca se iluminó, y de ella emergieron venas oscuras que se extendieron por el suelo, conectándose con las raíces de los árboles.
El bosque entero tembló como un cuerpo herido.

Liora, desesperada, tomó la daga.

—¡Perdóname! —susurró. Pero antes de que pudiera clavársela, la hechicera la detuvo.

La fuerza invisible la lanzó contra un tronco con tal violencia que el crujido de sus huesos se confundió con el rugido del viento.

—Aún no —dijo la bruja—. Él debe hacerlo por voluntad propia. Solo así el sacrificio será completo.

Elian apenas podía moverse. Su piel ardía, su respiración era un hilo. Vio a Liora tendida, rota, mirándolo con ojos que ya no brillaban.

—Hazlo, Elian —susurró con un hilo de voz—. Antes de que ella gane… antes de que yo vuelva a ser lo que era.

Elian la miró, y por un instante vio todo lo que habían sido: el hogar, las risas, las noches frente al fuego.

Luego, el bosque volvió a rugir. El suelo se abrió en una grieta que vomitaba luz roja, y las sombras comenzaron a arrastrarse hacia afuera.
Manos, rostros deformes, almas perdidas.

La hechicera extendió las suyas, recibiéndolas como a hijos que regresan a ella.

—Bienvenidos sean, hijos del vacío.

Elian apretó la daga con fuerza. El metal ardía en su mano.

—No… —murmuró—. No seré tu llave.

Con un grito que mezclaba dolor y furia, se incorporó tambaleante.

La hechicera se volvió hacia él, sorprendida.
Liora, aún en el suelo, alzó la vista, suplicante.

—Elian, recuerda quién eras…

Por un instante, la voz de Liora logró abrir una rendija de luz dentro de su mente.

Elian miró el filo de la daga, aún manchado con la oscuridad que cubrió a los aldeanos.
Sabía lo que debía hacer.

Pero el eclipse aún no había terminado.
Y la hechicera sonrió, como si supiera que su historia aún no se cerraba.

—Hazlo si te atreves, muchacho. Ni siquiera la muerte podrá salvarte de lo que ya eres.

Elian se quedó inmóvil, con la daga temblando en su mano, mientras la luna se teñía por completo de rojo.

El último respiro de viento trajo un murmullo que no venía del bosque, sino del propio abismo:

"Uno de los dos debe morir… o el mundo caerá con ustedes."




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