— Aunque no pueda ver estás obrando, aunque no pueda ver estás obrando— cantaba una jóven en una iglesia cristiana.
Las personas estaban levantadas adorando; algunos solo estaban quietos con sus manos levantadas como en toda iglesia. Entre las personas estaba un joven de diecinueve años junto a su madre y su hermanito de díez u once años. La mujer era blanca, rellenita y tamaño normal y ellos eran mestizos y de cabello negro. Todos adoraban felices excepto por el jóven.
Tenía la decepción en su rostro y observaba a un hombre que estaba a su vista, en realidad no lo veía a él, sino a su pantalón Jeans y también miró a otro con unos bonitos zapatos. En cambio, él y su familia usaban ropa descolorida porque eran ya viejas; no estaban tan acabadas, pero si lo suficiente para usarlas solo en casa.
Para la actual situación del país, ellos no eran los únicos, muchísimas personas estaban igual que ellos, pero también no la misma cantidad. Porque muchos vestían bien, e incluso, ropa que para la actual situación era muy cara. Y esa era una de las personas que observaba el joven que después de mirar los zapatos miró los suyos y estaban mal; no rotos, pero sí listos para dejarlos descansar en paz.
Los de su madre y su hermano estaban representables, y también miró a su izquierda el pantalón hermoso que tiene una mujer y miró el de su madre y se fijó en el taco que tenía su pantalón debajo de su nalga.
Luego salían de la iglesia al terminar el servicio, había mucha gente porque era domingo. Su madre se detuvo a saludar a algunos hermanos y su hermanito a sus amigos, y él mientras esperaba la observaba a ella con esos con los que hablaba
— Hola Edward— dijo una joven de diecisiete años que se le acercó sin él darse cuenta.
La joven era blanca y compartían la misma situación de ropa.
— Hola, Natalia ¿cómo estás?
— Bien. Estoy ansiosa por verte predicar mañana.
— Ah, si— respondió él, despreocupado.