Edward quedó pensativo, reflexionando. En el fondo sabía que era cierto, pero se hizo el duro y dijo:
— ¡Ch! Yo solo pienso en el dinero.
— ¡Ja ja!— se burló y se fué.
Edward aprovechó que se fue y miró otra vez esas manos de la pareja que ya se iba.
Más tarde, a las cinco y media salió del trabajo con su bicicleta y se despidió. Por la noche, en la iglesia predicaba el joven con el que habló Edward por teléfono
— Porque todos le importamos a Dios, Él está pendiente de nosotros.
El joven seguía hablando y Edward se estaba durmiendo; los párpados le pesaban, pero intentaba mantenerlos abiertos.
— ¿Y quieres que te diga algo? el Señor te dice que no debes preocuparte por lo que has de vestir o lo que has de comer porque Él sabe de lo que tenemos necesidad aún antes que se lo digamos— a Edward se le fue el sueño al oír eso porque fueron las mismas palabras de su padre la noche anterior. El joven lo miró y continúo diciendo:— . No te pongas a ver qué hermano viste mejor que tú o que hermano viste peor, el Señor quiere que le alabes.
Edward no pudo soportar más y se levantó y se dirigió a la salida que dirige al baño. Natalia lo miró.
Edward salió y era un pasillo porque a menos de dos metros estaba la pared (del terreno). Y al llegar a la esquina miró a dos jóvenes (porque el pasillo llevaba al patio que era pequeño) abrazados y besándose. Y el recordó lo que justo esa tarde le había dicho su compañero, así que los observó, pero el chamo le dijo a la chica para irse y Edward dio la media vuelta para irse primero, pero cuando lo hizo el pastor estaba detrás de él mirándolo. Edward se sorprendió.
— Edward.
— Pastor.
— ¿Porqué no quisiste predicar?