Edward lo miró sin nervios y se encogió de hombros
— Digamos que ando revela’o.
— Varón, a ti como que te mandó el diablo. Mira ve, yo te puedo prestar la pistola, pero primero tienes que demostrarme que la sabes usar, no vaya a ser que te maten por no saber usarla y yo pierda la pistola. Ve, hoy quedé de dar una vuelta con un pana, pero se echó pa’ tras. Vamos nosotros.
Edward lo pensó por un momento y aceptó. José fue por la bici y Edward aprovechó para mandarle un mensaje a su mamá diciendo que se quedaría un rato más jugando play con Luis. Al momento le respondió, “Ok”. Salió José.
— ¿Tienes tapa boca?
— No.
— Ponte este— dijo tirándole uno; uno negro y también le prestó una gorra (visera plana), él también se puso una y un tapa boca negro.
— Esta es la bicha. Te voy a decir como la vas a usar.
La luna brillaba. Un jóven; que tenía aspecto de malandro, o quizá lo era, tenía unos dieciocho o diecinueve años, llevaba una de esas gorras e iba con su novia, ella iba riéndose y llegaron a un local casero donde vendían perros calientes. Tenían afuera unas cuatro mesas, las que atendían eran dos mujeres; una jóven y otra mayor, quizás su madre. Habían dos hombres hablando con ellas, no parecían clientes, más bien amistades o familiares y dos mesas estaban ocupadas por parejas adultas, también dos motos estacionadas y más allá un carro, lo más probable es que sea de los tipos. Él joven pidió dos combos de perros y un pato de refrescos mientras la novia se sentaba y luego se fué a sentar él también
— Entonces, te gusta mi hermana— dijo bromeando.
— ¡Jmmm!— expresó causándole humor lo que dijo ella—. No, tú m preguntaste que si era linda y te dije que si, nada más.
Ella lo miraba incrédula, pero solo estaba jugando y él mirándola suelta una risita. Como estaban metidos en su lindo ambiente de enamorados, no se