fijaban en la bici que se acercaba (que era lo único que venía, o al menos lo único cerca)
— ¿Qué?
— ¿Será que te creo?
Los que venían en la bici eran José y Edward y ya tenían Precisado el local
— ¡Ay! Tú ‘tás clara que eres la única que me vuelve loco— dijo tomándola de la mano.
Se paró la bici, Edward se bajó al instante apuntando
— ¡Quietos todos!
Del susto una pareja se levantó, las mujeres pegaron un grito, las trabajadoras se agacharon cubriéndose con el muro, a los tipos el susto les borró las risas y todos mostraron las manos. Edward tiró el bolso a los pies de la pareja (porque eran los más cerca)
— ¡Todos metan los teléfonos ahí, rápido!
La gente obedeció.
— Tengo miedo, Víctor— le susurró la joven llorando al malandrito.
— Tranquila, tranquila.
Hasta ellos dieron sus celulares.
— ¡Los que tengan dólares también. Pa’ ver los bolsillos!
Una de las trabajadoras, o mejor dicho la vieja marcó y llamó al 171. Todos con los bolsillos expuestos tenían cosas menos lo que Edward quería, excepto por uno de los tipos aquellos que sí cargaba la lotería, y después de echarlo en el bolso Edward lo cogió y se subió a la bici
— ¡Listo, vamos!
— Ustedes no saben con quién se están metiendo—dijo el tal Víctor.
A José no le gustó ese chocante comentario, así que se bajó de la bici y estirando la mano Edward le dio la pistola.
— ¿Qué dijiste?