Edward llegó a casa de José y lo llamó, se asomó una mujer, la madre (al fin, alguien al primer llamado).
— Buenas ¿José no se encuentra por ahí?
— No, salió ‘horita. Debe andar con sus amigos por ahí. Muchacho loco, a ver si le pasa algo.
Edward escuchó algo allá en la esquina ¿será él?
— ¿No estará allá en la esquina?
— No sé decirte.
Si anda con sus amigos debe estar allá, porque cómo que se escucha algo. Se dirigió hacía allá.
Las patadas cesaban, hasta que sintió la última. Ya no sentía nada, había silencio.
— Ya ‘ta listo, párate.
José levantó la cara para ver, pero fue su error, estaban esperando que lo hiciera para darle una patada en el rostro e indudablemente se la dieron.
— ¡Uuuh! — expresó Víctor.
Le dieron en la nariz, o boca, en dónde sea que fuera la sangre entró en juego. Se puso de espalda contra el suelo con las manos dónde le dieron y los ojos cerrados. Víctor se le acercó y se agachó con la pistola en la mano y lo miraba soportar el dolor
— Para que estemos a mano debería dejarte rencor también, pero… tú sabes cómo es esto, después vas a querer vengarte y tú sabes por dónde yo vivo y bueno, mejor te mato de una vez— puso la pistola en su sien.
Edward llegaba a la esquina, curioso, dudando que fueran ellos.
— ¿No vas a suplicar?
— Sabe que vas a matar a un hombre, y te digo algo, si tú eres malandro yo también. Y no me arrepiento de lo que hice, porque el que es malandro sabe que va pa’ esto, pero sabe esto, si me matas yo también te voy a matar.