— Estamos a la orden— respondieron ellos (los padres).
— Gracias por el Gatorade.
— Que te mejores.
Era mediodía.
— ¿Te cayeron entre toditos?— preguntó Luis.
— No. Uno solo, me defendí, pero que va, me ganó y me pegó contra una broma de hierro y ahí listo.
— Hermanito, eso te pasa por andar con ese otro, sabes que andabas en malos pasos, tenías que juntarte con él para hablarle de la Palabra. La luz tenía que brillar en esa tiniebla, no que la tiniebla brillara sobre la luz, ahora, ¿qué tú sabes si Dios te demanda esa sangre?
— Luis, eso no es tanto, te tengo que decir otra cosa— él escuchaba—. ¿Sabes el chamo que me robó la bicicleta?
— Si.
— ¿Y viste el vídeo en las noticias de los raperos que uno le disparó al otro?
— Mmjú.
— Ese fui yo que maté al que me robó la bicicleta.
Se sorprendió.
— ¿¡Qué es, chamo!?
— Esa es la razón por la que me junté con José, y después le devolví su pistola y listo, pero él quiso seguir relacionándose conmigo y así hasta que lo mataron— Luis seguía sorprendido—. Chamo, pero después de lo de anoche, yo no quiero saber de esas cosas, yo no quiero estar en ese mundo tan horrible. Ahora me doy cuenta de que ese yo, aquél que mató a ese otro, no era yo, sino un yo consumido por el odio y la venganza y me arrepiento. Ahora José va a sufrir en el infierno por mi culpa y yo casi que voy pa’ lla también.
Luis aún no podía digerirlo todo.
En una cama, y sobre ella una pistola con su peine al lado y junto a ella alguien miraba el vídeo de Edward disparándole al otro en un celular mientras fumaba, y ese era el amigo, el rapero (sin camisa).