El regreso de la oveja

Caputulo 58

Ya era la noche.

— Edward, hay unos chamos buscándote—dijo su madre asomándose—Edwin y yo no sé quién.

— Si, que pasen.

Ella les abrió.

— ¡Y qué va! el loco ese me dio una pela’.

— Te la puso así para que fuera tu culpa—dijo Edwin.

— Claro.

— ¿Y porqué no te mató a ti, pues?— preguntó Kelvin.

— Porque cuando lo robamos José no le hizo nada a la novia. Se cree alguien justo.

— ¿Justo? ¿y lo mató?—expresó lo irónico que era.

— ¿No conoces a ninguno, verdad?— preguntó Edwin.

— No.

— ¿Cómo era el que te golpeó?— preguntó Kelvin.

— Bueno, justo cómo yo les dije; es más claro que yo, cómo de mi tamaño, cabello corto y negro, y tiene la raya (señaló sobre la sien, una decoración de corte de cabello a la moda).

— Ah, ya. A ese le dicen gallardo.

— ¿Y los otros cómo eran?

— Era un flaquito ahí feo con gorra, con una cadena de plata con un crucifijo…

— Ese es tuqueque— volvió a reconocer Kelvin.

— Y un gordito blanco, bajito, y el catirito.

Ellos se extrañaron.

— ¿Cuál es ese?— le preguntó a Edwin.

— No sé.

— Bueno, pero ya sabemos quienes fueron.

— ¿Van a tomar venganza?— ellos asintieron—. ¿Y saben dónde viven?

— No, pero son de Agua Fría.

— Vinimos a saber quienes son y también a decirte que te vengaras con nosotros, ya que eran panas y lo mataron frente a tus ojos—dijo Kelvin.




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