El regreso de la oveja

Capitulo 61

— Pero, en la biblia sale.

— Ese es el problema, que las personas no se quieren acatar a la Palabra, sino más bien quieren que la Palabra se acate a ellos. Él dijo eso, pero luego dice que siempre y cuando sea la voluntad de Dios. Dile que aprenda a estudiar la biblia— dijo y se fué.

Cayó la noche.

Llegaron Kelvin y Edwin a casa de Edward y lo llamó

— Épale— saludó Edward cuando salió y se saludaron.

— ¿Estás listo?— preguntó Kelvin y Edward lo miró.

Por el barrio de Agua Fría venía una moto, no se podía ver quién o quienes eran a causa de la luz. El tal tuqueque estaba frente a una casa (cercada con pared) con una chama, le tenía las manos puestas y le hablaba muy cerca y le da un beso y luego se besan. Él sentía la moto cerca, pero no le paraba, nah, eso es normal, pero no lo era en ese momento ya que la moto se detuvo frente a ellos y se asustaron al ver que el de atrás, o sea, Edwin, los apuntó con una pistola y le disparó, cayéndole tres tiros en el cuerpo a él, uno en la pared y otro en el brazo (por el codo) a la chama por estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado y con el tuqueque equivocado.

Cuando calló la pistola le dispararon al de la moto en una pierna y Edwin se bajó rápido y cubriéndose con la moto miró y un chamo iba corriendo de una esquina cerca de ellos. Lo mas seguro es que ese loco presenció la escena y quizás lo conoce y por eso dispar, o es otro más de ellos, total, Edwin lo persiguió al verlo y el de la moto se fué porque él le dijo.

— ¿Escucharon? Unos tiros pa’ lla— dijo un chamo que se drogaba junto a o gallardo y otro en una calle sin luz.

Desde una esquina (con luz) Kelvin los observaba y sacó el arma, Edward estaba detrás y al mirarlo sacar el arma él también la iba a sacar, pero miró la gente, era raro el que los miraba, porque siempre hay un chismoso, pero los demás probablemente ni siquiera sabían de su existencia. Sacó el arma y le temblaba la mano, tenía miedo ¡Ya! dijo Kelvin y se acercaron y Kelvin disparó y aquellos se dispersaron como piojos viendo un peine. Gallardo dobló por la otra calle

— ¡ Síguelo!— dijo a Edward.




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