El regreso de los dioses

Viaje a otro mundo

 

—Con que así se siente morir… no es tan malo como creí, pero ¿Por qué aún sigo

consciente? Se supone que la muerte se lleva todo de ti, quizá estoy viajando por ese

rio y aún no he llegado al paraíso, si fuera a ir al infierno no me sentiría tan relajada ¿O

sí? ahora que lo recuerdo… ¡Esa voz me habló!

Lucia despierta bruscamente de su letargo, la luz del sol lastima sus ojos, pero las

ganas de vomitar se apoderan de ella, se siente como si hubiese pasado horas en una

montaña rusa, todo le da vueltas y se vuelve a desvanecer quedando otra vez

inconsciente.

—Ay… ¿Quién me está lamiendo?... qué horror probablemente algún animal me está

saboreando. —Lucia se levanta de un brinco y mira a un perro extraño que le lambe las

manos.

—¡Déjame perro roñoso! —Lucia se aleja del animal con brusquedad, pues estaba

asustada y una vez que se recupera por completo los chillidos de aquel can la hacen

mirarlo.

—Eres un…xoloitzcuintle… perdón por decirte roñoso, eres lindo…a tu manera, claro.

Aquel perrito inclina la cabeza como si tratara de entender lo que dice y después opta

por rascarse el costado de su cuerpo.

Lucia mira a su alrededor, el paisaje parece irreal, tan lleno de vida, tan verde, no había

rastro de ningún tipo de urbanización.

—¿Estaré muerta? ¿O tal vez soñando? —si no mal recuerdo, me ahogué en un rio

subterráneo. —Lucia se pone de pie y se toca los brazos para después pellizcarse las

mejillas, el dolor es real al igual que todo lo que la rodea.

—Si esto fuera un sueño se vería más nebuloso y si estuviera en el paraíso ¿que no

debería de haber por lo menos un ángel recibiéndome? A no ser que… tú seas el

ángel. —Lucia mira al perro quien jadea sediento mientras la observa.

—No, tu pareces un perro ordinario. —después de unos segundos de pensamientos

profundos y preguntas sin respuestas Lucia llega a una conclusión.

 

—No puede ser…estoy viva, pero ¿Dónde diablos estoy? —el pánico se apodera de

ella haciendo que se llene de angustia.

—¡Perro, tienes que ayudarme! ¡Guíame con tu olfato hacia la civilización! ¡al pueblo

más cercano antes de que me coman los coyotes! No sé qué demonios me pasó, a lo

mejor me abdujeron los extraterrestres, o me tele transporté… ¿una falla en la realidad?

¡Ay dios mío! ¿Qué está pasando? ¿Si quiera estoy en México?

De pronto escucha los sonidos agudos de un ave, llamando la atención de Lucia quien

voltea al instante, un colibrí revolotea a su alrededor.

—Un colibrí… ¿Eres mi guía espiritual? —Lucia se siente tan atraída a esa pequeña

ave que se inclina para poder escuchar su voz, pues pareciera que estaba hablando.

—Tienes que esconderte. —le dice la hermosa ave.

—Jaja ¿Qué? Alguien me inyecto peyote, estoy alucinando… me... ¿Me estás

hablando? —Lucia se agarra los cabellos creyéndose loca.

—Baja la voz, te escucharán. —sigue hablando aquella criatura.

—¡Ay! ¡Un demonio! —Lucia sale despavorida de aquel lugar y corre con todas sus

fuerzas sin rumbo fijo, el xoloitzcuintle va tras ella intentando detenerla, pero ella esta

tan asustada que termina encontrándose con un grupo de hombres extrañaos.

Lucia se congela al resbalarse en una ladera cayendo a los pies de un grupo de diez

hombres semi desnudos, su vestimenta era sencilla de nombre maxtlatl y timatli, tenían

sus partes nobles cubiertas con la misma tela.

—Ho..hola…necesito de su ayuda, estoy perdida y necesito ir con la policía.. —Expone

Lucia tartamudeando, pues la mirada de estos hombres era dura y penetrante, ella

sentía que estaba en peligro con ellos, parecían nativos de una tierra lejana, por su

mente pasaban mil cosas y se petrificó cuando escuchó su lengua al darse cuenta que

no los entendía.

Lucia no sabía que aquel lugar no era el México que ella recordaba, esos hombres eran

de otra época y desconocía que estaba frente a un grupo de soldados tamemes, el

rango más bajo del ejercito mexica, Lucia mira los cargamentos que estos hombres

llevaban, parecían suministros y armas.

—Debe ser una broma… —se decía en sus adentros mientras tenía la esperanza de

encontrar la cámara escondida, pero sus esperanzas se acortaron cuando uno de ellos

le apuntó con una espada de obsidiana.

—¿Quién demonios es esta mujer? —se preguntaban los hombres mientras la miraban

con curiosidad.

—Su piel no es como la nuestra, su cara es diferente a la de nuestras mujeres y su

ropa es extraña, debemos asesinarla.

—¿Qué están diciendo? —Lucia estaba tan asustada que no podía dejar de temblar

como un cordero, tenía puesto un pantalón de mezclilla y una blusa blanca de tirantes,

además, llevaba consigo una cadena de oro que sus padres le habían comprado con

muchos esfuerzos cuando ella había cumplido quince años, actualmente tenía

veinticuatro años.

—¿Qué tal si es una diosa? —les decía uno de ellos, el más joven del grupo.

—Los dioses no tiemblan Ikal. —expuso Cipactli con un semblante serio y añadió.

—deberíamos traerla con nosotros y dársela a los sacerdotes para que la ofrezcan

como sacrificio a los dioses.

—Cipactli tiene razón, saquémosle provecho a la mujer y si resulta ser valiosa tal vez el

tlacochcalcatl (el general) nos suba de rango.

—Sí, con suerte nos darán el título de Cuextecatls (captores de prisioneros).

—manifiesta Quizani con una gran sonrisa.

—Como si fuera tan fácil. —expresa uno de ellos mal humorado por el ardiente sol.

Aunque Lucia no entendía su dialecto, sabía perfectamente que no estaba segura con




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