El regreso de los dioses

Tenochtitlan el imperio mexica.

Aquella noche pasó con tal lentitud que Lucia construyó diferentes escenarios para

poder quitarse la vida antes de que esos hombres le pusieran una mano encima, no

pudo pegar el ojo en toda la noche, las miradas penetrantes de esos Tameme le

aceleraban el corazón, pero no podía entender como ese joven indígena no se

despegaba de ella, parecía un tecolote, con los ojos bien abiertos vigilando que sus

compañeros no se le acercaran.

—Ikal aquí tienes tu porción. —Suré le lanza un trozo de carne de conejo a la cara y

una pieza de cuero llena de agua y añade. —Cipacli dice que en veinte minutos

continuaremos con el viaje, estima que llegaremos al medio día.

—¿Qué estas mirando pálida? —Suré amenaza con el puño a Lucia pues esta lo miró

con desprecio.

—No lo veas así o te golpeara. —le dice Ikal a Lucia, pero ella no entiende nada de lo

que dice.

—Debes tener sed, toma, come y bebe algo, te daré mi porción. Debes estar

hambrienta.

—¡Suéltame! —Lucia avienta el pedazo de carne al suelo porque pensó que Ikal quería

lastimarla y este se pone de pie y va por el trozo de comida para sacudirle la tierra y

volvérselo a ofrecer.

—¡No! ¿Qué haces? Es comida, no está envenenada mira. —Ikal muerde un trozo y se

lo traga para que ella pueda confiar en él y lo mismo hace con el agua, bebe un poco

delante de ella.

—¿Por qué me das tu comida? —Le pregunta Lucia extrañada y como estaba indecisa

el Xoloitzcuintle terminó de robarse el trozo de carne.

—¡Ey! ¡no era para ti perro! —expresa Ikal frustrado.

—Escucha no soy tu enemigo, solo quería que comieras algo... —añadió con tristeza.

—Jajaja este sí que es tonto ¿Ikal por qué la alimentas si pronto morirá? No

desperdicies la comida, estúpido.

Sus compañeros se burlan de él, pero este los ignora.

—¿Ikal? —Lucia pronuncia su nombre. —¿así te llamas?

—¡Si! Ikal, muy bien, yo soy Ikal. —expresa con una sonrisa.

—¿Por qué reacciona así? debe ser su nombre.

—Lucia… yo soy Lucia. —murmura con timidez.

—Lu.. Lucia… ¿Ese es tu nombre? —los ojos de Ikal brillan al escuchar el nombre de

aquella chica misteriosa.

—¡Oye estúpido! Ya es hora de irnos.

—¡Oigan creo que se llama Lucia!

—Apresúrate, ya estoy harto de este viaje, necesito descansar.

Durante el viaje Lucia permaneció atada, con la misma mirada perdida, no podía dejar

de pensar en el colibrí que le habló, ahora sabía que el ave se refería a ellos cuando le

advirtió que no gritara ¿Quién era esa ave? ¿Y por qué podía hablar? Se pregunta llena

de dudas.

El sol era tan candente que Lucia ya estaba deshidratada, se sentía agotada, mareada

y muy deprimida, no había forma de escapar estaba atada con tanta fuerza que estaba

segura de que sus manos y tobillos ya estaban morados, aquel perro la miraba con

compasión como si estuviera frustrado de no poder hacer nada por ella.

—Perdóname por llamarte roñoso, ni siquiera me conoces y no me has abandonado,

eres un perrito muy fiel, así que voy a darte un nombre, te llamare ceniza, hoy me di

cuenta de que eres una chica. —Lucia le sonríe levemente y le pregunta. —dime algo

ceniza ¿Tú fuiste quien intentó sacarme del rio? Si es así… te lo agradezco, aun

que ya es demasiado tarde para mí.

—Ojalá pudiera entender lo que dice, así podría darle algo de consuelo, aun que dudo

mucho que eso le sirva ahora, está a punto de ser sacrificada a unos dioses que ni

conoce. —se dice Ikal en sus adentros.

Después de un largo viaje por fin habían llegado a su destino, justo frente a ellos se

encontraba la gran ciudad de Tenochtitlán.

—¡Sí! ¡por fin llegamos a casa! —gritan todos con buen humor.

Lucia no podía creer lo que sus ojos estaban viendo, parecía que estaba en el paraíso,

había escuchado hablar acerca de la belleza del México antiguo incluso de Aztlán la

ciudad legendaria de los Mexicas, fue ahí donde supo donde se encontraba, aquella

ciudad estaba construida entre canales y champinas, completamente rodeada de agua

había hermosas calzadas y puertas que regulaban el paso, tenía un área de

aproximadamente siete a doce kilómetros cuadrados, había muchas personas en

canoas y varias de ellas comerciaban en forma de trueque, todo era precioso, su

encanto visual terminó cuando se adentró aún más a la cuidad todos la miraban con tal

seriedad que se preocupaba, nunca antes se sintió rara o diferente, hasta que vió como

se susurraban entre ellos al verla pasar ¿Era su ropa? ¿Su aspecto? No, era el hecho

de que iba en camino a ser sacrificada.

—Ya no tengo duda de donde me encuentro… por extraño que parezca viajé en el

tiempo y ahora estoy en el pasado quinientos años atrás, antes de la llegada de los

españoles… estoy en Tenochtitlán y seré llevada a uno de esos altares como ofrenda a

los dioses… —Lucia comienza a temblar, había leído todo sobre los aztecas en los

libros de historia, sabia lo crueles que eran y que una vez que te veían como un

prospecto para ser un sacrificio no había marcha atrás, estaba a punto de experimentar

en carne propia el horror de aquellas pinturas, o le cortarían la cabeza y le abrirían el

pecho para sacar su corazón o le arrancarían las extremidades de un solo.

—Lo que sea que me haya traído aquí ¿Enserio me trajo para esto?

Lucia estaba en shock nada de esto tenía sentido, se sentía atrapada y confundida,

después de un recorrido por fin se adentran más a la ciudad llegando al templo mayor,

el macuilcalli, el lugar de las cinco casas o las cinco lluvias en donde se sacrificaban los




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