El regreso de los dioses

El revuelo de los dioses

 

El revuelo de los dioses

 

¿Qué sentirán los dioses al escuchar a una humana ajena en el tiemplo insultarlos y

llamarlos asesinos? ¿Quién de ellos era el responsable de su llegada a este mundo?

¿Estarían mirando todo aquel espectáculo? El cielo teñido de un rojo vivo era la señal

de que si, aquel colibrí era el mismo Huitzilopochtli, el dios de la guerra, había

despertado la furia de Quetzalcóatl al intervenir en un sacrificio para él, pero eso no era

todo lo que lo había molestado, cuando escuchó gritar a Lucia le brincó el corazón,

pues la voz de Mayahuel retumbó hasta su santuario.

—¡Paren el sacrificio! —gritó el tlatoani a voz en cuello y añadió. —Estamos en

presencia de los señores de nuestro imperio. —dice el rey con la voz temblorosa, la piel

se le ha erizado hasta la nuca al igual que a todos los habitantes de Tenochtitlán.

—Dios mío… ¿Qué está pasando aquí?... —Lucia se llena de terror al ver el aspecto

terrorífico del cielo, la pirámide más alta estaba siendo rodeada por un monstruo

colosal, una serpiente emplumada, no, eso era aún más grande, aquella imponente

bestia era un dragón.

—¡Arrodíllense todos! ¡Estamos frente al dios Quetzalcóatl! ¡la serpiente emplumada!

Todos los aztecas se postraron llenos de miedo, jamás habían visto al dios al que

adoraban, las imágenes de sus antepasados no le hacían justicia a ese gigante.

Un monstruoso rugido sacude la tierra, si eso hacia su respiración, entonces su voz

podría partir la tierra y así fue. Al abrir sus fauces hubo un gran terror en la tierra.

—¿A quién escondes tras de ti? —pregunta la serpiente furiosa.

Lucia toma al colibrí para protegerlo y lo pega su pecho, pero lo que no sabía era que

esa ave no necesitaba su protección y entre sus brazos aparece un hombre de piel azul

completamente armado, tenía plumas en su cabeza, un yelmo en forma de colibrí le

cubría la cabellera, Lucia se petrifico al ver su cuerpo fornido y adornado, sin verle

el rostro sabía que era un ser divino.

—No es algo de tu incumbencia, víbora. —Huitzilopochtli sopla en los oídos de Lucia

haciendo que esta pueda entender el idioma de los dioses.

—Después te lo explicare todo humana. —el dios de la guerra le sonríe con picardía

mientras se dirige a Quetzalcóatl, abandonando el tzompantli.

 

—¡Largo de mi templo! —ruge Quetzalcóatl furioso.

—No es para tanto, esa muchacha es asunto mío, no te entrometas.

—¿Por qué su aroma es igual al de Mayahuel? ¡explícate!

—Tu amada ya está muerta ¿Acaso no lo recuerdas? Quizá necesites ver las plantas

del maguey para recordar. —le dice Huitzilopochtli con sarcasmo.

—¿Cómo podría olvidar algo así? Yo no olvido, y me vengaré algún día de todos los

responsables de su muerte.

—Suerte con eso… pero ella es cosa mía.

Huitzilopochtli desaparece entre la niebla dejando a Quetzalcóatl atónito, esa mujer

tenía el mismo aroma de la difunta diosa Mayahuel.

Antes de desaparecer la serpiente emplumada pronuncia las siguientes palabras.

—No la lastimen o despertaran mi ira. —una de sus plumas cae sobre los labios de

Lucia haciendo que esta pudiera hablar el idioma de los aztecas, de esta misma forma

la pluma le sanó sus heridas.

Aquella tarde los sacrificios terminaron, no sabían cómo tratar a Lucia, nadie escuchó

lo que Huitzilopochtli le dijo, pero si les quedó clara la advertencia del dragón, así que

el Tlatoani la mandó llamar, pero antes pidió que la vistieran como a una princesa y

se la presentaran adornada con joyas preciosas.

Pero antes de que Lucia apareciera ante su trono el tlatoani esperaba ansioso a los

guerreros de elite del imperio, los gurreros jaguar, águila y los guerreros rapados,

habían sido enviados a una misión especial, debían aniquilar a un grupo de soldados

purépechas que habían sido vistos merodeando por los alrededores, ellos junto con los

tlaxcaltecas eran considerados sus peores enemigos.

—Mi tlatoani, los guerreros acaban de entrar a la ciudad, Tzilacatzin lleva dos costales

repletos con las cabezas de sus enemigos. —Cuauhtémoc era el nombre del

emperador mexica, estaba orgulloso de su soldado otomí, el sentía que Tzilacatzin era

un protegido y enviado de los dioses, así que lo adulaba y lo admiraba como a ningún

otro hombre.

—Como siempre nuestro héroe ha salido victorioso, cenaremos un festín en su honor

¿trajeron a las mejores ahianime? (prostitutas)

—Sí mi señor.

—¿A su favorita?

—La ahianime Quetzalli ya está aquí mi rey.

—Excelente.

 

Los guerreros más respetados y admirados estaban en la ciudad, el ambiente era

extraño, normalmente estarían siendo recibidos por el pueblo con gritos de júbilo, pero

todos estaban en sus casas, asustados y cohibidos.

—¿Qué pasó aquí? ¿Dónde está la gente? —pregunta un soldado águila llamado

Teolth.

—¿Ahorra ya nadie agradece que fuimos a pelear por ellos? —expone Kasakir un

guerrero jaguar.

—No es eso, aquí pasó algo. —dice Tzilacatzin con su voz tosca y gruesa.

—¡Hey! ¡tú! ¡dinos que pasó aquí! —le grita Rahuitl a un campesino.

—Lo que sucedió fue que… —el hombre les cuenta todo mientras los guerreros se

muestran incrédulos.

—¿Estás borracho? ¿Cuánto pulque bebiste campesino? —le pregunta Tochtli otro

guerrero rapado.

—No está mintiendo, el hombre casi se hace encima. —gruñe Tzilacatzin mientras

camina.

Los valientes guerreros por fin habían llegado al palacio, fueron recibidos como de

costumbre por su gobernante, aunque la aparición de los dioses lo tenía




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