El regreso de los dioses

El sinsimito 2

Quetzalli se tiró al piso y apretó tu vestido con fuerza, la hermosa prostituta tenía un corazón egoísta y no soportaba la idea de que su guerrero jaguar estuviera comprometido con aquella mujer extranjera, no le importaba que fuera la elegida de los dioses, la detestaba por ser especial.

—Ojalá te despedace el sinsimito…maldita bruja.

Los guerreros mexicas habían sido convocados para recibir la orden de aniquilar al monstruo llamado sinsimito, solo los mejores soldados iban a este tipo de misiones, no solo eran llamados a la guerra contra sus enemigos los purépechas y los tlascaltecas, si no que en ocasiones especiales se enfrentaban a este tipo de criaturas sobrenaturales.

El nivel de fuerza, agilidad y destreza que tenían estos guerreros era impresionante, había tres diferentes tipos de guerreros que usaban distintas técnicas y atuendos de pelea, los guerreros Cuauhtli (guerreros agila) quienes tenían el distintivo de tener un casco en forma de cabeza de ave y por el pico se asomaba el rostro del capitán, su traje tenía en los brazos plumas que simulaban alas y a la altura de las rodillas se imitaban las garras del águila, eran espectaculares y majestuosos a la vista, los guerreros jaguar al igual que los guerreros agila eran diestros en el manejo de todas las armas, además de dominar a la perfección el combate cuerpo a cuerpo, vestían con las pieles del jaguar y usaban su cabeza como casco, se pintaban el cuerpo para parecerse a una bestia salvaje y lograban obtener un aspecto intimidante como hermoso, por otro lado los guerreros Cuachicqueh (guerreros rapados) era la más prestigiosa sociedad guerrera mexica. Se caracterizaban por afeitar sus cabezas, excepto por una larga trenza sobre la oreja izquierda. Pintaban sus rostros y calvas con dos colores, una mitad azul y la otra color rojo o amarillo.

Tzilacatzin era el comandante en jefe de los guerreros mexicas, él tenía el grado más alto de todos, siendo un guerrero rapado, pero él era distinto a los demás pues se disfrazaba de diferentes maneras, aun que le gustaba vestirse de jaguar, había guerreros que eran bendecidos por los dioses, Tzilacatzin era uno de ellos, media dos metros de altura, poseía un cuerpo hermoso y fornido, una espalda ancha y piernas y brazos fuertes, su cabellera oscura lo hacía lucir varonil y elegante, tenía los ojos color ámbar y unas facciones definidas, era un hombre hermoso.

Todos los guerreros provenían de familias nobles, tenían estatus y educación, algunos ya tenían a sus esposas y aun así podían tener concubinas y visitar a las ahianime (prostitutas) pues no era algo mal visto, la profesión de estas mujeres era algo respetable y honroso, servir a los soldados de elite era considerado un honor.

Tzilacatzin era el preferido del tlatoani Moctezuma porque era un bendecido de los dioses, algunos decían que Mictlantecuhtli el dios del inframundo pues siempre salía vivo del campo de batalla, otros creían que era favorecido por Huitzilopochtli el dios de la guerra o por Quetzalcóatl el dios creador del mundo y la humanidad, pero Tzilacatzin se había ganado el favor de la diosa Coatlicue la madre de Huitzilopochtli, ella era la diosa de la fertilidad y se había fijado en Tzilacatzin por su corazón guerrero y justo, pues le recordaba de cierta manera a su hijo colibrí, Tzilacatzin no solo tenía el favor de la diosa de la fertilidad, sino también de Xochiquétzal la diosa de la belleza, quien lo encontraba hermoso y perfecto, también Tlaloc y el rey del inframundo le tenían cierto respeto y aprecio por su coraje y valentía, pues a pesar de ser un humano, llegaba a parecer un semi dios.

Tzilacatzin podía hablar y entender el idioma de los dioses pues al igual que con Lucia, un dios le había soplado el rostro, era un hombre intimidante y muy serio, bestial en la batalla y moralmente integro, tenía cierta curiosidad por Lucia, pues nunca pensó que conocería a otra persona que fuera favorecida por los dioses, se preguntaba cuál de todas las deidades se habría interesado en ella, fuera de eso, quería romper el compromiso que tenían de matrimonio para poder estar con Quetzalli, pues aún que podía estar con ella aun de casado, le era fiel y no se acostaba con otras mujeres, la diosa de la belleza había ocupado en múltiples ocasiones el cuerpo de Quetzalli para acostarse con Tzilacatzin pues lo encontraba fascinante.

Aunque no estaba interesado en Lucia, iba determinado en rescatarla, pues al ser un héroe no quería que hubiera más víctimas.

 Tzilacatzin tenía una frase la cual pronunciaba antes de cada batalla y con la que sus soldados se llenaban de valor.

—¡Y recuerden soldados! ¡Es un honor morir al filo de la obsidiana!

—¡Sí!

—Las huellas del sinsimito son frescas, quiere decir que no está muy lejos, las leyendas sobre este engendro son aterradoras, pero nosotros no conocemos el miedo, nuestros ojos han visto las cosas que enloquecerían a cualquiera, pero permanecemos cuerdos porque somos guerreros de elite, mataremos a esa bestia y regresaremos a casa con cada una de sus partes y si morimos moriremos con orgullo

—¡Ehhh! —los gritos de guerra retumbaron en la tierra, la cacería había comenzado.

Por otro lado, Lucia ya había caminado bastante, el corazón estaba por salírsele del pecho, no tenía idea de lo que haría una vez que se encontrara con aquella bestia, pero sostenía su palo con fuerza, pues, aunque no sabía cómo alguien como ella podría matar a un simio de su tamaño, tenía el coraje de salvar a la hija de aquella triste familia.

—Ya he caminado demasiado y no logro dar con esa cosa…

Las huellas eran demasiado confusas, porque el sinsimito tenía los pies al revés, Lucia había recordado que en su clase de historia había escuchado acerca de las leyendas prehispánicas y la del sinsimito la conocía porque María se la había contado, pues en esa ocasión ella no se había podido presentar.




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