El regreso de los dioses

El final de la bestia

Era justo en estos momentos cuando confirmaba lo que mis difuntos padres me decían “Lucia, eres muy impulsiva” esa manía mía me ha traído demasiados problemas y probablemente ahora vaya a morir en manos de ese monstruo.

—¡Corres como un estúpido orangután! ¡jamás podrás atraparme!

A esto es a lo que me refiero, mi boca y mi cuerpo hacen todo lo contrario a lo que yo quiero, la adrenalina se ha apoderado de mí y no parare hasta que uno de los dos muera.

Lucia corría con todas sus fuerzas, impulsada por un ferviente deseo de sobrevivir, tenía un único plan, llevar al sinsimito al rio y deshacerse de el de una vez por todas.

—¡Una vez que te atrape tú serás la madre de mis hijos! ¡pasaras toda tu vida pariendo a mis crías! mataste a mis hijos y me darás el doble de dependencia.

—¡Eso ni pensarlo! ¡Prefiero morir a engendrar a esos adefesios!

—¡Te arrancare la ropa y esta misma noche quedaras preñada! ¡humana insolente!

El sinsimito estaba furioso, Lucia era muy rápida y se movía a entre las ramas, el simio se golpeaba el pecho frustrado pues a pesar de que le lanzaba rocas y troncos no podía golpearla.

—Maldición, me arde el pecho, no puedo correr más. —Lucia bajo la guardia, estaba tan fatigada que ya no podía respirar, el tobillo se le doblo haciendo que tropezara y el sinsimito la cogió de los cabellos y comenzó a maltratarla.

—¡Te tengo! —Exclamó el sinsimito orgulloso.

—¡Suéltame! —Lucia pataleaba y trataba de evitar que el sinsimito le arrebatara la ropa, la había rasgado de algunas partes y su vestido estaba estropeado.

—Veras lo que es ser madre y no te atreverás a matar a tus propios hijos.

Lucia se rehusaba a dejar que esa bestia pusiera su semilla en su vientre y mordió la mano del sinsimito arrancándole un dedo, al instante el simio la soltó y los dos cayeron colina abajo rodando por la vereda.

—¡Ay! —gritaba el sinsimito al ver la sangre que le brotaba de la mano y cuando por fin se detuvieron, el mono se dio cuenta de que habían caído en el agua de un rio.

Lucia tenía toda su esperanza puesta en que ese rio la librara de la muerte, el sinsimito emitió chillidos desesperados, pues aborrecía el agua, parecía que estuviera sumergido en lava ardiente.

Lucia se tapaba los oídos pues los gritos de su adversario eran intolerables, el sinsimito dio un salto y salio del agua con Lucia de la mano, la había jalado del brazo, era tanta su furia que ahora quería matarla, ya no le interesaba procrear con ella, si no despedazarla por todo el sufrimiento que le había hecho pasar, así que con su gran fuerza la golpeo y la lanzo contra un árbol quedando inconsciente por el impacto.

Una vez que la bestia se disponía a echarle mano a Lucia, una flecha le fue clavada en el brazo haciéndolo gritar.

—¡Ay! ¿Quién me ha hecho esto? —preguntó enfurecido.

 Al instante comenzó a llover y el sinsimito se alteró aún más, de pronto, una voz grabe y poderosa le dijo.

—Hoy fue tu último día de vida simio despreciable.

Tzilacatzin apareció en el cielo y el sinsimito alzando la vista recibió un hachazo en la cabeza, cayendo muerto a los pies del guerrero rapado de ojos ardientes.

Inmediatamente después le corto el cuerpo en varios pedazos y sus hombres pusieron los restos en un costal, ya habían encontrado anteriormente a Yohualli y estaba a salvo con los guerreros mexicas.

Tzilacatzin abrió los ojos de par en par cuando vio a Lucia tirada junto al árbol el cual estaba partido a la mitad, se apresuró a revisarla, pues creía que por lo menos debía tener las costillas rotas, así que la tomo con cuidado y la cargo en sus brazos.

—¿Está viva? —le pregunto Kasakir (un guerrero jaguar)

—Si, solo esta inconsciente. —exclamó Tzilacatzin con seriedad.

—¿Cómo pudo sobrevivir una mujer pálida a un sinsimito? —añadió Teolth asombrado. (guerrero águila)

—Hasta le arranco un dedo. —dijo Tochitli (un guerrero rapado)

—Es una protegida de los dioses, no es de extrañarse que procuren su vida. —manifestó Kasakir.

—Vámonos, llevemos a la joven con sus padres y entreguémosle el trofeo al tlatoani. —les ordenó Tzilacatzin quien caminó delante de ellos con su imponente personalidad.

La ligera lluvia refrescaba el rostro de Lucia, sin saberlo iba en los brazos del hombre más heroico del imperio mexica, Tzilacatzin evitaba a toda costa mirar a Lucia, no quería conocerla, ni tratar con ella, era fiel a su querida Quetzalli y fuera de ella ninguna otra mujer o diosa le interesaba.

Pero su postura se rompió en el momento que instintivamente volteó su rostro al escuchar unos quejidos provenir de su boca, pues pensaba que se quejaba de dolor y la miró mientras todos avanzaban y no pudo evitar quedar prensado en su apariencia.

Aquella mujer era tan diferente a todas, jamás vio una piel tan clara, su cabello se le pegaba a la cara y su palidez resaltaba sus labios rojos y virginales, Tzilacatzin no pudo evitar compararlos con las tunas rojas de los nopales, pensó que era igual a una diosa.

Y aun con eso, seguía pensando fervientemente en Quetzalli, mientras la contemplaba, Lucia abrió lentamente los ojos y un incómodo momento se vivió entre ellos, Lucia rápidamente bajo la mirada y su cara se puso roja como un tomate.

—No puede ser… ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué me está cargando? ¡ayuda! —se decía Lucia en sus adentros gritando con toda su alma.

—¿Qué pasó con el sinsimito? —le preguntó Lucia una vez que se armó de valor.

—Está muerto. —le respondió Tzilacatzin a secas.

—¿Y la muchacha?

—Delante de nosotros, está bien, camina por su propio pie.

Al escuchar la voz de Tzilacatzin Lucia sintió que se estremecía, pues era grabe y varonil.

—Ya veo…entonces yo también caminaré… —exclamó Lucia avergonzada.

—No puedes, te torciste el tobillo.




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