El regreso de los dioses

El dios del rayo parte 1

 

A pesar de que Lucia ya había presenciado el descenso de dos dioses importantes a la tierra, no pudo evitar sorprenderse con este espectáculo, aquellos niños pequeños se veían alegres, danzando y regando la lluvia con sus cantaros, fue ahí donde supo que aquellos sacrificios terminaban teniendo un lugar de honor por su vida sacrificada, sirviéndole a los dioses.

Aun así, no podía sacar de su cabeza, los gritos, la sangre y todas las escenas crudas que había presenciado desde que llegó a Tenochtitlán.

Después de los rituales, celebrarían el éxito de los sacrificios con un banquete, comerían todo tipo de platillos hechos con el maíz que habían cosechado, las calles estarían adornadas y todos convivirían con alegría.

Ixcaxochitzin se retiró del templo sin siquiera despedirse de Lucia y sus criadas iban de tras de ella apuradas.

—¿Qué le pasa? Ni siquiera el Tlatoani es así de sangrón. —se dijo Lucia mientras acariciaba a ceniza.

La esposa de Moctezuma Tezalco, también se fue demostrando el poco deseo que tenia de relacionarse con ella, en cambio Moctezuma se dirigió a ella con una sonrisa.

—Mi querida Iztaccíhuatl (dama blanca) desde que llegaste a nuestras tierras, los dioses se manifiestan como lo hacían con nuestros antepasados en Aztlán, no cabe duda de que tu presencia nos ha traído buena fortuna, quiero agradecerte por haber sido tan valiente y haberte enfrentado al Sinsimito a pesar de tu desventaja, como recompensa a tu acto heroico les daré tierras fértiles a ti y a tu prometido Tzilacatzin además de muchas riquezas, pronto se casarán y serán una pareja formidable, Tzilacatzin además de ser un guerrero prodigio, viene de una de las familias nobles de Tenochtitlan tu decendencia será abundante y prospera por siempre.

—Disculpe honorable Tlatoani, pero yo no quiero… —-Moctezuma la interrumpe dejándola con la palabra en la boca.

—Lo lamento, tengo asuntos importantes que atender, al parecer criaturas sobrenaturales nos siguen asechando, si no son nuestros enemigos, son estos monstruos quienes nos acosan.

—¿Qué? ¿a qué se refiere? ¿Cómo que criaturas sobre naturales? ¿hay más?

Lucia vio como Moctezuma se retiraba escoltado por sus guardias y la dejó llena de intriga, quería pedirle la anulación de su compromiso, pero al parecer el Tlatoani estaba decidido a que se llevara a cabo.

—Vamos ceniza, vayamos a recorrer la ciudad, me caería bien distraerme, ya encontrare el momento oportuno de impedir este compromiso. —Ceniza movió la cola llena de alegría y siguió a Lucia.

El clima era fresco y lloviznaba ligeramente, a Lucia le parecía increíble el hecho de que las personas a pesar de haber presenciado sacrificios crueles se vieran aliviados y felices.

—Supongo que están acostumbrados, no sé si yo podré hacer lo mismo.

Había recorrido gran parte de los alrededores con la esperanza de encontrarse con Ikal, pero este al igual que los demás aspirantes a guerreros y los profesionales estaban entrenando en un terreno amplio sin importarles la lluvia y el fango.

Los entrenamientos eran tan rudos que salpicaban sangre y dientes por doquier, los guerreros aztecas se tomaban muy enserio sus batallas, aunque fueran solo para practicar, tenían unas espadas llamadas macuahuitl, era un artefacto elaborado de madera al cual se le añadían navajas de obsidiana en sus cantos, las cuales eran colocadas con resinas vegetales para su fijación.

Los enfrentamientos eran un espectáculo para los hombres que se habían retirado por su edad avanzada y para los niños y jóvenes que aspiraban a ser guerreros águilas o guerreros jaguar, también había mujeres que se deleitaban en los cuerpos fornidos y bien marcados de los guerreros, estaban también las ahuaiani (las prostitutas) que deseaban enredarse en los brazos de aquellos valientes caballeros y consolar sus cuerpos fatigados y golpeados con sus carisias y besos.

Ahí estaba Quetzalli, con sus dientes pintados de rojo, su cabellera lisa y oscura que adornaba con trenzas y su vestido que dejaba ver su voluptuosa figura.  

Lucia se había quedando mirando la brutalidad con la que entrenaban los guerreros, había llegado ahí de casualidad y en el momento en el que vio a Tzilacatzin el corazón le brinco, tenia el torso desnudo y se estaba enfrentando ha Tzoyectzin, uno de los guerreros más famosos y valientes que al igual que Temoctzin acompañaban al guerrero otomí en sus aventuras, los tres eran admirados y reconocidos por sus grandes hazañas.

En el momento en le que Lucia veía el combate y como el oponente de Tzilacatzin peleaba con fiereza le dio un impulso de intervenir, pero se detuvo apretando bien los puños, Tzilacatzin era formidable y fuerte, su melena oscura se ondeaba con sus movimientos salvajes y agiles.

—Que fuerte es… —exclamó Lucia sin pensar.

No pudo evitar mirar la espalda ancha del guerrero, sus piernas marcadas y musculosas y esas manos que fácilmente le cubrían la cara, se sonrojo de inmediato y rápidamente se golpeó las mejillas para no seguir pensando en él de esa forma.

Quetzalli le calvo la mirada como si se tratara de una enemiga y la miró con desprecio.

—¿Qué hace aquí esa extranjera? Debería estar enclaustrada en el templo con sus dioses. —los celos que Quetzalli sentía por lucia eran incontrolables, la odiaba por el simple hecho de estar comprometida con Tzilacatzin.

—¿Ella es la mujer pálida de la que todos hablan? —preguntó Yetlanetzi, una prostituta que también miraba el espectáculo.

—Es más hermosa de lo que pensé, que bueno que no ejerce nuestro oficio si no estaríamos perdidas jaja. —manifestó Yolotl aliviada.

  —Ni siquiera Quetzalli podría librarse de ella, jaja, ten cuidado querida, si sigues rechazando las propuestas de Tzilacatzin para casarte, terminará por robártelo esa chica blanca, ningún hombre puede resistirse a probar algo nuevo, parece una diosa, seguro que cuando la vea de cerca se olvidará de ti, jajaja. —le dijo Yali en forma de burla.




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