El regreso de los dioses

Aspirante a Guerrera.

 

Después del encuentro de Lucia con el dios Tlaloc, regresó a sus aposentos feliz, saber que contaba con el favor de una deidad tan importante como él la hacia sentir segura, además de que le parecía muy hermoso y verlo era un delite para su vista y deseaba volver a verlo pronto, no solo por su apariencia, si no por la paz que reflejaba, su tranquilidad se asemejaba a cuando el mar estaba quieto.

Los días pasaron y las lluvias ya no eran tan comunes, ahora el frio era lo que se comenzaba a sentir, era inusual que, en ese clima de siempre, se sintiera una helada en el ambiente, había niebla por las mañanas y por las noches sorprendiendo a todos por este cambio tan brusco.

Lucia no se había encontrado con Tzilacatzin, el guerrero estaba muy ocupado en campañas y batallas, pues era común que los enfrentamientos entre los guerreros aztecas y los purépechas se dieran acabo, también contra los tlascaltecas quienes eran sus enemigos de siempre, era de ellos donde sacaban la mayoría de sus sacrificios.

Por otro lado, Lucia había decidido prepararse físicamente para la batalla, ella usaría la fuerza que Tlaloc le había obsequiado para defender a los débiles, así que se ejercitaba todos los días y entrenaba sola muy cerca de donde lo hacían los guerreros de elite.

Las personas que la veían entrenar al aire libre se juntaban para verla, la admiraban en secreto, tenía unas piernas fuertes y unos brazos tonificados, además de una cintura fina y caderas anchas, su físico era agradable a la vista además de que era hermosa.

Sus cabellos negros caían como cascadas onduladas que le llegaban al inicio de su trasero, el cual era bonito y la mayoría de los hombres la miraba de más en esa zona.  

—¿Iztaccíhuatl cuando te unirás a los guerreros? —le preguntó una pequeña de cinco años llamada Ameyali, quien era su fan desde que la vio vencer a Temoctzin, su madre Yeyetzi la corrigió con dulzura diciendo.

—Cariño, las mujeres no pueden unirse a los guerreros, nuestro lugar esta en casa cuidando de nuestro marido he hijos, deja de insistir con eso.  

—¿Qué? Pero Iztaccíhuatl es igual de fuerte que ellos ¿Por qué no puede convertirse en una guerrera? —insistió Ameyali entre pucheros.

—Ya te dije por qué, no seas testaruda.

Luisa había escuchado aquella conversación y se acercó a ellas con gentileza y dijo sin reparo delante de todos.

—Yo no veo por que no pueda hacer algo así, las mujeres también podemos ser guerreras, ya lo somos, desde que nacemos nos enfrentamos a muchas dificultades, tenemos que esforzarnos el doble para poder sobresalir, somos increíbles, tenemos la súper fuerza de poder  dar vida a guerreros, príncipes, hombres valientes y mujeres virtuosas he inteligentes, soportamos el dolor de dar a luz a pesar de sentir que el dolor nos terminará desmayando y aun así estamos sonrientes al recibir a nuestros bebés, si en nuestra sociedad aun no existe una mujer que sea considerada una guerrera, entonces puedo intentar ser la primera, porque algo no se haya visto, no significa que no pueda suceder.  —le dijo Lucia a la niña mientras le acariciaba la cabeza, haciendo que sus ojitos brillaran llenos de inspiración.

—¡Entonces yo también seré una guerrera! ¡también seré un pájaro! —exclamó entusiasmada.

—Yeyetzi eso de ser un pájaro no es posible jaja. —le dijo su mamá enternecida con las ocurrencias de su pequeña hija.

—Tu mamá tiene razón no te puedes convertir en un pájaro jaja, pero podemos imaginar que eres uno. —Lucia la subió a sus hombros y comenzó a dar vueltas simulando que volaba y Yeyetzi reía a carcajadas llena de felicidad.

Había ocasiones en las que Ikal aprovechaba su tiempo libre he iba a entrenar con Lucia, le contaba sobre las cosas que aprendía y le enseñaba todo lo que sabia, eran muy buenos amigos, aunque Ikal sentía algo más por ella.

Lucia le había contado sobre su encuentro con el dios Tlaloc y como había sido él quien le había dado su fuerza.

—¿Y no te dio miedo estar en su presencia? Es un dios muy respetado y temido, dicen que es gigante y que tiene la apariencia de un ogro o un monstruo gigante. —expresó Ikal temeroso.

—Es todo lo contrario, es amable, bondadoso y además es muy guapo, me quedé con la boca abierta cuando lo vi jeje.

—¿Qué? ¿y su cara de ogro? —preguntó Ikal asombrado.

—Pues es una máscara, no se por que la usa, si yo tuviera toda esa belleza no me taparía el rostro, debe ser muy modesto.

—Yo creo que tu eres más bonita…—le dijo Ikal sonrojándose por completo.

—Quizás de donde yo vengo si me considere bonita, pero actualmente más diría que soy rara.

—No digas eso, los chicos empiezan a mirarte más de lo que crees, pero no se te acercan porque estas comprometida con Tzilacatzin, todos le tienen respeto y admiración, ningún hombre se atrevería a decirte elogios.

—Mi compromiso con él mes más forzado que entrar a un pantalón de talla chica.

—¿Un qué? —

—Jajaja, nada, soy mala con las analogías y los chistes, me refiero a que a él no le intereso para nada, me odia y se que no le caigo bien, es un neandertal lleno de músculos, además me han llegado los rumores de que esta enamorado de una tal Quetzalli, una de las prostitutas favoritas de los guerreros, no la conozco, pero deben de ser tal para cual. —expresó Lucia con molestia.

—Ya se que para ti es inaceptable que los hombres casados y los comprometidos visiten a estas mujeres, pero en mi sociedad no esta mal visto, al contrario, es algo común y el trabajo de ellas es honrado.

—No me importa que sea común, los hombres casados deberían estar con su esposa únicamente, lo demás es una barbarie, lastiman el corazón como si no valiera nada.

—¿Y no te gustaría casarte con alguien más? —le preguntó Ikal apenado.

—No me gustaría casarme a la fuerza ¿Por qué tengo que casarme en primer lugar? No es que no lo desee algún día, pero no de esta forma, quiero estar con alguien que me ame y que no tenga ojos para otra mujer.




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