El regreso de los dioses

El nahual

 

El clima había empeorado desde entonces, el frio y la niebla estaban por todas partes calando los huesos del pueblo Mexica, la incertidumbre era mucha ¿Qué estaría pasando con Tlaloc para que decidiera darles un clima tan horrible? Los aztecas comenzaron a preguntarse si el dios estaba enojado y por eso les mandaba ese clima.

El tlatoani Moctezuma se reunió con Lucia a solas, para preguntarle si el dios tenía algo que ver con el asunto que tan inquieto tenía al pueblo.

—¿Estás segura de que este no es el principio de un castigo divino por parte de Tlaloc? Quizá hicimos algo mal con las ofrendas y los sacrificios, pero no logro ver que lo ofendió. —dijo el gobernante pensativo.

—No es eso, el dios Tlaloc no esta enojado con el pueblo, él no es quien esta mandando este clima extraño, cuando hablé con él no me mencionó nada del asunto, a mi parecer no es el dios aterrador que todos suponen, todo lo contrario, es bueno y amable, además de considerado, fue él quien me dio la fuerza que ahora poseo, un dios que se preocupa por su pueblo no debe ser el causante de lo que vemos.

—Si tu lo dices entonces te creo, esto no es cosa de hombres comunes, hay algo sobrenatural que no conocemos, debemos estar alertas, lamento pedirte esto, pero requeriremos de tu protección si algo desconocido se presenta, quizás si Tzilacatzin y tú les ruegan a los dioses que nos ayuden este problema se disipe sin traernos consecuencias.

—Haré lo que sea para cuidar de ustedes.

—Te agradezco Iztaccíhuatl, cambiando de tema, supe que has estado metida en problemas debido a tu deseo de formar parte de la elite de guerreros ¿Eso es verdad? —le preguntó Moctezuma arqueando una ceja.

—Lamento si le han hablado mal de mí, lo único que he querido desde que llegue es ser respetada, la gente me discrimina por mi color de piel y por donde quiera que voy me dicen extranjera, lo cual es una gran mentira, pues…este también es mi país ahora. —Lucia no sabía si confesarle al tlatoani que venia del futuro sería bueno, así que aun se lo guardaba en secreto.

—Comprendo tu sentir, pero las mujeres no pueden ser guerreras, ustedes son flores delicadas que no fueron hechas para ir al campo de batalla, su deber esta en el hogar con los cuidados de la casa y la crianza de los hijos, esa es la vida que mejor les va debido a su delicadeza.

—Es que…yo no comparto el mismo pensar, creo que las mujeres podemos hacer mucho más, solo que nos subestiman, se que en cuanto al tema de la fuerza si llevamos desventaja, pero en agilidad, destreza, inteligencia y sabiduría al momento de hacer estrategias llevamos la delantera, si tan solo… —el tlatoani la interrumpió de inmediato pues era evidente que no pensaba lo mismo.

—Pareciera que quieres ocupar un lugar que no te corresponde, eso no lo puedo permitir, eres un tesoro mexica, un regalo de los dioses dado para nuestra gloria y enriquecimiento como pueblo superior a los otros, nuestro destino es conquistar y someter a nuestros enemigos para que nos sirvan, no me puedo dar el lujo de que te hieran en la batalla o peor aún que te asesinen.

—pero…

—Se que te enfrentaste al sinsimito y que fuiste de gran ayuda para su captura, pero no fue buena idea que te arriesgaras, si de verdad quieres proteger al pueblo azteca, deberás hacerlo de la manera correcta, como una mujer sumisa y obediente.

—Yo soy más que un adorno señor, no quiero ser una mujer tradicional. —le dijo Lucia mirándolo con enojo.

—Es todo por hoy Iztaccíhuatl, tengo cosas que hacer, te pido que pienses en tus palabras revolucionarias y te relajes, te hará bien casarte pronto, lo que necesitas es a tu esposo para que te gobierne y así puedas entender tu lugar, veras que no es tan malo como piensas, su boda se llevará a cabo dentro de tres semanas, ya lo decidí.

—¿Qué? Pero…. Pero él ni siquiera me quiere, me aborrece ¿Cómo piensa casarme con él? Le ruego que lo reconsidere, dudo mucho que él quiera casarse conmigo, he escuchado rumores acerca de su romance con la prostituta Quetzalli, seguro que la prefiere a ella. —exclamó Lucia con desesperación.

—Y la seguirá viendo después del matrimonio, no es para tanto, pero tu serás su esposa, no hay mejor mujer que tú, serán la pareja sagrada, un matrimonio unido por los dioses, nuestra gran alianza y fortaleza, el cariño llegará después, con el tiempo se llevarán mejor, así que no trates de persuadirme, en tres semanas te casaras con él y punto.

Lucia se quedó sin palabras, el tlatoani estaba empeñado en casarla con ese guerrero al que tanto le huía, Moctezuma se fue dejándola con muchas cosas en la cabeza.

Una semana había pasado desde su platica con el tlatoani, el clima seguía sin mejorar y cada día empeoraba más, la situación se agravió cuando empezaron a desaparecer personas, mujeres, niños y ancianos, sin excepción, eran despedazados por una bestia que dejaba sus miembros regados junto a sus viseras, nadie sabía que es lo que los estaba cazando, pero en esos pocos días, ya había matado a cuarenta personas.

La gente estaba tan asustada que no querían ni salir de sus casas, pero ni siquiera ahí estaban seguros, pues aun en sus dormitorios eran asesinados sin crueldad, como un bebé de tan solo dos meses a quien la criatura devoro dejando solamente una de sus piernitas.

Pasó que la bestia también atacó a una mujer embarazada y le saco al feto dejándola moribunda en medio de la calle como si no valiera nada.

Todos estaban horrorizados con la violencia con la que la bestia atacaba, ni siquiera a la luz del día estaban a salvo, pues los acechaba arrancándoles la piel a sus víctimas.

Lucia estaba llena de miedo, definitivamente era un sentimiento que conocía bien, pero a pesar de eso, salía a patrullar las casas de las victimas y había decidido quedarse a fuera de la casa de la mujer embarazada que asesinaron hacia un par de días, pues su padre estaba enfermo y tenía dos niñas pequeñas de tan solo dos años y decido vigilar la entrada de su casa para que el animal no quisiera regresar a atacar de nuevo.




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