El regreso de los dioses

El hombre que podía transformarse en lobo.

 

La niebla, aumentaba cada vez más, hasta que hubo un punto donde no se podía ver ni el suelo donde pisaban, Tzilacatzin mantenía todos sus sentidos alerta, su olfato y su vista eran excepcionales, típico de un guerrero tan experimentado.

—La bestia estuvo por aquí, su olor se vuelve más fuerte mientras avanzamos. —exclamó Tzilacatzin con seriedad y añadió. —mantente cerca de mí, podría aparecer en cualquier momento y rebanarte por la mitad.

Esas palabras le dieron escalofríos a Lucia, ya había visto a la criatura y era descomunal, así que sin reparo se acercó más a su prometido.

Lucia alzó la mirada y contemplo a Tzilacatzin, siempre tenía el ceño fruncido, pero era tan varonil que entendía por que las mujeres de Tenochtitlán estaban tan enamoradas de él, media dos metros de altura, sus cabellos largos y brillantes le daban mucha masculinidad, no pudo evitar admirar lo guapo que era.

—Deja de verme y pon atención, que tu vida depende de eso. —le dijo Tzilacatzin mal humorado.

Lucia pegó un brinco pues su voz fuerte la había asustado y su cara se le puso tan colorada que parecía un tomate.

—No te estaba mirando…solo que…—en ese momento un fuerte grito aturdió sus oídos, la bestia acababa de despedazar a uno de los guerreros águila que había logrado seguirlo, no importaba que tan alto brincara la criatura, los guerreros de elite estaban preparados para enfrentar cualquier tipo de enemigos, sus entrenamientos eran despiadados y muy severos, no le tenían miedo a nada.

Queridos lectores, gracias por leer esta novela, les dejo nuevo capítulo, espero que les guste, los leo en comentarios, feliz tarde.

Por desgracia, el animal le dio una gran mordida en el torso arrancándole las entrañas, el pobre guerrero pegó un grito desgarrador, pero aun faltándole viseras y parte de su abdomen, como podía seguía en guardia, las palabras de su superior Tzilacatzin resonaban en su mente y en su alma.

Y así era con todos los guerreros, no había muerte más honrosa, ni gloria más grande que morir en batalla, sabían la recompensa que le esperaba al llegar al Mictlán.

—¡Mexitli! —gritó Tzilacatzin, podía reconocer a sus guerreros y junto con Lucia corrieron en dirección a donde se había escuchado el grito desgarrador.

El viento logró despejar un poco el paisaje y los ojos de Tzilacatzin y Lucia se clavaron en la cruda escena, el guerrero águila Mexitli apenas si podía ponerse en píe y con las ultimas fuerzas que le quedaban le lanzo su macuahuitl que era su espada, un objeto elaborado de madera al cual se le añadían navajas de obsidiana en sus cantos, los cuales eran colocados con resinas vegetales para su fijación.

Con esa ultima hazaña logró herir al lobo en el brazo haciéndolo aullar de dolor, sus aullidos eran insoportables y aturdidores, parecía una bestia infernal y después de recibir el ataque del guerrero saltó con todas sus fuerzas hacia él para terminar de despedazarlo.

——¡Mexitli! —Tzilacatzin se desgarro la garganta al ver como la bestia se ensañaba con su compañero arrancando sus extremidades como si fueran de papel, la expresión de dolor y shock de Mexitli hizo que Tzilacatzin se sintiera impotente, no había nada que hacer por él.

Pero las ultimas palabras de Mexitli cambiaron la mente y la forma de ver la batalla para Lucia.

—Es un honor… morir al filo de la obsidiana capitán…—susurró Mexitli segundos antes de que se ahogara en su propia sangre.

De repente, una fuerte ráfaga de viento voló el cabello de Lucia, fue en cuestión de segundos cuando vio a Tzilacatzin abalanzarse contra el hombre lobo, su velocidad la dejó sin palabras, ni siquiera supo cuando se fue, en un instante se encontraba luchando contra la bestia.

  Lucia corrió para mover el cuerpo de Mexitli que ya había fallecido, se llenó de su sangre y cerró sus ojos con sus manos.

—Descansa en paz guerrero…—dijo Lucia conmovida, la batalla contra la criatura era impresionante, los demás guerreros que habían perdido a Mexitli gritaban pronunciando su nombre, pero por la neblina no sabían por dónde ir.

—¡Por aquí! estamos aquí! ¡la bestia esta peleando con Tzilacatzin! —gritó Lucia con todas sus fuerzas y miró al cielo rogando por la ayuda de Tlaloc y añadió. —por favor señor del rayo…disipe esta cortina que no deja que los guerreros defiendan a su pueblo ¡Tlaloc quita esta niebla! —exclamó Lucia y la bruma comenzó a desaparecer.

Todos se quedaron asombrados de que el dios de las tempestades hubiera escuchado las suplicas de una mujer extranjera y al ver a la enorme bestia se impresionaron de su tamaño, era mucho más grande que Tzilacatzin y aun así la bestia no podía ni rasguñarlo.

—Tzilacatzin…—Lucia comenzó a preocuparse por él, ese no era un lobo ordinario, caminaba en cuatro y en dos patas y se comportaba como un hombre salvaje, era un verdadero demonio.

Los guerreros que eran cinco en total se unieron a la batalla, pero Tzilacatzin se los impidió, ordenándoles que mejor los rodearan para que la bestia no pudiera escapar del destino atroz que le esperaba.

Los ojos de Tzilacatzin emanaban fuego, fue la primera vez que Lucia vio su fuerza descomunal, pues agarró al lobo y lo abrazó quebrándole las costillas, la criatura chillaba desesperado y comenzó a arañarle los brazos y las piernas, Tzilacatzin no se iría de ahí sin la cabeza de ese animal.

—¡Tzilacatzin! —gritó Lucia al verlo sangrar.

—¡No te metas! —le ordenó el guerreo enfurecido, no solo la bestia le había matado a un guerrero, también le había quitado a un amigo, Tzilacatzin estaba enfurecido.  

—Pero…

—¡Voy a matarte bastardo miserable!

Tzilacatzin estaba logrando quebrara la bestia, pero antes de que pudiera hacerlo, el cielo se oscureció, llenando a Tenochtitlan de penumbras, el cielo estaba rojizo y todos se desconcertaron al respecto.




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