El regreso de los dioses

Descubriendo al lobo

 

Lucia Y Tzilacatzin se fueron a la casa donde las niñas vivián con su papá, al atar las conjeturas en su mente se le vino a la cabeza, el gran hoyo que había en la pared, el miedo inexplicable de las niñas y la fiebre que atormentaba aquel hombre, estaba segura de que el lobo había saltado del techo la primera vez que lo vio.

—¡Vamos es por aquí! Si lo heriste en la pierna no debe estar muy lejos. —externó Lucia apurada.

—Mira, su sangre ha dejado un camino, la bestia se esta desangrando, me encargue de herirlo de muerte, si Tezcatlipoca vuelve a sanarlo me encargaré de arrancarle la cabeza esta vez.

—Tzilacatzin silbó a través de su Ehecachichtli (su silbato que emitía gritos aterradores) para anunciarle a sus compañeros que el enemigo estaba en sus manos, al momento los otros guerreros respondieron silbando y una vez que rodearon la casa donde aparentemente se había metido el nahual, encontraron el rastro de sangre que los guiaba hasta la camilla del padre de las niñas.

—Ponte detrás de mí, puede que aun mantenga su forma animal. —le dijo Tzilacatzin y Lucia asentó con la cabeza y tragó saliva, cuando llegaron al lecho del hombre, se llevaron una gran sorpresa, pues este se estaba convirtiendo en humano, debido a que ya no tenia la fuerza para mantener su transformación.

La manera en la que iba perdiendo su forma bestial era aterradora, emitía gemidos espeluznantes que le erizaban la piel a Lucia, no pudo evitar taparse los oídos, pues eran aberrantes.

—Es él, él es el padre de las niñas…—exclamó Lucia lamentándose.

—¡Ay! —el hombre se quejaba de dolor y respiraba de forma agitada, se agarraba la pierna pues estaba perdiendo mucha sangre, no importaban sus intentos por detener la hemorragia, su vida estaba apunto de terminar.

—No hay manera de que te salves, te he cortado de tal forma que ya no hay nada que hacer por ti. —le dijo Tzilacatzin mirándolo fijamente.

—¿Dónde están mis hijas? ¿no me digan que las mate? —exclamó el señor entre lágrimas.

—Ellas están a salvo, me encargue de que las protegieran en le palacio del tlatoani. —manifestó Lucia con lastima al ver la expresión de horror de aquel hombre.

—¿Cómo es que tu dios te transformó en ese monstruo? —lo interrogó Tzilacatzin con gran seriedad.

—Yo solo quería proteger a mis hijas…ya que no pude hacerlo con mi esposa…ella desapareció hace algunos meses, fue una de las primeras victimas del sinsimito, ese monstruo me la arrebató de los brazos, dejó a mis hijas sin su madre y a mi sin mi esposa…sabía que si clamaba al dios Tezcatlipoca podría conseguir poder, la fuerza necesaria para cuidar de mis hijas por si algún día ese u otro monstruo las amenazaba, a cambio de convertirme en un animal tendría que servirle, mi instinto bestial me llevaría hacer cosas repugnantes he inmorales, para mantener mi poder debía comer carne humana, perdía el control de mi mente cuando me transformaba, la bestia me poseía por completo, pero tuve el control suficiente como para reconocer a mis hijas.

—Ellas terminaron temiéndote, vieron repetidas veces como su padre se convertía en un animal salvaje, asesinaste a muchas personas inocentes y le arrebataste la vida a un guerrero, tus pecados son imperdonables. —le dijo Tzilacatzin con el ceño fruncido.

—Lo lamento…se muy bien que mi alma no entrará al Mictlán, no después de lo que hice. —el hombre comenzaba a ponerse pálido, se estaba desangrando, a duras penas podía hablar y las lagrimas rodaban por sus mejillas.

—Aun puedo saborear la carne de mis victimas…estaban deliciosas jajajajajaja. —el hombre reía a carcajadas, dejando a Tzilacatzin y a Lucia sin palabras.

De pronto el hombre intentó transformarse en lobo nuevamente pero su transformación solo se limitaba a una deformación física, pues no tenía la fuerza necesaria para transformarse, fue entonces que dejó su actuación de lado, mostrando su verdadera cara.

—Deja de burlarte maldito o terminaré con tu vida de una vez por todas. —lo amenazó Tzilacatzin indignado por sus fuertes carcajadas.

—Eres un demente…—exclamó Lucia atónita por su comportamiento.

—Se la creyeron toda jajaja, toda esa historia absurda que inventé jajaja, la verdad es que yo asesine a mi esposa, la desgraciada me tenía harto con su cara de pocos amigos, siempre quejándose de todo, nada de lo que hacia le parecía,  estaba fastidiado de la vida patética que llevaba, ella me exigía ser un hombre de verdad, pues le di algo mejor, un hombre capaz de despedazar a quien sea con tan solo un mordisco, así como le pasó a tu querido amigo, debo admitir que la carne de un guerrero es exquisita jajaja.

—¡Cierra la boca bastardo!

—¡Tzilacatzin cuidado! —El hombre se lanzó contra Tzilacatzin, pero este lo agarró del cuello y le arrancó la cabeza, terminando así con su vida, mientras la cabeza del nahual rodaba por el suelo murmuro sin remordimiento alguno.

—No me arrepiento de nada…

Así fue como terminaron con la vida de un asesino, un hombre que siempre fue un monstruo, el rostro de Tzilacatzin estaba sombrío, hubiera preferido asesinarlo antes de que matara a su compañero de batallas, pero la vida de los guerreros era así, fugaz he impredecible.

—Tzilacatzin…—exclamó Lucia al verlo tan serio.

—Vámonos, yo llevaré a este maldito ante el tlatoani, por esta noche, Tenochtitlan podrá dormir en paz.

—Si…

Lucia y Tzilacatzin presentaron el cuerpo del nahual a Moctezuma y le dieron toda la información que tenían, al saber que todas las bestias que habían estado asediándolos eran enviados por Tezcatlipoca, el tlatoani se angustió profundamente.

—Si nuestro enemigo es un dios entonces estamos perdidos. —exclamó Moctezuma preocupado.

—Tenemos a muchos dioses de nuestro lado, ellos nos protegen. —añadió Lucia para calmar el ambiente.




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