El regreso de los dioses

Deseos impuros

 

En Tenochtitlan, se respiraba un ambiente de incertidumbre y de miedo, los rumores de que Tezcatlipoca se había declarado enemigo de los mexicas tenía a todo el pueblo angustiado, pensaban que ningún ser humano podría pelear contra un dios y mucho menos defenderse.

Las cosas en el palacio de Moctezuma también habían estado tensas, la familia real estaba al tanto de lo que estaba sucediendo, la princesa Ixcaxochitzin estaba sentada en el jardín de su palacio, amaba los agaves y las flores que daban los nopales, sumergida en sus pensamientos por todo lo que estaba pasando y no podía dejar de culpar a Lucia por todo lo sucedido, su madre estaba con ella, mientras tejía unas pulseras.

—¿Qué te pasa Ixcaxochitzin te noto muy callada? —le preguntó Tezalco mirándola detenidamente.

—Desde que esa extranjera llegó, los dioses nos castigaron, dicen que es una protegida de ellos, pero lo único que nos ha traído son desgracias, muerte y calamidad, debe estar maldita, algo debió hacer para ofender al dios Tezcatlipoca, jamás nos había castigado con su ira. —exclamó Ixcaxochitzin apretando la tela de su vestido.

—Ella tampoco es de mi agrado, no entiendo por qué tu padre se empeña en tenerla en el palacio, yo también creo que nos ha traído muy mala suerte. —manifestó Tezalco con enojo.

—Después de todo lo que ha pasado ¿aun así mi padre insiste en casar a Tzilacatzin con esa mujer? Lo llevará a la ruina… —dijo Ixcaxochitzin angustia.

—Ya esta decidido, la idea de que es lo mejor para el pueblo se le ha metido a la cabeza como una obsesión.

—Pero…¿Qué hay de mí? ¿yo no era una buena opción? ¿Que podría ser mejor para el pueblo que la princesa y el mejor soldado se unieran en matrimonio? Esa extranjera no es parte de nuestro pueblo, no beneficiará en nada a Tenochtitlan…y aun así…el pueblo la ama.

—Solo están emocionados porque es una mujer rebelde, sin educación ni modales, quiere creerse a la altura de los hombres, finge tener la capacidad de un guerrero, su insolencia la han llevado a participar en los entrenamientos con los soldados de elite, es una vergüenza.

—¿Y que dice mi padre? —preguntó Ixcaxochitzin con molestia.

—¿Qué va a decir? Esta muy ocupado preñando a sus concubinas, ha estas alturas el palacio se llenará de bastardos, los rumores dicen que tiene embarazadas a trecientas mujeres al mismo tiempo y a mí ya ni me toca. —exclamó Tezalco indignada.

—¿Y aun así insisten en casarme con un hombre a quien no amo? Si el matrimonio sin amor es dificil, imagínate como será el mío cuando lo aborrezco con toda mi alma.

Ixcaxochitzin decía esto, porque su padre ya había decidido casarla con un hombre de la nobleza llamado Mexitli, a quien consideraba un tonto y un cobarde, pues a pesar de ser de la nobleza ya era un hombre de cincuenta años y lo aborrecía, tenía un problema en las rodillas y por eso no había ido a la guerra y nunca había sido soldado.

—¿Y con quien querías unirte en matrimonio? ¿con Tzilacatzin? Ixcaxochitzin, todos en el palacio sabemos la obsesión que tiene con esa prostituta Quetzalli ¿te imaginas casarte con alguien que ama a otra mujer? Seguramente la vería cada noche y a ti te dejaría arrumbada como un simple objeto ¿quieres eso? En cambio, Mexitli te mira como si fueras la única flor del desierto. —le dijo Tezalco mirándola fijamente.

—¡No me importa! Mi amor sería más que suficiente para sostener nuestro matrimonio, no importa si solo yo lo amo, dormir a su lado, despertar a su lado, tenerlo para mi toda la vida es lo único que deseo, lo amo…¿por qué mi padre ignora mis sentimientos? En lugar de considerarme… favorece más a esa mujer pálida…esa miserable ladrona…

—¡Ixcaxochitzin! ¿A dónde vas? —le preguntó Tezalco al ver como se iba entre lágrimas.

—¡Déjame en paz! Quisiera morirme…

Ixcaxochitzin se fue corriendo de ahí mientras lloraba, la princesa no podía concebir que pasaría el resto de su vida al lado de un hombre al que odiaba.

—Ixcaxochitzin no deberías envidiar a una mujer más desdichada que tú. —dijo su madre mientras la veía partir.

—Es tan injusto, yo debería ser quien se case con Tzilacatzin, yo lo vi primero, yo lo amé primero…maldita Iztaccíhuatl, ojalá nunca hubieras aparecido en nuestras vidas…si no estuvieras entonces quizás yo sería la mujer que se casaría con Tzilacatzin.

Mientras corría, Ixcaxochitzin chocó con Tzilacatzin quien recién salía de ver a Moctezuma, al chocar contra el fornido pecho del guerrero, él la sostuvo para que no rebotara manteniéndola un momento en sus brazos, ella alzó la mirada y al verlo se aferró a él con fuerza.

—¡Tzilacatzin! —exclamó ella mientras lo abrazaba.

—Princesa ¿se encuentra bien? —le preguntó Tzilacatzin al ver que estaba llorando.

—Ahora lo estoy, por favor llévame lejos de aquí, necesito tomar aire fresco.

—¿Dónde está su guardia personal?

—Quiero que tú me cuides esta tarde. —le dijo Ixcaxochitzin aferrándose a su torso.

Tzilacatzin se sintió incomodo, pero al verla tan mal accedió. Sabía que afuera era peligroso y tenía que protegerla.

—¿Tiene permitido salir del palacio?

—Lo tendré si tu vas conmigo, pasar tanto tiempo aquí es igual que vivir prisionera ¿quieres que tu princesa viva encerrada?

—La acompañaré a donde dice, pero solo en lo que se calma ¿de acuerdo?

—Está bien.

Ixcaxochitzin y Tzilacatzin caminaron juntos hasta que llegaron a un lugar solitario, la quietud era pacifica y Ixcaxochitzin comenzó a acariciar las flores que había en el lugar, cortó una y se la puso en el cabello.

—¿Qué te parece? ¿me veo linda? —la princesa era hermosa y de buen cuerpo, pero no le atraía a Tzilacatzin pues era una niña para él, por su inmadurez y su forma de ser mandona y caprichosa.

—Si, se ve bien con esa flor.

—Tzilacatzin ¿Qué tipo de mujeres te gustan? Siempre he tenido esa curiosidad, saber que mujer le atrae a un guerrero tan hábil como tú.




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