El regreso de los dioses

El zip, parte 1

 

Existía una leyenda entre los indígenas del mexico antiguo, una maravillosa y mítica criatura que guardaba los bosques, la historia del Zip, el rey y guardián de los venados quien los protegía de las fuertes cazas que había hacia estos hermosos animales, se dice que este hermoso siervo tenía un panal de miel en uno de sus cuernos y su néctar era como fuego devorador que quemaba alas almas que estaban contaminadas con la maldad, si un desafortunado se encontraba con él y quería su miel para conseguir vida eterna o curar su aflicciones y dolencias, sería consumido por sus feroces llamas, pero si un alma pura tenia la suerte de verlo en su camino, este podría tomar un poco de su miel y así curar sus enfermedades y aliviar su dolor.

Los aztecas solo habían escuchado esta leyenda y en su territorio jamás lo habían visto, pero era una historia mítica que cautivaba el corazón de quien la escuchaba.

Lucia ya se encontraba en el palacio de Moctezuma, aquella noche no quiso saber de nadie y se fue a dormir temprano, Tzilacatzin la había buscado por todas partes y al no saber de ella, pensaba que Lucia ahora tenía una idea equivocada de él, aquella tarde, tubo que dejar a la princesa, se le notaba furioso, levantó el vestido del suelo y se lo entregó a la princesa Ixcaxochitzin, quien no podía con la vergüenza.

—Por favor vístase, le suplico que no vuelva acercarse a mí con esas intenciones, usted es una mujer comprometida, no volveré a encontrarme con usted a escondidas. —le dijo Tzilacatzin molesto.

—¡Espera! Por favor no te vayas…lo que te dije es verdad, yo te amo, siempre he estado enamorada de ti, yo no quiero casarme con Mexitli, es un hombre mayor y yo…le rogué a mi padre que me permitiera convertirme en tu esposa, si tu se lo pides…si anulas tu compromiso con esa extranjera…entonces podremos estar juntos. —le dijo Ixcaxochitzin agarrándolo del brazo.

Tzilacatzin la miro fijamente y aparto su brazo de ella para que lo soltara.

—No quiero. —expreso dejando a Ixcaxochitzin sin palabras.

—¿Qué? Pero te acabo de decir que te amo ¿no me escuchaste?

—Yo no siento lo mismo por usted, nuestro destino jamás a sido estar juntos, por favor desista y acepte la vida que le tocó, yo no soy parte de su futuro.

—¿Por qué me dices todo esto? soy la princesa de este pueblo….soy hermosa…!deberías estar agradecido de que alguien como yo se fije en ti! ¿Cómo puedes rechazarme de esa forma insolente? ¡te ordeno que te desnudes y me hagas el amor! ¿me escuchaste guerrero? ¡desnúdate!

Tzilacatzin la miró con desprecio y frunció el ceño con enojo, no soportaba lo malcriada y soberbia que era esa niña berrinchuda.

—Yo no soy de su propiedad, no pienso obedecerla, usted no es mi tlatoani.

—¡Yo soy tu princesa! Debes obedecerme…

—Jamás le pondría un dedo encima, más allá del respeto que el tengo a su padre, usted me parece indeseable, no me gustan las mujeres como usted, aborrezco la altanería, la soberbia y la arrogancia en una mujer, no importa que usted sea una princesa aun si fuera una diosa no me casaría con usted ni obligado.

—¡Cállate! — Ixcaxochitzin le dio una fuerte bofetada, pero la actitud de Tzilacatzin seguía siendo la misma, la princesa detestaba la forma en la que la miraba.

—¿Cómo puedes estar tan encaprichado con esa sucia prostituta? Estoy segura de que no te importa la extranjera ¿vas a anular tu compromiso con ella para estar con esa vulgar? Jaja, te encanta compartir a la mujer que amas ¿verdad? ¿sabes las cosas que se dicen de ellas en el palacio? No existe un hombre en todo Tenochtitlan que no la haya probado, pero el tonto Tzilacatzin jajaja, el guerrero más importante del imperio Mexica suplica por un momento de placer con esa zorra, aunque quieras estar con ella mi padre jamás permitirá que te cases con esa mujer, estas condenado a permanecer al lado de esa mujer pálida quien llaman la protegida de los dioses, otra golfa miserable, el tipo de mujer que a ti más te gusta.

—Ya fue suficiente princesa. —Tzilacatzin el agarro del brazo con fuerza mientras ella se reía en su cara.

—Ninguna de ellas te amará como yo lo hago, yo me rebajaría para estar a tu lado.

—Esta es la ultima vez que hablamos, no quiero volverá tener nada que ver con usted. —le dijo Tzilacatzin y la dejó desnuda mientras ella se tiraba al suelo, estaba tan enojada que maldecía como una loca, se llevó las manos a los cabellos y se los apretó con fuerza.

—Me las vas a pagar…todos ustedes me las van a pagar, si yo no puedo ser feliz, ninguno de ustedes lo será, incluyendo a mi padre.

Así fue como Tzilacatzin y la princesa Ixcaxochitzin terminaron, en el corazón de la princesa se anido un profundo odia que la llevaría a cometer el acto más despreciable de todos “la traición”

Volviendo al presente, habían pasado varios días, en los que Lucia y Tzilacatzin no se veían, ella evitaba encontrárselo a toda costa, no dejaba de pensar en su encuentro con el dios de la guerra y lo cerca que estuvo de cometer una locura.

—Gracias al cielo que no paso nada entre nosotros, el despecho no debería motivar a nadie hacer algo como esto… —exclamó Lucia sonrojada.

El aviso de que los guerreros debían presentarse en las afuera de al ciudad para ir a una misión había llegado a oídos de Lucia quien sabia que no podía esconderse de Tzilacatzin para siempre, pues ahora que ya la aceptaban en los entrenamientos con los guerreros, Moctezuma le había mandado un recado, un permiso para que pudiera ir con Tzilacatzin y sus subordinados a una misión especial, pues se habían dado unos avistamientos de uno supuestos gigantes que habían hecho desastres en otros pueblos y se dirigían a Tenochtitlan, debían cazarlos, investigar al respecto y saber si eran rumores o una realidad, pues de ser así, nuestros amigos se enfrentarían a enemigos realmente poderosos.




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