Lo sabía…ese hombre es más sínico de lo que creí, primero con la princesa y ahora con esa horrible mujer, esto es el colmo, por lo menos debería tener algo de respeto por nuestro compromiso, no importa si es algo que no deseamos ninguno de los dos, pero ¿qué dirán de mí sus compañeros? todo el pueblo debe saber que soy una cuernuda, me importan un comino sus tradiciones, esto es indignante para mí.
Lucia estaba furiosa, si fuera una caricatura, seguro le estaría saliendo humo por la nariz, evitaba a toda costa hablar con Tzilacatzin, estaba segura de que si lo tenía enfrente lo golpearía.
—Creo que esta enfadada contigo. —le dijo Temoctzin y añadió. —con todos es amable, pero a ti ni te mira, no es para menos, a Quetzalli no le importa que sea tu prometida.
—Lo del general he Iztaccíhuatl es un compromiso arreglado, ninguno de los dos lo desea, siempre se ha sabido que Quetzalli es la mujer del jefe. —manifestó Tlacaélel asegurando su argumento.
—Ella tiene otra cultura, debe ser extraño y molesto que su prometido, forzado o no, este con otra mujer aun cuando ya están comprometidos.
—Dejen de meterse en lo que no les importa, a Iztaccíhuatl no le importa lo que haga el jefe, además ¿ella también podría estar con alguien más si deseara o no capitán? —le preguntó Xihuitl codeando a Tzilacatzin.
Pero este abrió sus ojos de golpe y frunció el ceño.
—Caminen y dejen de inventar historias, nos espera un largo camino. —Tzilacatzin era de pocas palabras, pero nunca se había presentado la idea de que Lucia estuviera con alguien más.
—¿Viste su expresión? Para mi que ella no le es tan indiferente. —le dijo Xihuitl a Temoctzin sonriente.
—Yo también pienso lo mismo, pero sigue habiendo un gran abismo entre ellos.
—Ya veras que eso se acabará pronto, están destinados a casarse, es un mandato del tlatoani.
—Puede que Quetzalli sea la flor de la seducción y una preciosura, pero a mi parecer, Iztaccíhuatl es más bella, su piel blanca es linda después de todo.
El viaje era largo, tenían que cruzar el bosque de Chapultepec para llegar a su destino, la tarde ya los había alcanzado, el cielo tenia una pinta hermosa, colores naranjas y rojizos que daban una vista espectacular.
Tzilacatzin, Ixtlipactzin, Tlaltecuhtli y Zipactunal se habían ido a cazar la cena, habían regresado con varios conejos y el fuego estaba listo para cocinarlos.
—¡Ahí vienen! Parece que les fue bien en la cacería ¿Qué trajeron? — les preguntó Tonahuac hambriento.
—Trajimos estas liebres, serán suficiente para llenar sus enormes estómagos jaja. —dijo, Ixtlipactzin con una sonrisa.
—Vamos a destriparlos y a despellejarlos, tráiganme el cuchillo. —dijo Tzilacatzin mientras se agachaba.
—Yo lo haré, los cocinare, ustedes descansen. —dijo Lucia sin mirarlo a los ojos.
—Puedo hacerlo yo mismo, nunca has despellejado nada en tu vi… —la mirada que Lucia le lanzó a Tzilacatzin fue escalofriante y aceptó dejarla en paz.
—Dije que yo lo haré.
—De acuerdo, Tzilacatzin frunció el ceño y se fue a recargar en un árbol, la luz del fuego alumbraba su cuerpo, se cruzó de brazos y miró a la fogata con enojo.
—Cielos, ¿soy yo o esto se siente como estar entre una pelea de recién casados? —le preguntó Yolatzin a sus compañeros mientras se rascaba la cabeza.
—Te acostumbraras con le tiempo. —le dijo Temoctzin quien miraba hambriento a esos conejos.
—Maldición, ¿para que demonios me ofrecí a pelar a estos animales? Me estoy muriendo de asco, no podre contenerme más…ayuda… —se decía Lucia en sus adentros mientras le lloraban los ojos.
—Eh.. ¿ya casi están los conejos? —le preguntaron los soldados quienes ya no podían aguantar más el hambre.
—Ya casi… —les dijo Lucia, quien al momento de abrirle la panza al animal casi se vomita.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Izel aguantándose la risa.
—Te dije que no sabías hacerlo, dame acá. —Tzilacatzin se puso de píe y le arrebató el conejo de la mano.
—Lucia no tuvo más remedio que entregárselo y una vez que la cena por fin estuvo lista, todos fueron llamados a cenar.
—Toma Iztaccíhuatl, si no te apresuras los otros te dejaran sin cenar. —le dijo Yolotzin, arrimándole una pierna de conejo.
—No tengo hambre, gracias.
—Pero esta muy rico, Tzilacatzin tiene buena sazón.
—Prefiero no comer, me duele el estómago. —exclamó Lucia con una evidente tristeza en la mirada.
—Esta bien ¿puedo comerme tu parte?
—Como quieras…
Los soldados de elite, ya consideraban a Lucia como una de ellos, les caía bien y además era muy agradable, siempre trataba de no ser una carga para ellos, pero justo ahora, ella se sentía triste.
—¿No vas a cenar? puedo compartirte de mi comida si no te gustan las piernas de conejo, el cuello es más sabroso. —le dijo Xiohuitl sentándose aun lado de ella.
—Dejen de insistirle, si quiere morir de hambre es su elección, la comida no se rechaza ni se desperdicia, cómansela ustedes si ella no quiere, no le den un trato especial. —exclamó Tzilacatzin molesto por la actitud de Lucia y esta más insensible lo sintió.
—Así que se paró de ahí y se fue.
—¿A dónde vas? —le preguntaron sus compañeros al ver que se dirigía al interior bosque.
— Iztaccíhuatl regresa ahora mismo. —le dijo Tzilacatzin tratando de contener su molestia.
—Deberíamos ir por ella, es muy peligroso que este sola por ahí. —dijo Temoctzin mirando a Tzilacatzin.
—¡Iztaccíhuatl!
—Iremos con usted señor. —insistieron ellos, pero Tzilacatzin se los impidió.
—Iré yo solo, quédense aquí a cuidar el campamento.
—Como diga señor.
—¿Cómo puede ser tan insensible? Es un completa idita, lo odio y lo detesto… —se decía Lucia mientras se alejaba.
Tzilacatzin iba atrás de ella lleno de enojo, no comprendía por que era tan infantil y caprichosa, estaba dispuesto a regañarla y disciplinarla, le aprecia como un caballo salvaje a quien no podía domar.