El regreso de los dioses

Probelas en el paraiso

 

Tzilacatzin iba atrás de ella lleno de enojo, no comprendía porque era tan infantil y caprichosa, estaba dispuesto a regañarla y disciplinarla, le parecía como un caballo salvaje a quien no podía domar.

—¿Cómo puede ser tan imprudente? No conoce el bosque y sale corriendo como si fuese un jardín, es tan testaruda que me vuelve loco. —se decía Tzilacatzin endiablado.

La luz de la luna alumbraba todo el paisaje y a una distancia considerable, el guerrero rapado pudo distinguir la silueta de Lucia quien caminaba a toda prisa.

—Deja de alejarte y regresa al campamento, es una orden. —le dijo Tzilacatzin tratando de no alterarse.

—¿Por qué me estas siguiendo? Dije que iría a caminar, quiero estar sola ¿no puedo tener mi privacidad? —exclamó furiosa.

—No dijiste eso, saliste corriendo como una niña caprichosa. —decía Tzilacatzin quien ya cansado de su actitud la tomó del brazo y la jaló hacia él.

—¡Suéltame! —Lucia intentaba liberar su brazo, pero el guerrero la agarraba con fuerza.

—¡Ya fue suficiente insolente! Eres una guerrera y yo soy tu superior, obedece mis órdenes. —la mirada de Tzilacatzin era sebera, se notaba su gran enojo.

—¡Que me sueltes!

—¿Cómo puedes ser tan irrespetuosa? Ninguno de los otros guerreros se atrevería a faltarme el respeto de esa forma y tú como si nada haces tus rabietas delante de ellos como si tus acciones no tuvieran consecuencias ¿acaso quieres que efectué los mismos castigos que les doy a ellos? ¿quieres que te discipline por irreverente? —la mirada de Tzilacatzin era fiera y con severidad le dejaba en claro a Lucia que no iba a tolerar más su comportamiento.

—¿Y que hay de ti? ¡tu fuiste quien me faltó al respeto primero! Me has humillado como se te ha dado la gana, eres un maldito insensible ¡te odio! —Lucia se soltó a llorar dejando a Tzilacatzin sin saber que hacer.

—¿De que estas hablando?

—Se muy bien que me aborreces y que odias estar comprometido conmigo ¡pero eso no te da el derecho de desfilar con tus amantes a plena luz del día! Te vi mientras estabas con la princesa, he tenido que soportar tus humillaciones viendo como esa prostituta y tu se acuestan y se besan sin importarles mi reputación ¡se que eso no es condenable para ti! ¡Pero a mí me lastima idiota!

—Yo…no sabia que, creí que tú…

—¿Creíste que no me importaba ver como dejas que Quezalli se burle de mí? No solo tengo que soportar sus encuentros desvergonzados, si no que tengo que escuchar sus horribles palabras despectivas hacia mí, ¡les dice a todos que soy despreciada por ti y que la prefieres por encima de cualquier mujer o diosa ¡si tanto la quieres cásate con ella! ¡exígele al tlatoani que rompa nuestro compromiso y deja de hacerme sufrir!

—¡Tú tampoco quieres que yo sea tu esposo!

—¿Al menos te hiciste alguna idea de un futuro juntos? ¡yo sí! Nunca he estado con otro hombre, por que te respeto, pero tu no me aprecias en lo absoluto, así que déjame en paz, no quiero verte.

Las palabras de Lucia dejaron sin palabras a Tzilacatzin, quien se quedó parado mientras ella se alejaba.

—Lo de la princesa fue un mal entendido, ella quiso acostarse conmigo, pero la rechace, me confeso sus sentimientos, pero yo no la correspondí, le deje en claro que no quería volver a tocar el tema con ella, cuando me di cuenta de que estabas ahí, quise explicártelo todo y desapareciste, te busque para hablar al respecto y desde ese día me has evitado, te comportas como si te importara, pero dices que me odias.

—Lo de la princesa es irrelevante, pusiste un limite porque ella no te interesa, pero ¿qué hay de Quezalli? ¿a ella también le dirás que estas comprometido? ¿exigirás que respete eso?

Tzilacatzin se quedó callado y Lucia soltó una pequeña risa y añadió.

—Regresando le diré al rey que anule nuestro compromiso, no puede obligarte a nada, aun si es el tlatoani.

Lucia le pasó, por un lado, ya iba de vuelta al campamento y llego primero que él.

—Iztaccíhuat ¿estas bien? Tzilacatzin fue a buscarte. —le dijo Yolotzin quien ya no le hizo más preguntas, pues la vio muy seria.

—Descansa Yolotzin.

—Eh, igualmente, descansa Iztaccíhuat.

Tzilacatzin se había quedado a pensar a unos cuantos metros del campamento sobre todo lo que Lucia le había dicho, él se encontraba entre la espada y la pared, por un lado, sentía que Lucia tenía razón en como se sentía, aunque el amara a Quetzalli, sabía que jamás podrían estar juntos, ya que ella no pensaba casarse con él y dejar su oficio, pues desde muy joven se dedicaba a eso y no conocía ni quería otra cosa.

El amor de ella hacia Tzilacatzin era muy egoísta, se sentía con el derecho de poseerlo y disfrutar de los beneficios que le daba ser la amante del guerrero más fuerte de Tenochtitlan, disfrutaba de humillar a Lucia y hablar mal de ella con sus compañeras y los demás hombres, no quería unirse en matrimonio con Tzilacatzin y tampoco quería dejarlo para alguien más.

Se sentía celosa de Lucia, de su popularidad, fuerza y belleza, además de que no solo gozaba del favor del tlatoani, si no de los dioses más importantes, era tanto el desprecio que sentía por ella, que quería hacerle la vida imposible.

Ya eran como las dos de la mañana, cuando todos estaban descansando, pero el rugir de tripas de Lucia era tal que no dejaba dormir a Tzilacatzin, ella estaba sonrojada con la esperanza de que nadie pudiera escucharla, se estaba muriendo de hambre, ya desesperado Tzilacatzin le arrojo unas piezas de conejo en la cabeza a Lucia y después se giró para poder dormir.

—¡Ay! ¿Qué demonios? —lucia vio la carne, Tzilacatzin le había guardado su cena, aunque igualmente el hambre lo estaba matando, prefirió no comer a dejar que Lucía padeciera de hambre.

—Que descortés, me lanzó la carne a la cabeza, me dolió…lo comeré solo porque no soporto el ruido que hace mi estómago, parece un oso…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.