El regreso de los dioses

El rey de los ciervos

 

La noche avanzó con normalidad, mientras uno hacia guardia otro lo relevaba, hasta que el sol tocó la tierra, eran las seis de la mañana y aun no estaba my claro el día, todos decidieron que sería buena idea cazar algún venado para la comida, no sabían lo que les esperaría al tomar aquella decisión.

 —Levántense, nos espera un largo día. —les dijo Tzilacatzin quien fue el primero en alistarse, él era disciplinado y diligente, Lucia también ya estaba lista, se veía muy bonita, tenía el cabello suelto y se veía tierna recién levantada.

—El clima es bastante fresco, aun si encontramos a un venado y lo matamos, seguramente la carne no se arruinará. —exclamó temoctzin entre bostezos.

—Con ese bostezo seguro que ya espantaste a todos los animales del bosque. —le dijo Izel para molestarlo.

—Jajaja, ¿de que estas hablando? Si con tus flatulencias mataste a toda la hierba, ese conejo te echó a perder las entrañas.

—Jajaja, los dos son unos mal olientes, deberían taparse la boca con barro, huelen a muerto desgraciados. —añadió Tlacaelel con nauseas.

—¿Podrían ser más refinados? Estamos con una señorita trio de ordinarios. —manifestó Xóchitl mientras se estiraba.

—Iztaccíhuat es un solado ahora, tendrá que hacerse más ruda, no hay lugar para la delicadeza entre nosotros. —dijo Zipactunal quien afilaba su arma de obsidiana.

—No se preocupen por mí, no me asusta que sean ustedes mismos. —les dijo Lucia con seriedad.

—¿Lo ven? Ella no se asusta con facilidad.

—Pero ¿Cómo es que tu no apestas Iztaccíhuat? Me atrevería a decir que hueles bastante bien. —expresó Yolatzin con curiosidad.

—¿Qué? Bueno, no lo sé, supongo que ustedes los hombres sudan más.

—O quizás tu destilas rosas jeje.

—Lucia sonrió ligeramente y Tzilacatzin los regaño a todos por no apurarse.

Todos emprendieron nuevamente su viaje, Lucia seguía muriéndose de hambre, le rugía el estómago al igual que a Tzilacatzin, quien ni siquiera había cenado.

—Tengo tanta hambre, como me guaria comerme una hamburguesa con papas gigantes y una soda con mucho hielo… —se decía a sí misma Lucia, mientras fantaseaba vio que había algunos hongos por ahí, así que para que nadie la viera comerlos, se quedó atrás y aprovechó para masticarlos.

—Espero que esto me quite un poco el hambre, saben horrible…

Tzilacatzin miró a todos lados y al no verla volteó hacia atrás.

—¿Qué estas comiendo? —le preguntó con su voz gruesa y ronca.

—¿Qué? Ah, unos hongos que estaban por ahí. —le dijo Lucia sintiendo que le hormigueaba la lengua.

—¿Qué hongos? —le preguntó el guerreo con el ceño fruncido.

—Esos de allá.

—¿Por qué demonios no preguntaste si podías comerlos?

—¿Qué pasa? ¿hasta para comer tengo que pedirte permiso? Estas loco.

—¡Esos hongos son venenosos tonta! ¡ven aca!

Tzilacatzin le quitó los hongos que tenía en las manos y le metió los dedos a la boca para quitarle los que estaba masticando.

—Vomita ¡rápido!

Lucia se angustio mucho y trató de provocarse el vómito, pero, aunque saco un poco, ya había tragado suficiente como para morirse.

—Ya no puedo vomitar más… —exclamó Lucia mareada y sudando mucho, los labios comenzaban a pintársele de morado y Tzilacatzin la cargó en sus brazos.

—¿Dónde están los otros? —preguntó con voz fuerte el guerrero.

—Se adelantaron a cazar. —respondieron alarmados al ver el tipo de hongos que se había comido Lucia.

—¡rápido ayúdenme a buscar purgantes para que pueda devolver todo lo que ha comido! ¡muévanse que puede morirse!

—¡Si señor!

La situación era critica, Lucia se encontraba en un gran problema, su hambre le había costado su salud.

—Que dolor tan insoportable, me duele tanto el estomago que siento que voy a desmayarme, Creo que voy a morir otra vez…poco a poco pierdo mis sentidos, que muerte tan estúpida, creí que sería más heroica y terminé siendo una carga para todos, por lo menos los brazos de Tzilacatzin con reconfortantes, es mejor morir aquí que en algún otro lado…

—No te duermas Iztaccíhuat, te necesito despierta. —le dijo Tzilacatzin golpeándole las mejillas ligeramente.

—No me llamó Iztaccíhuat, mi nombre es Lucia, llámame por mi nombre solo por esta vez… —susurró Lucia ya sin fuerzas.

—¿Lucia?

—Si…ese es mi verdadero nombre.

—Demonios… ¡mantente despierta! ¡no te atrevas a dormirte guerrera! ¡Es una orden!

De pronto, los gritos de los guerreros que se habían adelantado a Cazar llamarón la atención de todos incluyendo a Tzilacatzin, así que con Lucia en sus brazos corrió en dirección a ellos, a unos cuantos metros de distancia, estaba un ciervo con un aura brillante, era enorme, gigante y con un panal de miel en uno de sus cuernos, era el Zip quien se les había manifestado en el momento en el que habían herido a un venado en la pata.

—No puede ser….

Tzilacatzin, al igual que todos su subordinados, estaban perplejos ante la criatura mistica que tenían frente a ellos, aquel ciervo dorado los miraba fijamente.

 

 




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