Ahí estaba aquel ciervo dorado, enorme guardián de asombrosa belleza, era imponente como una obra de arte, todos se quedaron boqui abiertos ante aquella mística criatura que desprendía una brillante luz, algunos guerreros habían cazado a un venado, le hirieron la pata y cuando estaban a punto de degollarlo, apareció el Zip, impidiendo su asesinato.
—No puede ser…
Los héroes estaban paralizados, era como estar en presencia de un dios, aquella criatura sobrenatural los miraba fijamente, desaprobando su acto cruel, el venado gritaba como si pidiera auxilio y es que era una madre desesperada, uno de los guerreros tenía a su cría sujetándola de las patas, la madre solo quería que su pequeño estuviera bien.
Basto un resoplido por parte del majestuoso ciervo para que los subordinados de Tzilacatzin dejaran en libertad a la cría y a su madre, esta huyó cojeando para reunirse con su bebé, una vez que se acercaron al ciervo dorado, él curó sus heridas dándole un poco de su milagrosa miel.
Tzilacatzin vio lo sucedido y sin pensarlo dos veces caminó hasta la criatura, esta era su única oportunidad para salvar la vida de su prometida.
—¿Qué hace señor? No se acerque… —exclamaban sus subordinados asustados.
—¡Deténgase! Es muy peligroso. —manifestaban ellos tratando de persuadirlo, pero el guerrero rapado tenía algo en mente y era salvar la vida de Lucia.
—Honorable rey, perdone el atrevimiento de mis hombres, cazaban por hambre, ninguno de ellos es un mal hombre, son guerreros valientes que luchan por la libertad de los oprimidos y quitan el yugo de los débiles, incluyendo a esta mujer quien esta envenenada, le suplico que le brinde un poco de su miel para que pueda salvar su vida. —Tzilacatzin se inclinó hacia él y además le puso a Lucia en frente, para sorpresa de todos, el Zip hablo.
—Yo soy el Zip, guardián de este bosque y rey de los ciervos, me he manifestado ante los gritos de auxilio de aquella madre y su cría, no era el tiempo de morir de aquella hembra, así como la muerte tampoco puede llevarse a esta diosa, más mi miel es tanto una bendición como una maldición, si el alma de quien la consume esta corrompida pro el mal, morirá en medio de un fuego abrazador, pero si es noble y benigna, no solo sanara, si no que recibirá una fuerza especial ¿aun así quieres correr el riesgo? —le preguntó aquella pacifica voz.
—Estoy seguro de que el alma de esta mujer es pura y blanca como la nieve, por favor sálvela. —exclamó Tzilacatzin aun postrado.
—Está bien, haré lo que me pides.
El ciervo dorado se acercó a Lucia y la olfateó, le dio a probar de su miel y el cuerpo de Lucia comenzó a brillar, todos estaban impactados y a la vez nerviosos de que las llamas no fueran a consumir a su compañera, pues tenia un carácter explosivo algunas veces, pero para su sorpresa, Lucia comenzaba a recuperarse, su piel brillaba como el sol, en aquel momento, la tierra y el cielo temblaron como si las fauces se estremecieran por algo insólito, los dioses sintieron algo extraño en sus pechos, en sus aposentos les llegó aquel presentimiento, la diosa que había muerto, había regresado a la vida.
—¿Iztaccíhuat?
La luz que rodeaba a Lucia se había extinguido, pero aun no despertaba, el ciervo se inclinó hacia ella y le lamió la mejilla para despertarla, al instante Lucia abrió los ojos y inhaló todo el aire que le cupo en los pulmones, se sentía renovada, no de dolía nada, y todos sus recuerdos como Mayahuel habían regresado, gracias al milagro de la miel del Zip, Lucia de alguna forma había recuperado su divinidad.
—¿En donde estoy? ¿otra vez morí? No puede ser…mi mente ya no esta confundida, ahora lo recuerdo todo, mi abuela, mis hermanos, Quetzalcóatl…Tezcatlipoca… ¿Qué esta pasando?
Lucia se levantó y el Zip le hizo una reverencia todos la miraban extrañados y no era para menos, ella era Mayahuel, poseía sus ropas celestiales, sus adornos, su gran belleza y todo su poder.
—Bienvenida diosa del Maguey, es un placer volverla verla. —le dijo el Zip antes de desaparecer.
Lucia se puso de pie y al verla, todos se postaron ante ella, menos Tzilacatzin quien no sabía cómo reaccionar.
—Diosa Mayahuel… —dijeron los guerreros y al instante Lucia volvió a su forma humana cayendo de rodillas.
—¡Iztaccíhuat!
Tzilacatzin la ayudó a levantarse y entonces supo lo que pasaba.
Lucia siempre fue mayahuel, solo que, en su forma humana, una imagen que nunca nadie había visto, ni siquiera los dioses, pues ella no solía presentarse ante los humanos por que era muy tímida, pero siempre los ayudaba de manera anónima.
Gracias al Zip, Lucia pudo recuperar su divinidad, aunque aún estaba dormido su poder, ella ya había recuperado todos sus recuerdos, la diosa y la humana, eran una sola.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Tzilacatzin mirándola fijamente.
—Si, gracias por ayudarme, ahora todos mis recuerdos son claros, ahora se la verdadera razón por la que me asesinaron en mi primera vida, todo paso cuando…
Todo comenzó con aquel intenso romance entre el dios Quetzalcóatl y la diosa Mayauel, las cosas en el reino de los dioses en ese entonces eran pacificas, pero antes de que pasara el desastre que ya conocemos, alguien más intentó conquistar a la hermosa diosa.
Se rumoraba entre las deidades sobre la belleza embriagante de la diosa virgen del maguey, aquella que poseía una planta mágica con la capacidad de ayudar a los hombres y conceder milagros a quien la poseyera, esta codiciada dama, estaba bien resguardada por su abuela y sus hermanos quienes al celaban y la oprimían, no permitían que ella fuera libre, todo para que nadie se la robara y ser dueños eternos de aquel regalo divino, pues gracias a Mayahuel, su abuela y sus hermanos eran poderosos, demonios ambiciosos de mal corazón que la maltrataban cada que podían, parecía un ave hermosa, enjaulada, sin alegrías ni esperanzas, deseosa de volar lejos y huir de aquella prisión, pero gracias a la ayuda de un apuesto dios, ella pisó al tierra por primera vez.