El regreso de los dioses

una diosa dentro de mí.

 

La flor del Maguey se regó por toda Tenochtitlan, pero no era mágica, la verdadera planta estaba incrustada en el corazón de Mayahuel, era el amor lo que le daba el poder de hacer milagros, su bondad y su deseo de ayudar a otros, al haber alterado su destino, la destrucción de los aztecas llegó acompañada de la conquista y el olvido de los dioses prehispánicos, reencarnando quinientos años en el futuro como una humana más, fue entonces que la diosa del inframundo planeo junto a Huitzilopochtli traerla de vuelta al pasado, su verdadera época para impedir aquel futuro intrigante.

—Tu asesino fue Tezcatlipoca, el provocó que tus hermanos terminaran con tu vida. —exclamó Tzilacatzin con seriedad.

—Ahora entiendo la forma tan familiar con la que em habló aquel día. —Manifestó Lucia con pesar.

—Entonces no eres la protegida de los dioses, si una diosa autentica. —dijo Temoctzin.

—La diosa del maguey…—declaró Izel contemplándola.

—Estoy segura de que Tezcatlipoca desea fervientemente encontrar mi planta, vive engañado pensando que tiene poderes milagrosos, el poder que yo creía que yacía en aquella planta, resultó vivir todo este tiempo dentro de mí. —añadió Lucia tocándose el pecho.

—No te preocupes, nosotros te protegeremos, no dejaremos que ese dios se acerque a ti. — anunció Tlacaelel golpeando su pecho en señal de juramento.

—Es evidente porque Tezcatlipoca no impidió que la diosa del inframundo te trajera de vuelta a tu época, debió arrepentirse cuando vio que la planta por si sola no tenia efecto, le conviene que recuperes todo tu poder para sí sacar ventaja de él. —dijo Tzilacatzin apretando los puños.

—Esta vez no dejaré que me ponga una mano encima, no permitiré que vuelva a quitarme la vida. —manifestó Lucia frunciendo el ceño.

—Ahora que sabemos que no eres una extranjera, ni tampoco Iztaccíhuat, ¿entonces cómo debemos llamarte? —le preguntó Xihuitl con curiosidad.

—¿Qué pregunta es esa idiota? Es la diosa del maguey Mayahuel. —exclamó Ixtlipactzin golpeándole el brazo con fuerza a su compañero.

—No, sigo siendo la misma que conocieron, ustedes son mis amigos y compañeros de batalla, sigo siendo una de ustedes, una guerrera, mi nombre es Lucia.

Tzilacatzin recordó que ese era el nombre que Lucia le había dicho para que la llamara, era el nombre con el que ella se sentía más cómoda.

—¿Estás segura? ¿No habrá un castigo divino ni nada parecido si te llamamos con tanta familiaridad? —le preguntó Tonahuac preocupado.

—Ya le hablamos con familiaridad y seguimos vivos ¿Podemos seguir hablándote igual verdad? — pronunció Zipactunal esperando una respuesta.

—Si, podemos seguir tratándonos con normalidad, solo tengan en cuenta que ahora que se con certeza que soy una diosa puedo golpearlos más fuerte en los entrenamientos. —les dijo Lucia con una ligera sonrisa.

—Debemos ser precavidos entonces jaja.

Nuestros guerreros continuaron su viaje y terminaron de cruzar el bosque, encontrándose así con un paisaje soleado y desértico.

—Ay morimos de hambre, si el Zip no se hubiera aparecido habríamos llenado nuestros estómagos con toda esa carne. —manifestó Xihuitl hambriento.

—Yo tengo una idea al respecto, el rey del bosque se enojó cuando cazamos el venado, pero no dijo nada de otros animales, aquí abundan las liebres, cualquier cosa podría pasar, podría resbalarse mi  arma justo en su costado y morirían al instante y como la situación no esta para desperdiciar la despellejaríamos y la comeríamos en honor a ese pobre animalito, si el rey de las liebres se aparece, simplemente pediremos perdón, pero diremos que la carne de esa liebre nos salvó la vida y al ver que una diosa esta con nosotros nos dejará ir jeje ¿Qué opinan de mi ingenioso plan? —les preguntó Izel orgulloso de su astucia.

—No existe el rey de las liebres, vayan a cazar. —les dijo Tzilacatzin mientras él y la otra mitad del grupo buscaban agua.

—Ok, ¡si se nos aparece el espíritu de las liebres le diremos que se queje con usted capitán!

A quienes se enviaron a cazar fueron, Izel, Xihuitl, Tonahuac y Ixtlipactzin, el resto se fue a buscar agua, había un estanque pequeño donde Tzilacatzin y sus hombres recolectaron agua para después hervirla, Lucia se veía pensativa, su cabeza estaba dándole muchas vueltas al asunto, no podía dejar de preguntarse lo que pasaba por la mente de Quetzalcóatl, sentía que había un siclo abierto entre los dos que les hacía mucho daño.

Una vez que los cazadores regresaron con su botín, pudieron darse un buen festín, pero Lucia no probó bocado, decía que la miel del Zip le había quitado el apetito, pero la realidad es que no dejaba de pensar en las atrocidades que vivió gracias a Tezcatlipoca.

—Ese maldito miserable…me robó tantas cosas, tanto tiempo y aun así sigue haciéndome daño. —se decía Lucia en sus adentros.

Una vez que terminaron de comer, nuestros guerreros siguieron su camino, ya era media tarde y el sol estaba en su punto más alto, mientras más avanzaban más seguros estaban de que aquella amenaza por la que partieron era real, llevaban ya cuatro días de camino y a su paso había restos de huesos humanos y el olor a putrefacto les invadía las narices.

—¿Un ataque enemigo? —preguntó Izel al mover con su pie un fémur.

—Este tipo de devastación no la hacen unos simples hombres, hay restos de animales salvajes y personas que parecen fueron comidos a mordidas, mordidas gigantes. —exclamó Temoctzin con seriedad.

—¿Creen que se trate de los quinametzin?  —preguntó Yolotzin tragando saliva.

—Es probable. —manifestó Tzilacatzin con el ceño fruncido.

Así se le llamaba a una raza de gigantes en la mitología mesoamericana entre los pueblos nahuas, según la leyenda, los quinametzin fueron creados durante el sol de lluvia, supuestamente rendian culto al dios Tlaloc, pero la realidad es que se habían revelado ante un creador.




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