Cuando creía que era humana, escuché la leyenda de los gigantes llamados quinametzin, me pareció una historia demasiado descabellada, pues se decía que ellos habían ayudado a la construcción de las pirámides, supongo que las leyendas tenían algo de verdad, el solo hecho de pensar en esas criaturas monstruosas y colosales hace que se me acelere el corazón, se supone que, para este punto de la historia, esas criaturas ya deberían estar extintas, pero todo lo que estamos viendo, es la evidencia más contundente de que siguen con vida, como diosa, nunca vi a uno de ellos, no tenía permitido salir y mucho menos visitar el mundo de los humanos, con todo el desastre que dejan a su paso, deben ser unos salvajes.
—Esas cosas deben ser colosales ¿Cuántos gigantes serán? —Preguntó Temoczin con seriedad.
—No lo se. —dijo Tzilacatzin mientras miraba la tierra entre sus dedos.
—Son diez sobrevivientes, todos ellos buscan llegar a Tenochtitlan, pero los he desorientado, el efecto solo durara unos días, seguro que regresaran en cualquier momento. — aquella voz los sorprendió a todos, Lucia sentía que el corazón se le salía del pecho, pudo reconocerlo he inmediatamente volteó hacia donde estaba él, era Quetzalcóatl en su forma humana, he inmediatamente todos se arrodillaron ante él.
—Quetzalcóatl… — Lucia no sabia como reaccionar y también le hizo una reverencia.
—No tienes que arrodillarte, eres una diosa, el ciervo me lo ha contado todo, su miel te ha liberado de tu confusión, aunque veo que aun te gusta tener esta forma. —le dijo el hermoso hombre que tenía frente a ella.
—Esta es mi forma humana y me siento cómoda con ella, creo que no me reconociste antes porque jamás me habías visto así. —exclamó Lucia con tristeza.
Quetzalcóatl se acercó a ella provocando que a Lucia se le acelerara el corazón, su mirada se veía llena de tristeza, la observaba como si ella se tratara de algún sueño efímero, era la mujer que alguna vez amó con locura, Mayahuel estaba frente a sus ojos, pero al mismo tiempo se sentía tan lejana.
—¿Como es que sigue sintiéndose una brecha entre nosotros? —le preguntó Quetzalcóatl mientras acariciaba su mejilla.
—Han pasado muchas cosas, aunque he recuperado mis recuerdos, una parte de mí se sigue sintiendo más como Lucia que como tu diosa.
Quetzalcóatl tomó el rostro de Lucia en sus manos y se acercó aun más, miraba sus labios con anhelo, su alma quería revivir aquellos gloriosos momentos donde pasaban los dias juntos amándose sin ningún tipo de reserva.
—Quetzalcóatl…
Los hombres de Tzilacatzin lo voltearon aver, parecía que la serpiente emplumada estaba apunto de besar a la prometida de su jefe, Tzilacatzin no lo pensó dos veces he interrumpió aquel posible beso.
—¿Cuánto tiempo tardarán los quinametzin en volver? Debemos interceptarlos antes de que puedan acercarse a Tenochtitlán. —dijo Tzilacatzin con voz profunda.
—Dos días aproximadamente. —respondió Quetzalcóatl y ante los ojos de los guerreros se llevó a Lucia desapareciendo por completo.
—¡Iztaccíhuatl! —gritó Tzilacatzin al ver que su prometida ya no estaba.
—¿A dónde se fue? —preguntó Yolotzin sorprendido.
—¿Estas ciego? El dios Quetzalcóatl se llevó a Iztaccíhuatl con él, talvez le dio miedo besarla enfrente de nosotros. —pronunció Tlacaelel dándole un golpe a Yolotzin en el hombro.
—Oigan es cierto, la leyenda dice que ellos dos tuvieron un ardiente romance, se amaron durante muchas lunas y muchos soles, fueron amantes en los años dorados. —exclamó Tonahuac tratando de sembrar cizaña.
—¿Creen que revivan su amor? —preguntó Zipactunal con curiosidad.
—Puede que estén destinados a estar juntos, aunque…es la prometida del jefe jeje ¿eso debe ser incomodo no señor? Competir con un dios tan hermoso y usted es tosco y lleno de cicatrices. —manifestó Yolotzin rascándose la cabeza.
—Ya cállense… —exclamó Tzilacatzin tratando de contener su coraje.
—¿Oye que te pasa? El jefe podrá ser un salvaje, pero tiene su corazoncito ¿o no señor? Además, él ya tiene a Quetzalli, dudo que le importe dejar ir a nuestra diosa, se la pasan peleando todo el tiempo, además usted no deja de pedirle al tlatoani que anule su compromiso, quizás Quetzalcóatl si quiera desposar a Iztaccíhuatl y vivir su romance a flor de piel con ella ¿no creen? —agregó Xohuitl tratando de despejar aquella conversación, pero todos esos comentarios hacían enfadar más a Tzilacatzin.
—Bueno, creo que la serpiente emplumada le ha dejado el camino libre para que pueda estar con Quetzalli, dudo que ahora que la ha encontrado la deje ir. —añadió Izel con una sonrisa.
—¡Ya cierren la boca! Tenemos que combatir a diez malditos gigantes y ustedes no dejan de perder el tiempo hablando de tonterias ¡manténganse alertas! — les dijo Tzilacatzin con una notoria molestia y después de regañarlos, se fue al rio pateando todo lo que se atravesaba en su camino.
—Ay está muy enojado…
—¿Creen que este así por los quinametzin o porque el dios Quetzalcóatl le quitó a su prometida?
—Puede que ambas…
Por otro lado, Lucia se encontraba en los brazos de Quetzalcóatl, el lugar a donde la había llevado, era su hogar, había un jardín inmenso y dorado, lleno de las flores más bellas, pero nada se comparaba con la apariencia de aquel dios, tenía un ojo color verde y el otro color azul, su cabello era como el oro y la plata y su piel estaba adornada con brillantes escamas del color del zafiro.
—Quetzalcóatl…
—Mayahuel.
—¿Por qué me trajiste aquí? —le preguntó Lucia confundida.
—No tienes que enfrentarte a esos monstruos, deja que los guerreros se hagan cargo de ellos, no tienes que seguir viviendo entre los hombres como si fueras una de ellos, eres una diosa, mi diosa, el hecho de que ya no tengas tu flor mágica no significa que debas vivir como una humana, tampoco tienes que volver con tu abuela y tus hermanos, esos asesinos ya han sido castigados.