El regreso de los dioses

No me sueltes

 

Este era un sentimiento abrumador, lleno de nostalgia, deseo y desesperación, había deseado tanto este momento, volver a estar entre sus brazos y nunca soltarlo, nuestro amor siempre fue inmenso, impenetrable, indestructible, sus besos eran un majar, fruta deliciosa que me embriagaba, estaba desesperada por corresponderle, por entregarme a él una vez más, pues estaba claro que a él pertenecía, pero cuando más extasiada me encontraba…apareció él como un flash a mí mente.

 —Déjame amarte como en aquellos días, entrégate a mí y yo seré completamente tuyo. —me susurró Quetzalcóatl con una mirada ardiente y suplicante, parecían piedras preciosas, brillantes y llenos de un profundo deseo.

Yo quería, de verdad que, si quería, mi cuerpo estaba vibrando, estaba dispuesta a ceder, pero había muchas preguntas dentro de mí.

—¿Cómo es que no me reconociste? Estuve frente a ti durante todo este tiempo. —le dije llena de tristeza.

—Estaba cegado por la confusión, había algo en ti que me recordaba al amor que había perdido, después de tu partida, el dolor me consumió por completo, no tenía ganas de vivir, me sentía culpable, si te hubiese insistido en que te fugaras conmigo, nada de esto habría pasado, nos habríamos ahorrado tanto sufrimiento…no quería crearme una falsa esperanza, de haber sido solo una casualidad, no sé qué habría sido de mí.

—Han pasado tantas cosas…he vivido vidas diferentes y me siento más como Lucia que como Mayahuel, sigo aprendiendo a que estas dos partes de mí se lleven bien, sigo procesando el sufrimiento de haber sido asesinada por mis hermanos, sigo llorando por haber perdido a mis padres y a mis amigas…de repente, el mundo que conocía se volvió extraño he incomprensible y pasaron cosas…la muerte y la reencarnación me separaron de ti, verte, tocarte, escucharte, todo esto hace que mi corazón reaccione al llamado de tu corazón, pero….

—Pero ¿qué? Se que no soy indiferente para ti, tu cuerpo afirma mis palabras, se que me deseas y quieres entregarte a mí, después de habernos reprimido tanto, de creer que no volveríamos a estar juntos ¿Qué puede frenarte para estar con el dios al que amas?

—Me han comprometido con el guerrero Tzilacatzin, el hombre que es protegido por los dioses, el tlatoani quiere casarnos pronto. —exclamó Lucia mirando al suelo.

—¡Tu eres una diosa! Ese compromiso queda anulado si así lo decides, no existe ley humana que te obligue a seguir las ordenes de un simple mortal ¡bajare a la tierra y yo mismo invalidaré ese compromiso! —manifestó Quetzalcóatl indignado.

La serpiente miró fijamente a Lucia y su expresión de enojo se cambió a una de extrañeza.

—Tú…¿quieres que lo haga?

—No lo sé… —apreté los labios con vergüenza, no sabía lo que aquel soldado había causado en mí, era evidente que lo estimaba ¿pero sería amor? ¿los celos son señal de eso? No lo sabía con exactitud, pero me apenaba enormemente confesarlo ante el único dios a quien había amado.

—¿Te enamoraste de él? Es un humano, es efímero y mortal, morirás de dolor cuando lo pierdas para siempre ¿a eso te referías cuando dijiste que pasaron muchas cosas?

—¡No se que siento por él! Estoy confundida…él ha intentado liberarse de nuestro compromiso porque esta enamorado de una prostituta, estoy segura de que no siente nada por mí…solo, esperaré a que sea él quien anule el compromiso, entonces sabré que solo fue una confusión mía, no quiero obligarte a esperarme hasta que eso pase, no es que no sienta nada por ti, pero…

—Pero si tuvieras que elegir, lo elegirías a él ¿no es así? —le preguntó Quetzalcóatl con pesar.

Lucia no respondió palabra, la serpiente emplumada la soltó y después de un silencio sepulcral, la transportó al lugar de donde la había tomado.

—La batalla contra los Quinametzin será en dos días, si esos gigantes llegan a tener la ventaja sobre ustedes, será a ti a la única que salve. —le dijo Quetzalcóatl con seriedad y Lucia lo perdió de vista.

Me sentía realmente mal, estaba dejando a un lado el amor seguro que tenía con Quetzalcóatl y me estaba inclinado por algo incierto, si pudiera, Tzilacatzin se desharía de mí y correría a los brazos de Quetzalli, lo único que deseo es aclarar mis sentimientos y evitar lastimar aun más el corazón de Quetzalcóatl, tendré que ser valiente para poder preguntarle a ese soldado que siente en realidad.  

Lucia apreció cerca del rio, pero los soldados ya no se encontraban ahí, habían acampado a una hora de distancia, debían prepararse he interceptar a los quinametzin en un lugar alejado de Tenochtitlan.

—¡Iztaccíhuatl! ¡regresó! —exclamaron los soldados al verla caminar hacia ellos.

—¿Lucia?

—¿Ikal? Pero ¿Qué hace saquí? —Lucia no podía creer que su querido amigo estuviera en el campamento, lo regañó al saber que este había seguido su rastro para unirse en la batalla contra los Quinametzin.

—Ya no te enojes, ya me disculpé por haber venido sin avisar, no podía dejar que te aventuraras entre un montón de salvajes, me preocupaba que Tzilacatzin no hiciera nada para defenderte si alguno se propasaba contigo. —le dijo Ikal entre pucheros.

—Ay, Ikal, esta misión es muy peligrosa, agradezco que te preocupes por mí, pero me gustaría que pensaras más en tu seguridad de ahora en adelante, muchos se enlistan en las misiones, pero no todos regresan. — exclamó Lucia con seriedad.

—Ya lo sé, mi sueño es ser un guerrero, además nadie aquí se opuso, he mejorado mi condición física y soy bastante ágil, ya lo veras, seré de gran ayuda, además, la elite esta aquí y ahora que se confirmaron las sospechas y sabemos que si eres la diosa Mayahuel ¿Qué podría pasarnos? — manifestó Ikal confiado.

—Ikal, no tengo mi planta mágica, no sé qué pasó con ella, creí que la recuperaría en algún momento, pero no fue así, es verdad que soy una diosa, pero sin mis poderes ¿de que sirvo? La fuerza que tengo fue un regalo de Tlaloc, no se si queda algo de poder en mí. —declaró Lucia con tristeza.




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